Usted está aquí: lunes 3 de julio de 2006 Opinión 3 de julio

León Bendesky

3 de julio

Al escribir estas notas la votación estaba en pleno curso; al publicarse, debería ya saberse quién ha ganado la elección y será el próximo presidente. Este fue un proceso político demasiado largo que desgastó a los candidatos y a sus partidos, al órgano electoral, a los medios de comunicación y, también, a los ciudadanos.

Las divisiones que se provocaron en torno de las opciones políticas fueron notables. En ese entorno prevaleció la falta de información confiable, proliferaron las medias verdades y tuvo éxito la promoción del miedo. Esto hizo que en las conversaciones o los intercambios informales no sólo se expresara la intención que se tenía para votar, sino que casi inevitablemente incluía algún comentario, en ocasiones vehemente, acerca de la misma.

Esta situación tendrá que ser considerada seriamente por quien forme el próximo gobierno. Se trata no sólo de percepciones individuales, sino que operaron abiertamente los grandes intereses económicos del país. Las diferencias que se plasmaron no tenían únicamente que ver con posiciones ideológicas distintas, que también las hubo, sino que expresaron las condiciones y hasta los sentimientos que surgen de la gran desigualdad social que existe en México. Este aspecto del escenario político también queda puesto sobre la mesa y habrá que lidiar con él.

En todo caso, las difamaciones, las acusaciones y los exabruptos no lograron esconder las diferencias entre los que aspiraron a llegar a la Presidencia. Y éstas no se basaron, como ocurrió hace seis años, en un propósito que finalmente se expresó en las urnas: terminar con la era del PRI (lo que hoy sabemos es un asunto discutible), sino que se manifestaron en posturas políticas, ideas y concepciones diferentes y en buena medida irreconciliables.

En la política nacional, como bien pudo verse a lo largo de tantos meses de campaña electoral, tratar el tema de la rectitud personal o corporativa es en verdad complicado. Recuérdese la vacua campaña en pro de la renovación moral que emprendió sin hacer ninguna mella el descolorido presidente De la Madrid hace ya un cuarto de siglo, y añádase la secuencia de abusos impunes que se pueden listar desde entonces en el orden público y privado.

Las descargas de información y acusaciones, pero también la manipulación sobre los actos de corrupción, tráfico de influencias o falta de transparencia en el uso de recursos públicos bañaron a todos los candidatos y los partidos. Esta sociedad carece aún de los medios suficientes para enfrentar esta situación desde el punto de vista de la legalidad, de las instituciones y de la misma política, y es, sin duda, un grave faltante.

El poder de los medios de comunicación quedó también claramente expuesto, y mientras hacen negocios millonarios con concesiones públicas de radio y televisión y con los muy exagerados ingresos que derivan de la publicidad política, que no pagan los partidos, sino los impuestos de todos, manifiestan de modo abierto sus preferencias electorales y manipulan de manera burda a la opinión pública. Aquí hay un enorme atraso legal e institucional que el gobierno de Vicente Fox ha agravado con la así llamada ley Televisa y la conformación de los comisionados de la Cofetel. En un país que pretende ser democrático, y que le cuesta tanto trabajo asumirlo, éste es un campo minado.

Tendremos en diciembre otro gobierno con un nuevo presidente y un nuevo Congreso. Del presidente electo sabremos más acerca de lo que quiere hacer y cómo intenta hacerlo en estos meses antes que tome posesión de su cargo, conoceremos más de él de lo que hemos sabido de su historia anterior y de lo que pasó en la campaña. Pero con respecto del Congreso seguiremos cargando una pesada losa, pues esta parte del gobierno expone ls grandes distorsiones de la democracia tal como es en el país.

Ya no se justifica la existencia de los diputados y senadores de mayoría que acaban controlando el Poder Legislativo y suelen expresar intereses que no se vinculan con los de quienes supuestamente representan. Este vicio debe ser erradicado. Tampoco se justifica que las diputaciones y senadurías se conviertan en canonjías para militantes de partidos, políticos en desgracia o quienes pueden ser piezas útiles y de ocasión del tablero del poder.

El Congreso tiene demasiados miembros, cuesta una fortuna y sus resultados no justifican ese dispendio. La gente no se sabe representada, la excesiva propaganda electoral mostró caras y lemas que se vuelven indefinidas e irrelevantes al momento mismo de mirarlas. Y tras las elecciones esos personajes se convertirán en partes igualmente indefinidas de bloques políticos que tienden a acabar en la irrelevancia.

Tras las elecciones el país sigue ahí.

 
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