La
homofobia es la actitud hostil respecto a los homosexuales, hombres
y mujeres. Parece ser que el término fue utilizado por primera vez
en Estados Unidos, en 1971, pero hasta finales de los años ochenta
no apareció en los diccionarios franceses. Para Le Nouveau Petit
Robert, homófobo es el que manifiesta aversión hacia los
homosexuales, y para el Petit Larousse, la homofobia es el rechazo de la
homosexualidad, la hostilidad sistemática respecto a los homosexuales.
Pero aunque efectivamente el componente primordial de la homofobia es la
repulsa irracional, incluso el odio, hacia gays y lesbianas, no puede ser
reducida sólo a eso.
Tal como la xenofobia, el racismo o el antisemitismo, la homofobia es una
manifestación arbitraria que consiste en señalar al otro
como contrario, inferior o anormal. Su irreductible diferencia le coloca
al otro lado, fuera del universo común de los humanos. Crimen abominable,
amor vergonzante, gusto depravado, costumbre infame, pasión ignominosa,
pecado contra natura, vicio sodomita, son algunos de los calificativos
que han servido durante siglos para designar el deseo y las relaciones
sexuales o afectivas entre personas del mismo sexo. Encerrado en el papel
de marginado o excéntrico, el homosexual ha sido señalado
por la norma social como pintoresco, extraño o veleidoso. Y como
siempre el mal viene de fuera, en Francia se ha calificado a la homosexualidad
como “vicio italiano”, “costumbre árabe”, “vicio
griego” o hasta de “usos coloniales”. El homosexual,
tanto como el negro, el judío o el extranjero es siempre el otro,
el diferente, aquel con quien toda identificación es impensable.
El desplazamiento del problema
La reciente preocupación por la hostilidad respecto de gays y lesbianas
ha cambiado la manera en la que el problema ha sido planteado hasta ahora.
En lugar de consagrarse al estudio del comportamiento homosexual, tratado
como aberrante en el pasado, actualmente la atención se centra en
las razones que han llevado a considerar como aberrante a esta forma de
sexualidad, de manera que el desplazamiento del objeto de análisis
hacia la homofobia produce un cambio tanto epistemológico como político.
Epistemológico, dado que no se trata de conocer o comprender el
origen y el funcionamiento de la homosexualidad como de analizar la hostilidad
desencadenada por esa forma específica de orientación sexual.
Político, dado que no es ya la cuestión homosexual (a fin
de cuentas, prácticamente banal desde el punto de vista institucional),1
sino la cuestión homófoba, la que merece en lo sucesivo una
problematización particular. Ya se trate de una elección
de vida sexual o ya sea cuestión de una característica del
deseo erótico hacia las personas del mismo sexo, la homosexualidad
ha de ser considerada en lo sucesivo como una forma de sexualidad tan legítima
como la heterosexualidad. En realidad, no es más que la simple manifestación
del pluralismo sexual: una variante constante y regular de la sexualidad
humana.
En tanto que actos consentidos entre adultos, los comportamientos homoeróticos
están protegidos, al menos en la mayoría de los países
occidentales, de la misma manera que cualquier otra manifestación
de la vida privada. Como atributo de la personalidad, debería caer
en la indiferencia institucional. Lo mismo que el color de la piel, la
afiliación religiosa o el origen étnico, la homosexualidad
debe ser considerada como una dato no pertinente en la construcción
política del ciudadano y en la calificación del sujeto de
derecho.
De hecho, aunque el ejercicio de una prerrogativa o el goce de un derecho
no está ya subordinado a la pertenencia real o supuesta a una raza,
a uno u otro sexo, a una religión, a una opinión política
o a una clase social, la homosexualidad continúa siendo un obstáculo
para la plena realización de los derechos. En el seno de este tratamiento
discriminatorio, la homofobia juega un papel determinante en tanto que
es una forma de inferiorización, consecuencia directa de la jerarquía
de las sexualidades y confiere a la heterosexualidad un estatuto superior,
situándola en el rango de lo natural, de lo evidente.
Mientras que la heterosexualidad es definida por el diccionario como la “sexualidad
(considerada como normal) del heterosexual” y el heterosexual como
aquel que “siente una atracción sexual (considerada como normal)
por los individuos del sexo opuesto”2 la homosexualidad se encuentra
desprovista de dicha normalidad. En el diccionario de los sinónimos
la palabra “heterosexualidad” no figura en ninguna parte. Por
el contrario, androgamia, androfilia, homofilia, inversión, pederastia,
pedofilia, socratismo, uranismo, androfobia, lesbianismo, safismo, se proponen
como términos equivalentes al de “homosexualidad”. Y
si el diccionario Le Petit Robert considera que un heterosexual es simplemente
lo contrario de un homosexual, los vocablos para designar a este último
abundan: gay, homófilo, pederasta, enculado, loca, homo, marica,
maricón, invertido, sodomita, travesti. Esta desproporción
léxica revela la operación ideológica consistente
en designar sobreabundantemente lo que aparece como problemático
y a mantener en lo implícito a lo que se supone evidente y natural.
El guardián del género
La diferencia hetero/homo no sólo está constatada, sino que
sirve sobre todo para ordenar un régimen de las sexualidades, según
el cual únicamente los comportamientos heterosexuales merecen la
calificación de modelo sexual y de referencia para cualquier otra
sexualidad. Así pues, en este orden sexual, el sexo biológico
(macho, hembra) determina un deseo sexual unívoco (hetero), así como
un comportamiento sexual específico (masculino/femenino). De esta
manera, sexismo y homofobia aparecen como componentes necesarios del régimen
binario de las sexualidades. La división de los géneros y
el deseo (hetero) sexual funcionan más como un dispositivo de reproducción
del orden social que como un dispositivo de reproducción biológica
de la especie. La homofobia se convierte así en el guardián
de las fronteras sexuales (hetero/homo) y las de género (masculino/femenino).
