Timor: sólo el comienzo
La crisis política en Timor, además de haber tomado por sorpresa a la mayor parte de los observadores, provoca algunas perplejidades y exige, por eso, un análisis menos trivial de aquel que ha sido hecho por los medios de comunicación internacionales. ¿Cómo es que un país, que aún al final del año pasado tuvo elecciones municipales consideradas por todos los observadores internacionales como libres, pacíficas y justas, puede estar sumergido en una crisis de gobernabilidad? ¿Cómo es posible que un país que hace tres meses fue objeto de una elogiosa relatoría del Banco Mundial, que consideró un éxito su política económica, puede ahora ser visto por algunos como un Estado fracasado?
A medida que se profundiza la crisis en Timor Oriental, los factores que la provocaron se van tornando más evidentes. La interferencia de Australia en la fabricación de la crisis está actualmente bien documentada y ocurre desde hace varios años. Testimonios de política estratégica australiana de 2002 revelan la importancia de Timor Oriental para la consolidación de la posición regional de Australia y la determinación de este país en salvaguardar a toda costa sus intereses. Estos son económicos (las reservas de petróleo y gas natural están calculadas en 30 mil millones de dólares) y geomilitares (controlar las rutas marítimas de aguas profundas y trabar el ascenso del rival regional, China). Desde el principio de su gobierno, el primer ministro timorense, Mari Alkatiri, un político lúcido, nacionalista pero no populista, centró su acción en la defensa de los intereses de Timor, asumiendo que ellos no coincidían necesariamente con los de Australia. Esto quedó claro después de las negociaciones sobre la distribución de los recursos de petróleo en que Alkatiri luchó por una mayor autonomía de Timor y una más equitativa repartición de los beneficios. El petróleo y el gas natural han sido la desgracia de los países pobres (que lo digan Bolivia, Irak, Nigeria o Angola). Y el David timorense osó resistir al Goliat australiano al subir de 20 a 50 por ciento la parte que correspondía a Timor de los rendimientos de los recursos naturales existentes, procurar transformar y comercializar el gas natural a partir de Timor y no de Australia y conceder derechos de exploración a una empresa china en los campos de petróleo y gas bajo el control de Dili. Por otro lado. Alkatiri resistió las tácticas intimidatorias y el unilateralismo que los australianos parecían haber aprendido en tiempos recientes de sus amigos estadunidenses. El Pacífico sur es hoy, para Australia, lo que América Latina fue para Estados Unidos hace casi 200 años. Se atrevió a diversificar sus contactos internacionales otorgándole un lugar especial a las relaciones con Portugal -lo que fue considerado un acto hostil por Australia- e incluyó en las mismas a Brasil, Cuba, Malasia y China. Por todo esto, Alkatiri se volvió un blanco a destruir. El hecho de que se trate de un gobernante legítimamente electo, hizo que eso no fuese posible sin antes destruir la joven democracia timorense. Es eso lo que está en curso.
Una interferencia externa nunca tiene éxito sin aliados internos que amplíen el descontento y fomenten el desorden. Hay una pequeña elite descontenta, quizá resentida porque no se le dio acceso a los fondos del petróleo. La Iglesia católica, después de haber desempeñado un papel meritorio en la lucha por la independencia, no vaciló en colocar sus intereses por encima de los de la joven democracia timorense al provocar la desestabilización política con las vigilias de 2005, inmediatamente después que el gobierno decidió establecer como opcional la enseñanza de la religión en las escuelas. Toleran mal a un primer ministro musulmán, aunque laico y sumamente moderado, porque el ecumenismo sólo se celebra en las encíclicas. Y existe, obviamente, Ramos Horta, premio Nobel de la Paz, político con ambiciones desmedidas, totalmente alineado con Australia y Estados Unidos que, por esa razón, no tiene hoy el apoyo del resto de la región en su candidatura para secretario general de la ONU. El fue el responsable por la pasividad chocante de la CPLP (Comunidad de Países de Lengua Portuguesa) en esta crisis. La tragedia de Ramos Horta es que nunca será gobernante electo por el pueblo, por lo menos mientras no se aleje totalmente Mari Alkatiri. Para eso, será preciso transformar el conflicto político en uno jurídico, convirtiendo eventuales errores políticos en crímenes y contar con el celo de un procurador general que produzca la acusación. De ahí que las organizaciones de derechos humanos, que tan alto levantaron la voz en defensa de la democracia de Timor, tengan ahora una misión muy concreta que cumplir: conseguir buenos abogados para Mari Alkatiri y financiar los gastos de su defensa.
¿Y que dice Xanana Gusmão? Fue un buen guerrillero y es un mal presidente: cada siglo no produce un Nelson Mandela. Al amenazar con la renuncia, creó un escenario de golpe de Estado constitucional, un atentado directo contra la democracia por la que tanto luchó. Un hombre enfermo y mal aconsejado, corre el riesgo de hipotecar el crédito -que aún tiene- entre el pueblo, para abrir el camino a un proceso que acabará por destruirlo. Timor no es el Haití de los australianos, pero, si lo llegase a ser, la culpa no será de los timorenses. Una cosa parece cierta: Timor es la primera víctima de la nueva guerra fría, apenas emergente, entre Estados Unidos y China. El sufrimiento va a continuar.
Traducción: Ruben Montedónico