Una conquista New Age
No debe haber en el cine estadunidense contemporáneo una carrera más atípica que la del realizador Terrence Malick. En más de 30 años sólo ha dirigido cuatro largometrajes de manera espaciada, y muy alejados de la norma de un producto comercial; tan no participa de la maquinaria usual de Hollywood que no concede entrevistas ni promueve sus películas. Su regreso al cine en 1998 con La delgada línea roja, tras 20 años de inactividad, se antojaba un hecho milagroso. Fue necesario un lapso relativamente breve de siete años para su siguiente esfuerzo, El nuevo mundo, contemplado a filmarse desde los 70.
La historia se sitúa con la llegada a tierras norteamericanas de unos expedicionarios ingleses a principios del siglo XVII. El primer encuentro con los nativos es pacífica, pero pronto el capitán John Smith (un monótono Colin Farrell) es capturado y llevado a la corte del rey Powhatan, quien se dispone a sacrificarlo. Una de las princesas (Q'Orianka Kilcher) -hija menor del monarca, y su consentida- interviene para salvar al hombre blanco. Smith se enamora de la adolescente, pero también del modo de vida indígena, un edén donde no existe el concepto de la posesión, la envidia, la mentira... Sin embargo, el capitán debe regresar donde los suyos. El amor con la princesa india no podrá sostenerse.
Ese resumen implica una voluntad narrativa que a Malick no le interesa mucho, pues cuenta la célebre leyenda de Pocahontas (mundialmente conocida por la versión Disney), con una clara intención de desdramatizar el asunto y quitarle lo hollywoodense (de hecho, el nombre de Pocahontas nunca se pronuncia). De manera similar a La delgada línea roja, el cineasta prefiere la épica íntima, es decir, mostrar las acciones en tanto den pie a la meditación de los personajes. Así, los monólogos interiores son más abundantes que los diálogos y forman la base de la comunicación entre Smith y la princesa, mientras las imágenes le dan vuelo al lirismo.
La diferencia es que la primera estaba basada en la novela de James Jones y el desarrollo del ataque a las posiciones japonesas en Guadalcanal le daba una estructura dramática a las reflexiones filosóficas sobre la guerra, el ser humano y la naturaleza. El guión no es el fuerte de Malick, quien prefiere filmar mucho más pietaje del necesario y confiar en el poderío de las imágenes. Eso le ha dado a la narrativa de El nuevo mundo un carácter demasiado lánguido y disperso. A pesar de un metraje de casi dos horas y media, se advierte que mucho material se ha desechado. Hay acciones inexplicables y los personajes secundarios aparecen y desaparecen de forma arbitraria. (Por ejemplo, uno descubre de repente que existen niños en el fuerte inglés; el actor Ben Chaplin es visto en una sola escena en plan de extra, y no logré localizar a John Savage, aunque figura en los créditos).
Por otro lado, Malick no ha logrado evitar cierto maniqueísmo al contrastar la pureza de los indígenas con la maldad, al parecer inherente, del hombre blanco. Por ello resulta contradictorio el eurocentrismo manifiesto en el hecho que los monólogos -más cursis que poéticos, la verdad- de Pocahontas sean en inglés y no en su lengua algonquin, o que la música que acompaña el romance de la pareja sea un concierto de piano de Mozart (quien, por cierto, no existió sino hasta el siglo siguiente).
Igualmente cuestionable es la idea final de un mestizaje armonioso. Si por algo se diferenció la conquista inglesa de la española fue por el genocidio casi total del pueblo indígena. Los ingleses no se cruzaron con los naturales porque establecieron la colonia con sus propias mujeres, ni los utilizaron como fuerza de trabajo, porque para eso importaron esclavos de Africa. El concepto de que la princesa -rebautizada Rebecca y casada con John Rolfe (Christian Bale)- fue recibida en Inglaterra como celebridad e invitada de honor del rey, es una conclusión ideológicamente equívoca, aunque históricamente cierta.
No obstante lo inerte del relato y la reiteración de algunos elementos -las repetidas escenas de Pocahontas retozando en la naturaleza para demostrar lo libre de su espíritu-, El nuevo mundo mantiene su atractivo gracias a sus valores formales. Malick es un virtuoso de la puesta en cámara, y aquí nuevamente filma a sus personajes rodeados por un entorno que los acepta o rechaza, según su proveniencia, con ese estilo que utiliza el movimiento y una discreta lente gran angular. Gracias al apoyo del fotógrafo Emmanuel Lubezki, hay una abundancia de esos momentos privilegiados en que la colisión entre civilización y naturaleza parece, en efecto, un descubrimiento.
El nuevo mundo
(The new world)
D y G: Terrence Malick/ F. en C: Emmanuel Lubezki/ M: James Horner/ Ed: Richard Chew, Hank Corwin, Saar Klein, Mark Yoshikawa/ I: Colin Farrell, Q'Orianka Kilcher, Christopher Plummer, Christian Bale, David Thewlis/ P: New Line Cinema, Sunflower Productions, Sarah Green Film Corp., First Foot Films, The Virginia Company. EU, 2005.