Desarme nuclear. Tensión entre los que tienen y no tienen armas
El informe de una comisión internacional destaca que a menos que las potencias atómicas se muestren más dispuestas a prescindir de su armamento, otras naciones intentarán colarse al club
Ampliar la imagen Descarrilamiento de un tren cerca de Farwell, en Michigan, el pasado 16 de junio. El vehículo transportaba agua que había sido usada para enfriar materiales radioactivos en la planta de energía nuclear Big Rock Point FOTOAp
Las cinco naciones que oficialmente poseen armamento nuclear están comprometidas a renunciar a él. ¿Por qué no lo hacen?
''Sentí como si hubiera temblado bajo mis pies'', habría de recordar Margaret Thatcher acerca de la cumbre de Reykiavik en 1986, entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov. Lo que sacudió a la Dama de Hierro de Gran Bretaña, asombró al mundo y sobrecogió a los propios asistentes fue observar qué tan cerca parecían los líderes de las superpotencias entonces contrapuestas de llegar a un acuerdo para renunciar a sus armas nucleares.
El momento apasionante pasó. Pero, ¿por qué la imagen de un desarme nuclear fue tan impactante? ¿Por qué parece tan difícil lograrlo? ¿Hay algo que lo haga posible en el futuro?
Aunque parecen ser objeto del oscuro deseo de naciones como Irán y Corea del Norte, se supone que las armas nucleares están de salida. Las cinco potencias que oficialmente las poseen (EU, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China) se han comprometido en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) a negociar de buena fe ''las medidas en relación con el cese, en fecha próxima, de la carrera armamentista y el desarme nuclear''. Todos los firmantes del TNP están obligados a perseguir ''el desarme general y completo bajo el estricto y eficaz control internacional''.
Algunos consideran idealista esperar un desarme nuclear, a menos que todos los países no nucleares hayan comenzado a rendir sus espadas, tanques, misiles y armas biológicas. Las armas nucleares, señalan, ayudaron a mantener una especie de paz durante la guerra fría (una guerra nuclear entre adversarios tan poderosamente armados habría sido equivalente al suicidio mutuo). Así que no hay razón para creer que el mundo de hoy sería más seguro sin la bomba, dicen los escépticos.
Otros prohibirían la bomba sin importar las consecuencias. Los paladines antinucleares han sostenido por mucho tiempo que las armas nucleares no sólo están legalmente destinadas a la chatarra (criterio sostenido por la Corte Internacional de Justicia en 1996), sino que también son moralmente aborrecibles. Aún más, si es inmoral usarlas, dicen los desarmamentistas (la Corte está dividida al respecto), sería también inmoral amenazar con usarlas; por lo tanto, es inaceptable depender de ellas, incluso como último recurso disuasivo.
El desarme nuclear nunca ha sido adoptado como política práctica por ninguna de las cinco potencias nucleares. Pero, en principio, convinieron en 1995 que los pasos hacia ese objetivo no tienen que aguardar un desarme universal. Eso porque sus promesas forman parte de un acuerdo que se fundamenta en el Tratado de No Proliferación. El tratado reconoce que cinco países tienen armas nucleares (todos las tenían antes de 1970, cuando el TNP entró en vigor, aunque Francia y China lo firmaron apenas en 1992), pero a la larga están obligados a renunciar a ellas. Por su parte, los países que carecen de armas nucleares han acordado no obtenerlas; a cambio pueden recibir ayuda para desarrollar energía nuclear con propósitos pacíficos.
Pero ahora el acuerdo parece inestable. Aunque el TNP es todo menos universal, los tres países que han rechazado unirse a él -India, Pakistán e Israel- tienen en la actualidad armas nucleares. Las pruebas nucleares de India en 1998 y luego las de Pakistán hicieron añicos las esperanzas de que la relevancia de las armas nucleares simplemente se desvaneciera después de la guerra fría.
De tramposos y acaparadores
La confianza en el TNP también se ha minado. Corea del Norte asevera que lo abandonó en 2003, al ser sorprendida dos veces en falta, y dice que ha construido varias bombas. Irán afirma que no quiere ninguna, pero ha mentido durante 20 años a los inspectores sobre sus actividades con uranio y plutonio (que se pueden utilizar para generar electricidad, o hacer mal uso para fabricar bombas), lo que ha conducido a que muchos sospechen que sus intenciones están lejos del uso pacífico. Ambos países se aprovecharon de un bien abastecido mercado negro nuclear que funcionó alrededor del ex jefe del programa nuclear de Pakistán, el científico Abdul Qadeer Khan, quien también efectuó suministros a Libia y quizá a otras naciones.
