Usted está aquí: martes 13 de junio de 2006 Economist Intelligence Unit ¿Volará India?

¿Volará India?

Por fin ha despegado. Pero sólo con una reforma a fondo podrá desplegar sus alas y elevarse

Sus empresarios están encadenados por las autoridades más burocráticas del mundo, una infraestructura pésima e ideas económicas todavía peores

Economist Intelligence Unit /The Economist

Ampliar la imagen Un conductor transporta a varios jóvenes en Calcula. En India, el auge industrial, a diferencia de China, no puede explicarse sólo por la mano de obra barata, sino por el uso eficiente de la tecnología Foto: Ap

Ampliar la imagen Si India quiere alcanzar a China debe crecer mucho más aprisa; de otra manera la pobreza persistirá por décadas y las tensiones sociales se agravarán. Mujer carga agua en un barrio pobre de Nueva Delhi Foto: Reuters

Los trabajadores de India tienen la atención del mundo. Relegados mucho tiempo en las salas de consejo de Occidente en favor de China, India aparece ahora en la agenda de todas las corporaciones. Pese al calor previo a los monzones, occidentales (y orientales) vestidos de lino llegan a Mumbai, Bangalore y Madrás, deseosos de no perderse algo importante.

¿Pero despegará India? Después de todo, ya ha estado de moda sólo para decepcionar a empresas locales y extranjeras. A pesar de su enorme mercado potencial de mil 100 millones de personas, de su abundancia de hablantes de inglés y sus instituciones democráticas, así como de las cacareadas reformas que le tomaron 15 años, ha sido un lugar desalentador para hacer negocios; sus empresarios están encadenados por las autoridades más burocráticas del mundo, una infraestructura pésima e ideas económicas aún peores. Los giros recientes del mercado de valores -el índice Bombay cayó 9% el mes pasado, después de haberse triplicado en los dos años anteriores- sugieren que los negocios en India podrían, una vez más, derrumbarse de golpe.

No será así. Como reveló la semana pasada un estudio de EIU, los negocios en India han asegurado un nicho que será cada vez más importante en la economía mundial. La pregunta no es si puede despegar, sino qué tan alto, y si el éxito de su clase empresarial puede extenderse a todo el país.

Algunas de las razones por las cuales hacer negocios en India está de moda otra vez son muy superficiales: una campaña bien orquestada del gobierno indio y el nerviosismo de algunas empresas por su dependencia de China. Pero dos cosas son mucho más permanentes. En primer lugar, India alardea de su fuerte crecimiento económico. Cifras publicadas la semana pasada mostraron que el crecimiento del PIB durante los tres años recientes ha promediado 8.1%. Incluso los eruditos más pesimistas consideran que la tasa de crecimiento es cuando menos de 6%, lograda a partir de 1991, cuando el entonces ministro de Hacienda, Manmohan Singh, actual primer ministro, eliminó algunas de las restricciones más paralizantes de la licencia real. Y el crecimiento sería aún más rápido si India sacara tajada de su ''ventaja demográfica''. Su joven población hará que su fuerza laboral aumente en 71 millones durante los próximos cinco años, casi un cuarto de la reserva laboral del mundo.

No sólo Bangalore

En segundo lugar, India está produciendo más empresas de clase mundial que China. Los más conocidos son los magos del software y los ''subcontratistas de procesos empresariales'': poseen dos terceras partes del mercado global de servicios de tecnología de la información que se prestan a través de agencias externas y casi la mitad del mercado de procesos. Pero ahora se les están uniendo los industriales. De nuevo, a diferencia de China, el auge industrial no puede explicarse sólo por la mano de obra barata, sino por el uso eficiente de la tecnología. Las exportaciones comerciales de India crecieron 25% el año pasado.

