Usted está aquí: martes 16 de mayo de 2006 Opinión Atenco: conciliar para resolver lo que queda

Heriberto M. Galindo Quiñones

Atenco: conciliar para resolver lo que queda

La sociedad mexicana no quiere vivir en la violencia; está cansada de ver y sentir que sus días pasan insertos en un sinnúmero de noticias negativas, derivadas de manifestaciones que lastiman porque dañan, y que avergüenzan porque proyectan de manera muy negativa a nuestra nación. Hechos violentos se presentan en prácticamente todo el territorio nacional, demostrando los grados de molestia, irascibilidad, rencor y criminalidad que existen en algunos segmentos de la población y en parte de las instancias que tienen bajo su responsabilidad guardar el orden público. Más allá del origen y de los tintes políticos de algunos casos, como los suscitados en la Siderúrgica Lázaro Cárdenas en Michoacán, donde la terquedad del gobierno federal en contra del dirigente minero y la falta de pericia de la autoridad local incendiaron el ambiente con saldos trágicos; y en San Salvador Atenco, en el estado de México, que por una discusión muy menor entre vendedores de flores, en la que no está clara la actitud de la autoridad municipal, se produjeron actos violentos irracionales entre iguales de esa región, con la notoria y peligrosa ausencia de la fuerza pública mexiquense el día inicial de los hechos.

Aunque haya quienes lo niegan, la tirantez se siente; sobran los que afirman que se trata de planes preconcebidos con intenciones claras y aviesas, y los síntomas de ingobernabilidad están asomando: El pasto está seco y cualquier chispa lo puede incendiar, como ya se observó.

Hoy la discusión estriba en cómo prevenir, atender, encauzar y resolver, de la manera más correcta y aceptada, lo que de no atenderse a tiempo pudiera derivar en actos violentos, sobre todo los que tienen un origen eminentemente social y político, que requieren del tacto sensible y, por supuesto, de la operación política y legal eficaz de los buenos gobernantes.

Nuestra sociedad quiere vivir en paz, dentro de un marco de armonía, a partir de una mejor integración familiar, con empleos bien remunerados, y en ámbitos de seguridad en todos los órdenes. La sociedad quiere gobernantes honrados y con valor, enérgicos pero con sensibilidad humana y política. Por supuesto que no se desean autoridades abusivas o arbitrarias, omisas, sumisas y mucho menos blandengues. Menos se toleran los excesos.

Por ello frente a lo de Atenco, para ser justos en el análisis, es necesario tener presente el primer día del conflicto, en el que la autoridad brilló por su ausencia, y se presenciaron actos violentos que pudieron alcanzar dimensiones de mayor consideración y fatalidad, precisamente por la omisión de las policías estatal y federal, habida cuenta de que la policía municipal fue apaleada y rebasada por los acontecimientos provocados por personas que no merecen reconocimiento alguno, no obstante que se proclamen líderes sociales en defensa de la tierra.

Las transmisiones de las escenas que sobre este acontecimiento vimos en la televisión tuvieron al público en una situación de estrés permanente, recordando el linchamiento que por ausencia de la acción de la autoridad se vivió aquella noche del 22 de noviembre de 2004 en Tláhuac, Distrito Federal, que le costó el cargo de secretario de Seguridad del Gobierno del Distrito Federal a Marcelo Ebrard.

Sobre todo, taladran el cerebro las tomas televisivas aquéllas cuando un hombre con sombrero que llevaba puesta una camisa color naranja no tuvo contención alguna al golpear a diestra y siniestra a un policía municipal, y la que mostró a un agente golpeando implacablemente a un ciudadano; ambas escenas dieron la vuelta al mundo.

Desde luego que no se pueden ignorar y menos desdeñar los abusos que se vieron el día siguiente, cuando el dispositivo gubernamental integral se desarrolló durante las primeras horas del día.

Se debe, pues, combatir el abuso, las infamias y las injusticias, vengan de donde vengan. No se pueden reconocer y mucho menos aplaudir las golpizas, que las hubo, y las supuestas violaciones de tipo sexual, por cierto, ninguna presentada con la formalidad que la ley exige. Fue evidente que en este incidente no se usaron las mejores maneras, ni en el pleito entre floristas ni en el tratamiento del conflicto, pero no por ello podemos caer en las manifestaciones de impotencia, odio, repudio y de eventual manipulación que son normales que se den cuando alguien abusa, pero que en este caso han propiciado acusaciones en los medios, con o sin bases, o pruebas.

¿Qué se prefiere? ¿La acción que impuso el orden durante el amanecer del jueves 4 de mayo, habiéndose incurrido en excesos? ¿O la omisión que permitió el estallido del miércoles previo, cuando falleció un adolescente, cuya muerte debe ser plenamente aclarada y castigado el autor material, así haya sido por accidente de cualquiera de las partes?

Por supuesto que es preferible la previsión sensible que todo gobernante debe observar para evitar la violencia y la represión que son propias de la barbarie. Lo ideal era que no se hubiera violentado el ánimo en la población aquel día y que la pacificación se hubiese dado de mejor manera. Pero si hubo fuego violento de inicio, como fue, resultó muy difícil sofocarlo, y hubiera sido imposible lograrlo con titubeos y temores. Era indispensable la firmeza, pero no la dureza.

Los hechos no fueron como para justificarlos, pero sí son explicables. La violencia es y ha de ser criticable siempre. Lo mejor es que las controversias se resuelvan de manera civilizada, mediante el diálogo y la discusión de ideas, como corresponde a una sociedad democrática.

Ni Enrique Peña Nieto, gobernador del estado de México, ni Eduardo Medina Mora, secretario de Seguridad Pública del gobierno federal, son elementos nefastos, sino gente cabal, sensible y de talento, preparación y capacidad probados. Se trata de servidores públicos de buenas calificaciones, por lo que estoy convencido de que jamás intentaron dañar a nadie, y mucho menos a personas inocentes. Lo que buscaron con la estrategia que ambos diseñaron y pusieron en práctica fue hacer que prevaleciera la calma y que se retornara a la paz lo antes posible en San Salvador Atenco. Sin embargo, su honor y hombría de bien que les caracteriza les exige que promuevan y procuren la justicia con celeridad y a plenitud, corrigiendo precisamente las injusticias que se hayan cometido en el momento en el que se ejerció el monopolio de la fuerza del Estado, luego de que las autoridades competentes emitan su veredicto sobre ambas manifestaciones de violencia. Debe hacerse por el bien de la sociedad, del gobierno y de la república.

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