Un informe que este mes elaboró una comisión internacional conducida por Hans Blix, quien dirigió las inspecciones de armas en Irak antes de la guerra de 2003, destaca las tensiones derivadas de la persistente y aguda división entre los que tienen y los que no tienen armas nucleares: a menos que las potencias atómicas se muestren más dispuestas a prescindir de su armamento, sostiene, otras naciones intentarán colarse al club. La comisión propone una cumbre mundial en la ONU para dar nuevo impulso al desarme, a la no proliferación y a los esfuerzos por prevenir que terroristas consigan armas de destrucción total.
Las revisiones que se hacen cada cinco años al TNP se han convertido en eventos exaltados. Los desarmamentistas culpan de ello a las potencias nucleares, en especial a EU. El gobierno de Bush, afirman, se está echando para atrás en las promesas efectuadas por las cinco naciones nucleares. Rechaza ratificar el Tratado Total de Pruebas Nucleares (TTPN) que los cinco han firmado, aunque China todavía debe ratificarlo. Además, EU apoya un tratado para finalizar la producción de materiales de fusión como uranio y plutonio altamente enriquecidos para la fabricación de bombas, pero sin una campaña internacional de inspección, sino confiando en la vigilancia mutua de los miembros. EU también ha hecho planes para bombas nuevas.
¿Debería el desarme de cualquiera o de todas las cinco potencias afectar los cálculos de Irán o de Corea del Norte, dejando solos a India, Pakistán o Israel? La mayor parte de la política nuclear está supeditada a las rivalidades regionales. Y en un mundo ''libre de armas nucleares'', o aun en uno con muy pocas bombas, hacer trampa de manera exitosa representaría más que un premio.
Es decir, a los que tienen armas nucleares les importan un bledo los países que desean tener una bomba propia. India ha sido cándida en sus esperanzas de usar su estatus nuclear para obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU junto a las cinco potencias nucleares oficiales. Al mismo tiempo, las acciones de quienes pretenden derogar, quebrantar o rechazar el tratado facilitan que los estados armamentistas se empeñen en conservar sus juguetes nucleares.
Si los tiempos no son propicios para el desarme nuclear, ¿qué puede esperarse del TNP? La añeja carrera nuclear entre EU y Rusia había terminado virtualmente incluso antes de la caída del Muro de Berlín, en 1989, y desde entonces las reservas nucleares se han contraído en forma dramática. Pero puesto que existen tales armas, los países que las tienen desearán mantener su seguridad, confiabilidad y efectividad, con mayor razón en la medida en que su inventario se contrae. Por consiguiente, las cinco potencias han modernizado las armas que conservan, o piensan hacerlo. Eso ofende a los desarmamentistas.
Las reducciones, no obstante, han sido profundas. Durante la guerra fría EU y Rusia tenían millares de cabezas nucleares: EU fabricó 70 mil entre 1945 y 2000; la Unión Soviética 55 mil. Conforme al Tratado de Moscú, firmado en 2002, George Bush y Vladimir Putin acordaron reducir los arsenales de sus países a 1,700-2,200 cabezas nucleares estratégicas desplegadas por cada uno antes de 2012 (véase la tabla). Ninguna de las dos partes tiene interés en restaurar los números de la guerra fría, y Rusia lo habría encontrado económicamente agobiante. Sin embargo, a los desarmamentistas y los puristas del control de armas les desagrada el Tratado de Moscú porque no contiene disposiciones de verificación. Ninguna de las partes, señalan, está obligada a destruir las cabezas nucleares fuera de servicio. Y, en teoría, las reducciones acordadas podrían revertirse después de 2012.
Con todo, los recortes podrían ser más importantes. Rusia afirma que, para su defensa, confía más en las armas nucleares (incluso las estratégicas que EU ha abandonado) para compensar las deficiencias de sus fuerzas armadas, agobiadas por la carencia de recursos económicos. Eso es preocupante, pero no imposibilita otras reducciones, puesto que los blancos potenciales son menos.
Cuando fueron anunciados, hace algunos años, a los críticos no les agradaron los planes del gobierno de Bush de investigar sobre refugios nucleares. Pero el Congreso de su país ha recortado los fondos. EU también trabaja en un ''serio remplazamiento de cabezas nucleares'', más sólido y fácil de mantener que sus predecesores, para su arsenal restante. Si funciona, el número de cabezas nucleares no desplegadas que se conservan como repuestos podría tener una gran reducción.
Gran Bretaña y Francia, como EU y Rusia, también han efectuado recortes. De las cinco potencias oficiales, China es la única que aún aumenta su poderío nuclear, aunque a partir de una base baja.