Repletas de efectivo y bien apreciadas en el mercado de valores, las empresas indias se expanden al exterior, comprando fabricantes belgas de cajas de herramientas y compañías alemanas de medicamentos genéricos. En efecto, una parte de Europa está aterrorizada por la ''invasión india''. La empresa francesa Arcelor, segunda metalúrgica del mundo, tal vez opte por arrojarse a una precipitada alianza con Severstal, productor ruso, en vez de someterse a los rigores de una unión con la mayor empresa acerera del mundo, Mittal Steel. Lakshmi Mittal, dueño de esta última, es un empresario indio tan globalizado que su empresa no fabrica nada de acero en su lugar de origen. Una oferta para comprar Taittinger, exclusiva marca de champaña, por parte de United Breweries, gigante de bebidas alcohólicas con sede en Bangalore, ha causado indignación.

Así que pronto se verá más de las empresas indias. Pero ¿puede su éxito hacer de India un país más rico? En términos económicos, es todavía pobre y pequeño. Posee una sexta parte de la población mundial, pero representa sólo 1.3% de las exportaciones mundiales de bienes y servicios, y 0.8% de los flujos de inversión extranjera directa (comparados con 6.6% y 8.2%, respectivamente, de China). Su PIB per cápita, de 728 dólares, es menos de la mitad del de China. Para decirlo llanamente, las empresas indias se meterán en graves problemas si la economía crece a una tasa de 6% anual, porque si el país quiere alcanzar a China durante esta generación (y proporcionar empleos a su joven población), requiere crecer mucho más aprisa. De otra manera, la pobreza persistirá por décadas y las tensiones sociales se elevarán.

Tristemente, la política india sufre de complacencia: cree que, aunque no se dé una mayor reforma económica, de cualquier manera habrá un rápido crecimiento. Se dice que en los próximos cinco a siete años la demografía ayudará a elevar el nivel de los ahorros privados de cerca de 29% del PIB a 34%. La inversión continuará, así que el PIB seguirá creciendo a una tasa de 8%, aunque las reformas se pospongan. Nada puede agotar el ímpetu que se desencadenó hace 15 años.

El factor de las 32 horas

En realidad, se requiere con urgencia la acción gubernamental para desactivar cuellos de botella que se harán más estrechos en la medida en que crece la economía (se necesitan ocho días, contando 32 horas de espera en los puntos de inspección y casetas de peaje, para que un camión transite de Kolkata a Mumbai). No sólo es una cuestión de carreteras, aeropuertos y electricidad. En su mayoría, los niños del campo carecen de la alfabetización básica necesaria para encontrar trabajo fuera del país. Las admiradas instituciones tecnológicas de India pronto serán incapaces de sostener el ritmo de la demanda de ingenieros, químicos calificados y otros profesionales angloparlantes.

En fechas recientes la educación ha sido objeto de feroz debate político. Sin embargo, no se habla elevar los estándares, sino de las cuotas que proporcionarían casi la mitad de las plazas en las universidades a miembros de las castas atrasadas. La desigualdad del sistema de castas es un mal que se debe suprimir, sólo que es una pieza cínica de captación de votos: las últimas variaciones implican la promesa de que todos los candidatos elegibles de las castas superiores conseguirán plazas también. Mientras tanto, otras reformas siguen sin discutirse.

La liberalización comercial es vacilante y parcial, el sistema bancario coloca créditos de manera desacertada, las leyes laborales obstaculizan el empleo; la privatización está atascada; un déficit fiscal acrecentado por subsidios de precios mal dirigidos absorbe recursos de la inversión productiva en infraestructura, educación y salud; y en muchas industrias está prohibida la inversión extranjera. Singh tiene impecables credenciales de reformador, pero su gobierno, que depende de los votos de los partidos comunistas, se ha mostrado tímido en continuar con las reformas, e inclinado al populismo.

India ha despegado. Sólo hay que imaginar qué tan alto puede volar su pueblo sin esas cadenas.

FUENTE: EIU/INFO-E

 
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