Usted está aquí: martes 11 de julio de 2006 Opinión El nuevo fraude patriótico

Luis Hernández Navarro

El nuevo fraude patriótico

San Diego Fernández de Cevallos, patrón de las Urnas Embarazadas, ha visto crecer el número de fieles que le son devotos. Canonizado por Ratón Loco, santo de los mapaches electorales, por mandar a purificar los impíos votos de los comicios de 1988 prendiéndoles fuego eterno, cumplió a sus feligreses el mismo milagro que hace unos años hizo a Carlos Salinas de Gortarí: reproducirle los sufragios en casillas, actas y recuentos, y borrar las huellas del delito.

El culto a San Diego está de moda entre los panistas. Después de todo, desde hace unos años han sufrido una súbita conversión. Cruzados de la democracia durante décadas, perseguidos incluso por su fe, los nuevos apóstatas han adquirido sin remilgo alguno las prácticas y creencias de sus antiguos inquisidores. Rinden así culto a la compra del voto, al carrusel, al taqueo, al rasurado del padrón, al soborno de representantes de casilla y demás mañas de los viejos mapaches. Los ídolos de barro a quienes antaño combatían hoy son los nuevos fetiches a los que rinden culto.

Mantenerse en el Reino de Los Pinos explica por qué hay que transitar por algunos atajos indebidos. En la hora del pánico y la incertidumbre, cuando la tormenta augura el inminente naufragio, cuando el dinero no es suficiente para ganar, bien vale la pena echar mano de lo que sea para salir adelante, así sea al precio de renunciar a lo que alguna vez se fue.

Pero una transmutación de ese tamaño sólo puede justificarse en nombre de una causa superior. Y el fin que este nuevo fraude patriótico se ha dado a sí mismo para legitimarse es el de salvaguardar al país evitando que López Obrador, "el peligro para México", llegue al poder. Curiosa ironía, quien hoy violenta la voluntad popular es una víctima de esos mismos métodos y esos mismos pretextos. Hace 21 años el Partido Revolucionario Institucional (PRI) organizó un escandaloso fraude electoral contra Francisco Barrio, candidato a gobernador del Partido Acción Nacional (PAN) en Chihuahua, con fines similares. Se trataba -se dijo en aquel entonces- de frenar el avance de la derecha vendepatrias.

Pequeño detalle: la gran organizadora de ese primer fraude patriótico en Chihuahua fue, ni más ni menos, la sacerdotisa suprema del actual culto mapache: Elba Esther Gordillo. Y hoy, en uno de esos vuelcos tragicómicos de la historia, la antigua verdugo de los panistas y sus rituales democráticos es la nueva aliada que los conduce por la senda del fraude electoral, es la estrella que devela a sus antiguos adversarios las trampas para ganar las elecciones a cualquier precio, es la eterna traidora que ahora da la cuchillada por la espalda no a un dirigente en particular, sino a su partido.

Con el control del Instituto Federal Electoral (IFE) en sus manos, La Maestra hizo milagros para provocar la derrota del PRI en varios estados. Ese fue el caso de Tamaulipas, territorio de los Zetas, entidad donde el tricolor nunca había tenido descalabros mayores, y en el que el panismo era una fuerza escasamente relevante. Docente al fin, advirtió a Eugenio Flores, gobernador de la entidad, el mismo día de las elecciones: "Hay que saber cómo actuar y aquí sí viene la decisión de fondo (...) Tamaulipas y Coahuila están con todo con el PRI y van a hablar, no sé si ya hablaron, vale más que ustedes se adelanten, si así lo deciden, con Felipe, para vender lo que tengan; el PRI ya se cayó".

Un día después, Pedro Cerisola, el secretario de Comunicaciones y Transportes que desde Atenco habla con los patos, le reconoció al otro góber precioso los favores recibidos: "Pues muy agradecido -le dijo-, creo que sobregiraste". Y él, tan magnánimo como lo es con los cárteles del narcotráfico, le respondió: "No, me da mucho gusto, lo hago con mucho afecto".

Los comicios del 2 de julio fueron un cochinero. La lista de anomalías es enorme: injerencia ilegal del Presidente de la República en la campaña electoral. Gasto de 1.7 millones de pesos en la promoción y divulgación de la obra del gobierno federal. Creación de un clima de temor para favorecer el voto del miedo. Uso de recursos públicos destinados al gasto social para inducir el voto. Rebase de los gastos de los límites autorizados por ley en los gastos de campaña. Coacción y compra de sufragios. Soborno de representantes de casilla de la oposición. Votaciones superiores al número de boletas entregadas a las casillas. Alteración de actas. Rasurado del padrón de votantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Uso indebido de información privilegiada del Estado para servir a la campaña electoral panista. Cursos de promoción del voto contra López Obrador y a favor del candidato del PAN entre trabajadores y empleados de corporaciones empresariales. Manipulación de las cifras preliminares de la votación. Adjudicación indebida del IFE de funciones que no le competen, como calificar la elección y anunciar quién resultó ganador.

El intento de consumar un nuevo fraude patriótico perpetrado por los adoradores del santo patrón de las Urnas Embarazadas no es sólo un agravio a López Obrador o a quienes votaron por él: es un grave retroceso contra la democracia en México.

Revertir ese intento de golpe de Estado técnico de la derecha, limpiar la elección, es tarea no sólo de los simpatizantes de la coalición Por el Bien de Todos, sino de quienes creen que es necesario refundar este país sobre nuevas bases.

 
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