Las potencias atómicas oficiales no se han sentado simplemente, con aire satisfecho, en sus bombas. Como forma extendida de la disuasión, la disposición a cobijar aliados no nucleares debajo de un amistoso paraguas nuclear, ha contribuido a mantener la proliferación en jaque; de ahí la alarma de Margaret Thatcher cuando parecía que Reagan estaba a punto de privar a la OTAN de la protección nuclear estadunidense. De los países que podrían fabricar una bomba, muchos han elegido no intentarlo. Otros, durante años, han sido presionados para no hacerlo, sobre todo por EU.
Los ayatolas del desarme
Por todo eso, los funcionarios en la línea de fuego se quejan de que, por muchas reducciones que hagan EU y las otras potencias, los ''ayatolas del desarme'' nunca estarán satisfechos. Bueno, lo estarían si el número fuera cero, y esa es la cifra que las cinco potencias se han comprometido a lograr, algún día, al amparo del TNP. Bueno, pues andando.
Aquí aumentan las dificultades. Muchos gobiernos reconocen que las potencias nucleares no van simplemente a renunciar a su armamento. El conocimiento básico que se requiere para fabricar una bomba tiene ya 60 años y no se puede desinventar. Tampoco proporciona gran confianza la experiencia de la Convención sobre Armas Químicas y la Convención sobre Armas Biológicas, que prohibieron ese armamento. De los que firmaron esas convenciones (y no todos los países lo hicieron), varios son sospechosos de hacer trampa.
Mientras tanto, el Consejo de Seguridad de la ONU, que se supone debería encargarse, en última instancia, de las amenazas derivadas de las armas de destrucción masiva, se ha mostrado débil ante quienes incumplen los tratados.
Dada esta experiencia, pocos gobiernos, reacios o partidarios del desarme, han siquiera pensado en explorar la factibilidad de librarse de la bomba con seguridad. Todos prefieren negociar con lemas desgastados.
Las señales de seriedad podrían comenzar por renovar los intentos de detener las amenazas a la paz y a la seguridad que provocan las carreras armamentistas regionales. Deberían incluir también esfuerzos hacia la creación de zonas libres de armas de destrucción masiva. Medio Oriente y el sudeste de Asia podrían ser los primeros candidatos.
Desde principios de la década de los noventa se ha trabajado en Rusia y otros países de la ex Unión Soviética para asegurar materiales nucleares, pero los esfuerzos deben continuar y extenderse al resto del mundo. Las tentativas de bloquear las transferencias ilícitas de materiales y tecnología nuclear tendrían que intensificarse. Y debería encontrarse alguna manera de convencer a los países no nucleares de que las potencias mundiales están reduciendo la importancia, y también la cantidad, de las armas nucleares en sus políticas de defensa.
Dificultades y más dificultades
Una idea para aglutinar a los estados nucleares y no nucleares en una red de controles y confianza es una Convención sobre Armas Nucleares, acorde a los lineamientos de las convenciones sobre armas biológicas y químicas, que establezca pasos progresivos hacia una eventual prohibición. Esto requeriría incluir la obligación de no desarrollar, probar o producir nuevas armas; una moratoria transitoria en su uso, un calendario para desmantelar armamentos, la obligación para todos los estados de prevenir la transferencia de habilidades o materiales nucleares y un programa para convertir o destruir todas las instalaciones relacionadas con el armamento. Como la resolución 1540 de la ONU, que obliga a los gobiernos a aprobar leyes para impedir que los terroristas obtengan armas de destrucción masiva y materiales relacionados, las reglas deben aplicarse no sólo a los estados, sino también a las compañías y a los individuos.
Las dificultades prácticas de negociar una convención de esa naturaleza podrían ser enormes. Sólo habría que recordar la complejidad de hacer cumplir el Tratado Total de Pruebas Nucleares (TTPN). En total, los 44 países con poderío nuclear o reactores de investigación, entre ellos India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, deben ratificar el tratado antes que tenga vigencia. No sólo la resistencia de EU causa el retraso: como dice correctamente la Comisión Blix, la falta de ratificación podría disparar otros.
El próximo paso lógico en el andamiaje legal para un mundo libre de armas nucleares sería la prohibición de material de fisión. En teoría, casi todos los países apoyan tal prohibición (aunque a algunos, como India, no les importaría que las conversaciones se empantanaran durante años). Se supone que las cinco potencias nucleares han detenido la producción de uranio y plutonio para armas; sólo China ha rehusado expresarlo de manera pública. Pero las conversaciones en la Conferencia sobre Desarme de la ONU han evadido presionar a EU en las discusiones. EU sostiene que un régimen confiable de verificación del tratado sería demasiado costoso e intervencionista para ser aceptado por todos.
