Usted está aquí: martes 16 de mayo de 2006 Opinión Prácticas públicas/ vidas privadas

Teresa del Conde

Prácticas públicas/ vidas privadas

Bajo esa idea rectora Terence Gower, artista canadiense conocido por sus instalaciones y curadurías tanto en México como en otros países, realizó una más de las revisiones de la colección permanente en la única sala a ella destinada en el Museo Carrillo Gil, contando con la asesoría de la subdirectora Sylvia Navarrete. El trayecto debe hacerse en sentido inverso a las manecillas del reloj y empieza con Gun-ther Gerzso, de quien se exhiben cuatro pinturas de los años 60 tempranos inspiradas en el viaje a Grecia que hizo en 1959. Las pinturas están expuestas de modo que ornan un minúsculo cinematógrafo domiciliario como el que posiblemente instaló con pantalla televisiva el propio doctor Carrillo Gil en su casa, cuando las paredes de la misma ostentaban varias de las pinturas, grabados, etcétera, que él y su esposa fueron reuniendo a lo largo de sus vidas y que integran el meollo de la colección del museo.

Acertadamente, los curadores ejemplificaron la presencia pública de Gerzso mediante la exhibición de algunas de las películas en las que participó como director artístico; conviene recordar al respecto que esa vena de su quehacer se prolongó por 20 años, a partir de 1942. La pintura para él era entonces una actividad creativa, pero secundaria, a pesar de que fue entonces que mayor vinculación tuvo con el surrealismo en el exilio. Lo que no es del dominio público se refiere a que el inicio de su trayectoria como director artístico cinematográfico fue antecedida por sus trabajos de teatro, realizados a partir de que conoció al director, promotor y actor Fernando Wagner, para quien realizó unos 50 diseños de sets.

Se anunciaba la proyección de algunas películas en las que Gerzso colaboró, pero debido a que ninguna persona (excepto yo) recorría la sala, nada sucedía, por lo que emití una queja. A medio recorrido de la sala empezó a proyectarse El bruto, de Luis Buñuel (1953), a la vez que se anunciaba Santa, en versión de Norman Foster y El analfabeto, de Miguel Delgado, protagonizada por Cantinflas. Es mucho mejor de La otra, de Roberto Gavaldón, con Dolores del Río, pero posiblemente no se consiguió.

Gerzso trabajó con los mejores directores y camarógrafos de esos tiempos y no sería para nada ocioso recordarlo en un ciclo a él dedicado como director artístico.

Se recordará que John Houston logró convencerlo de que participara en su película Bajo el volcán, de 1983, sobre la novela de Malcom Lowry, misma que destaca sobre todo por las excelentes ambientaciones de la secuencia final y por la actuación de Albert Finney en el papel del cónsul.

Otra ambientación que vale la pena es la dedicada a Siqueiros mediante la versión en blanco y negro realizada por el afamado cartelista del Instituto Nacional de Bellas Artes, Víctor Pérez, quien reprodujo uno de los mejores murales siqueirianos, El retrato de la burguesía del sindicato de electricistas. La pieza corresponde al Siqueiros público, el del ámbito privado se encuentra ejemplificado con la piroxilina sobre madera de 1946, Intertrópico, pintura que adelantó el organicismo semiabstracto tan propio de los años 60. Se exhibe simulando un aposento austero, pero elegante, con mobiliario ''retro", las lámparas colocadas sobre un armario bajo flanquean la pintura.

Dos cuadros muy conocidos de Diego Rivera ornan otro aposento también ''retro". Vistas así, vecinas, resulta muy superior El arquitecto, de 1915, que el retrato de Max Volochin. La cédula correspondiente omite la fecha (sf), aunque es archisabido que este cuadro es de 1916.

El Diego público está personificado por documentos y publicaciones cedidos en préstamo por Ricardo Pérez Escamilla, entre los que está un número del Mexican Folkways editado por Frances Toor, y una protesta que el pintor dirigió al general Francisco Mújica, condenando la desaparición de los murales del aereopuerto. Por cierto, el panel que sí se conserva no se encuentra ahora en exhibición allí, pues está en restauro, lo sustituye un fotomural.

Una moción ajustada y digna de encomio consiste en la exhibición de la maqueta del propio edificio, diseñado por Augusto Alvarez y Enrique Carral; cerca se muestran varias pinturas del doctor, los óleos son epígonos algo burdos de la fase manchista de Wolfgang Paalen (ciertamente los de éste, pertenecientes a su propia colección son pinturas muy atractivas), pero en cambio los trabajos de dimensiones pequeñas realizados por el doctor son finísimos.

El proyecto Siqueiros por número, que forma parte del ciclo A la pared, promovido por el museo, de algún tiempo a la fecha quedó en manos de Saúl Villa, excelente pintor, que ahora no acertó en lo más mínimo.

 
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