Usted está aquí: martes 13 de junio de 2006 Ciencias Vacuna contra el cáncer

Javier Flores

Vacuna contra el cáncer

El cáncer es una enfermedad que durante muchos siglos fue equivalente a la muerte. La peor noticia que alguien podía recibir del médico era: "lo siento mucho, pero usted tiene cáncer". Había que prepararse a morir sin remedio. Esta enfermedad es una de las principales causas de mortalidad a escala global y uno de los mayores desafíos científicos, médicos y humanos conocidos. Pero si bien este mal sigue causando grandes estragos entre la población del mundo entero, hoy el panorama ha cambiado. Si todos hemos de morir, la esperanza no.

La ciencia y la medicina pasaron de la impotencia, implícita en la antigua sentencia: "no hay nada que hacer", a una lucha frontal, decidida y sin tregua contra este mal. El conocimiento de los distintos tipos y comportamientos del cáncer, el desarrollo de métodos de detección temprana y la constante evolución de los tratamientos médicos y quirúrgicos han transformado una enfermedad inevitablemente fatal, en algo que puede ser manejable y en algunos casos resuelto. Las cifras deprimentes de las millones de víctimas de la terrible enfermedad ya no están solas, se acompañan ahora de otros datos, números nuevos, que representan el incremento continuo de los sobrevivientes del cáncer.

En las mujeres el cáncer cérvico-uterino es una de las principales causas de muerte sólo superado por el de mama. La Organización Mundial de la Salud ha informado que en 2005 murieron 250 mil mujeres a causa de este mal y, lo más importante (y terrible) para nosotros, es que 80 por ciento de esas muertes se producen en los países en desarrollo.

Uno de los retos más importantes en la lucha contra esta enfermedad ha sido averiguar sus orígenes. En el último tercio del siglo XX se pudo establecer que el cáncer cérvico-uterino se origina a partir de una infección causada por el virus del papiloma humano (VPH). Este microorganismo se adquiere por contacto sexual con portadores y su frecuencia es muy alta. Se estima que la infección está presente entre 20 y 46 por ciento de mujeres jóvenes en distintos países (puede verse Gloria Ho y colaboradores New England Journal of Medicine 338 (7): 423-28, 1998).

Se trata de una enfermedad de transmisión sexual que ha cobrado gran relevancia. Puede permanecer por años sin síntomas (especialmente en los hombres) o expresarse mediante lesiones, particularmente verrugas en la región genitonal o en otros sitios. Al instalarse en el cuello uterino, las pequeñas lesiones evolucionan hasta formar tumores, inicialmente benignos, que, sin embargo, pueden transformarse dando lugar al cáncer cérvico-uterino. El tiempo desde la instalación del virus hasta la malignización de los tumores es de aproximadamente 10 años.

Al identificarse plenamente el agente, es decir, el VPH, se inició una lucha incesante para encontrar un remedio. Como se trata de un microorganismo, los esfuerzos se orientaron hacia la creación de una vacuna. Es muy importante aclarar que no todos los tipos de cáncer son susceptibles de ser tratados con la vacunación. De acuerdo con Pisan y sus colegas de la Unidad de Epidemiología Descriptiva de Lyon, Francia, sólo 15.6 por ciento de los cánceres que se presentaron en 1990 se relacionaron con infecciones. Además del VPH, destacan los virus de la hepatitis B y C y la bacteria Helicobacter pilory, entre otros microorganismos. En otras palabras, la vacuna recientemente aprobada por la Food and Drug Administration de Estados Unidos sólo es útil para evitar la infección por el VPH y el cáncer cérvico-uterino, pero no para otros tipos de procesos malignos. Como sea, se trata de uno de los mayores logros de este siglo en la lucha contra el cáncer.

Resulta un privilegio leer a los creadores de la vacuna, Douglas R. Lowy y John T. Schiller, investigadores del laboratorio de Oncología Celular de los Institutos Nacionales de Salud, de Maryland, Estados Unidos, quienes explican en un artículo muy reciente las características y limitaciones de su descubrimiento (J. Clin. Invest. 116 (5): 1167-73, 2006). Existen cerca de 15 variedades del virus con capacidad oncogénica (que pueden dar lugar al cáncer). Entre ellas hay dos: el VPH 16 y el VPH 18, que en conjunto son los responsables de 70 por ciento de los casos de cáncer cérvico-uterino.

El virus codifica dos tipos de proteínas llamadas L1 y L2; una parte importante de su descubrimiento consiste en que la primera (L1) puede formar partículas semejantes al virus que al administrarse a una persona tienen la capacidad de inducir la formación de anticuerpos contra el VPH, evitando así la enfermedad. Esto representa una ventaja sobre la utilización de virus inactivados o atenuados, como ocurre en la mayor parte de las vacunas.

La aprobación de una vacuna es un proceso largo que implica diferentes etapas, que van de la investigación animal a las pruebas preclínicas en humanos. Para cubrirlas los investigadores se asociaron con dos laboratorios: Merck y Glaxo Smith Kline. La vacuna registrada por la primera compañía incluye otras variedades del virus como el VPH 6 y VPH 11 que previenen también la formación de verrugas anogenitales. Ambas ya se encuentran en el mercado.

Una de las dudas que surgen es la edad en la que debe administrarse. Las primeras candidatas son las mujeres jóvenes, pues la idea de una vacuna es evitar que se instale la infección, aunque los estudios realizados sugieren que puede ser efectiva para detener la progresión de la enfermedad, pero todavía hacen falta trabajos orientados en esta dirección.

La lucha incansable de la ciencia y la medicina contra el cáncer ha alcanzado una nueva victoria. Pero ahora, como señalan correctamente Lowy y Schiller, es indispensable que, dada la alta incidencia del cáncer cérvico-uterino en las naciones en desarrollo, pueda producirse la vacuna a bajo costo.

¿Estarán de acuerdo con esto las compañías farmacéuticas?

 
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