Por eso los homosexuales no son las únicas víctimas de la
violencia homófoba, que también atañe a todos aquellos
que no se adhieren al orden clásico de los géneros: travestidos,
transexuales, bisexuales, mujeres heterosexuales con fuerte personalidad,
hombres heterosexuales delicados o que manifiesten gran sensibilidad...
La homofobia es un fenómeno complejo y variado que se adivina en
las bromas vulgares que ridiculizan al afeminado, pero que también
puede revestir formas más brutales, que lleguen a la voluntad de
exterminación del otro, del homosexual, como fue el caso de la Alemania
nazi. La homofobia, como toda forma de exclusión, no se limita a
constatar una diferencia: la interpreta y extrae conclusiones materiales.
Así, si el homosexual es culpable del pecado, su condena moral aparece
como necesaria y la purificación por el fuego inquisitorial fue
su consecuencia lógica. Si es asimilado al criminal, su lugar natural
resulta ser, en el mejor de los casos, el ostracismo y, en el peor, la
pena capital, como aún sucede en algunos países. Si se le
considera un enfermo, es objeto de la atención médica y debe
sufrir las terapias que la ciencia le ordene, especialmente los electroshocks,
utilizados en Occidente hasta los años sesenta.
Si las formas más
sutiles de homofobia pregonan una cierta tolerancia hacia gays y lesbianas,
no es más que a condición de atribuirles un lugar marginal
y silencioso, el de una sexualidad considerada como inacabada o secundaria.
Aceptada en la esfera íntima de la vida privada, la homosexualidad
resulta insoportable cuando reivindica públicamente la equivalencia
con la heterosexualidad.
La homofobia es el temor de que esta identidad de valor sea reconocida.
Se manifiesta, entre otras cosas, por la angustia de ver desaparecer la
frontera y la jerarquía del orden heterosexual. Se expresa con la
injuria y el insulto cotidianos, pero también aparece en los escritos
de profesores o expertos o en el curso de los debates públicos.
La homofobia es familiar, produce aún consenso y se la percibe como
un fenómeno banal: ¿cuántos padres se inquietan cuando
descubren la homofobia de su hijo adolescente, mientras que a la vez la
homosexualidad de un hijo o de una hija es todavía fuente de dolor
en el seno de las familias y conduce muchas veces a la consulta de un psicoanalista?
Invisible, cotidiana y compartida, la homofobia forma parte del sentido
común, aunque también conduzca a una innegable alienación
de los heterosexuales. Por estas razones es importante analizarla tanto
en las actitudes y comportamientos como en sus construcciones ideológicas.
1 La banalización institucional implica que los grandes aparatos
del poder normalizador, como la religión, el derecho, la medicina
o el psicoanálisis se desentienden de la cuestión homosexual
permitiendo a gays y lesbianas crear individualmente su propia identidad
y negociar sus aportaciones a una cultura específica.
2 Le Grand Robert 1992; Le Petit Robert 1996.
*
Investigador y profesor de Derecho privado en la Universidad de París.
Este texto es la introducción del libro de Daniel Borrillo
Homofobia (Edicions Bellaterra, Barcelona, 2001) y se publica con
la autorización del autor.
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El
investigador Daniel Borrillo estará en México
el 24 y 25 de mayo para dictar dos conferencias:
De la penalización de la homosexualidad,
a la criminalización de la homofobia
Miércoles 24 de mayo, Colegio de México
Participa Adriana Ortiz-Ortega, investigadora del Programa Interdisciplinario
de Estudios de la Mujer, del Colmex
Homofobia: cómo definirla, cómo
combatirla
Jueves 25 de mayo, Casa Lamm, 19:30 horas
Participa la antropóloga Marta Lamas Invitan: El Colegio de México,
Censida, Letra S
Odiar
no es un
derecho
* ¿Qué es la homofobia? En general el término
se usa para designar el miedo o temor a la existencia de personas
con una preferencia sexual distinta a la heterosexual, expresados
a través de rechazo u hostilidad.
* La homofobia marca diferencias entre los individuos a partir
de los estereotipos de “lo masculino” y “lo
femenino”. Cualquier variación –ya sea
en apariencia, actitudes, roles o prácticas sexuales
es motivo de desdén, rechazo o agresión.
* En alrededor de 80 países
la homosexualidad aún
se considera un delito.
* En países como Irán, Arabia Saudita
y Pakistán
la homosexualidad se castiga con la pena de muerte.
* En la primera mitad del siglo XIX la homosexualidad fue
medicalizada, es decir, considerada una enfermedad, una limitación
similar a la raza, según las ideas del darwinismo social
en boga en Europa en esa época.
* En 1973, la American Psychiatric Association consideró que
la homosexualidad no era “un desorden mental diagnosticable”.
En 2000 esa organización estadounidense ratificó la
decisión y considero que las modalidades terapéuticas
para “convertir o ‘reparar’ homosexuales
se basaban en teorías de cuestionable validez científica” y
a menudo realizadas por grupos políticos o religiosos.
* Hay países, entre ellos México, donde los actos
materiales de discriminación y los discursos de incitación
a la discriminación están prohibidos por la
ley.
* En algunos países, además, la legislación
penal prevé circunstancias agravantes en los casos de
muerte, tortura, violencia, agresiones sexuales, etc., si el
móvil del crimen es el odio derivado del rechazo a
las personas homosexuales.
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