Hay quien no está de acuerdo. Pero si los gobiernos están dispuestos a considerar los pasos hacia un desarme nuclear total, la gran dificultad en cada etapa serán los tecnicismos de la verificación. Mientras más bajen las cifras, será mayor la necesidad de confiar en que todos estén cumpliendo con el compromiso de reducir su armamento.
Todos los estados armamentistas tienen experiencia en desmantelar cabezas nucleares y en eliminar su contenido. Pero hacerlo a satisfacción de todos, sin descubrir secretos militares, necesitaría una preparación cuidadosa (hasta ahora sólo el gobierno británico ha hecho públicas algunas ideas sobre cómo se podría hacer). Las dificultades afectan no sólo a los estados nucleares. Todas las naciones que han producido uranio y plutonio que pudiera usarse en la fabricación de armas tendrían que explicar lo que han hecho con ese material. Sólo se requieren cantidades relativamente pequeñas -no más de 25 kilos de uranio altamente enriquecido, u ocho kilos de plutonio- para fabricar una bomba.
Hacer esa contabilidad no es fácil. Sudáfrica construyó en secreto varias bombas y las desmanteló antes de suscribir el TNP en 1991. Tenía un fuerte motivo para cooperar con los inspectores, pero aun así encontró difícil contabilizar cada desecho de material. Los inspectores enfrentaron otros problemas en Irak en los años 90, cuando Saddam Hussein intentó engañarlos deliberadamente. Y no sólo EU, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China, sino también India, Pakistán, Israel y Corea del Norte, así como otros países sospechosos de chapotear en armas, tendrían que ser persuadidos de permitir que las inspecciones peinaran su territorio.
Los países que han firmado el TNP también tienen el derecho (siempre y cuando cumplan las reglas contra la proliferación) de gozar de las ventajas pacíficas de la energía nuclear, un derecho con el cual Irán pretende justificar su elaboración de combustibles a partir de uranio y plutonio. Pero más allá de cierto punto -al que Irán se está aproximando con rapidez- la diferencia entre un programa civil y un programa nuclear militar es la intención. En razón de esa dificultad, un informe del año pasado sobre el Acatamiento Universal de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, centro de investigación con sede en Washington, DC, se preguntaba si la fabricación de combustible para los reactores nucleares sería factible en un mundo sin armas atómicas.
En otras palabras, ¿puede el desarme funcionar en un mundo donde las tecnologías con potencial para fabricar armas se esparcen confusamente con etiquetas civiles? Se exploran formas -a través de mecanismos de mercado, bancos internacionales de combustible y otras similares- de asegurar que los países con reactores nucleares civiles puedan recibir suministros confiables de combustible sin necesidad de fabricarlo ellos mismos. También se desarrollan diseños de reactores libres de proliferación (ninguno es enteramente seguro). Con todo, las soluciones a varios de estos problemas tardarán muchos años en llegar.
Productos químicos, bichos y misiles, también
El ingenio humano puede encontrar respuestas a estas preguntas técnicas. ¿Pero podría la transición a un mundo libre de la amenaza nuclear manejarse con seguridad política y militar?
Puesto que una verificación nunca podrá hacerse sin fallas, tendría que forjarse un consenso y después hacer valer un acatamiento amplio mediante el TNP, una prohibición de pruebas, un régimen de control de los materiales de fusión y las convenciones que prohíben tanto las armas químicas como las biológicas. Si estos tratados de apoyo no se pueden ratificar, hay poca oportunidad de que una prohibición nuclear sea factible alguna vez.
Existe también el problema de lo que podría considerarse un desarme total. Algunos sostienen que una capacidad nuclear residual será siempre necesaria para defenderse de un fracaso de los controles o de la deserción de uno o más países. En un mundo imperfecto se necesita algún equilibrio armamentístico, aunque sea sólo para impedir la guerra de guerrillas que causó estragos durante la primera mitad del siglo XX. ¿Pero cómo debe hacerse esto? ¿Y quiénes lo harán?
Sin respuestas convincentes a esas preguntas, el desarme nuclear, un sueño para algunos, parece más una pesadilla para los demás. Hay algunos pasos escalonados que pueden darse hacia esa meta. Pero exigir nada más su cumplimiento, sin una disposición a enfrentar los problemas prácticos que provoca, sólo asegura que el desarme nunca ocurrirá.
FUENTE: EIU/INFO-E
Traducción de textos: Jorge Anaya