Usted está aquí: martes 2 de mayo de 2006 Ciencias Drogas

Javier Flores

Drogas

Ampliar la imagen Narcos y farmacéuticas explotan el mismo mercado: el pacer que ofrecen las drogras. Imagen del año pasado durante el Día Internacional por la Despenalización de la Mariguana, en México FOTOAp

Es trascendente la diferenciación entre quienes se benefician del comercio de sustancias prohibidas y quienes las consumen. Al entenderlo así, y plasmarlo en las leyes, nuestros legisladores han dado un primer paso que, con todas las insuficiencias que se quieran ver, coloca al país en una ruta diferente.

La tradicional prohibición del consumo de drogas ha sido la materia prima de negocios multimillonarios, de la corrupción y del crimen organizado. El día en que se despenalice por completo su producción, transporte, distribución y consumo, simplemente se acabará el flagelo. Quiere decir que hoy, a escala mundial, hay quienes se benefician con la prohibición.

Hay una pregunta muy simple: ¿por qué se prohíbe? Por encima de nosotros existe una entidad, integrada por personas e instituciones que nos cuidan sin que lo hayamos pedido, que protegen nuestra salud. Pero lo hacen con tal entusiasmo que se convierte en algo sospechoso. El hambre daña la salud de millones de seres humanos en el mundo: los mata. En algunas naciones de Africa la esperanza de vida es de apenas 30 años, pero no vemos la misma vehemencia en el combate al hambre, que debería estar prohibida, en comparación con la forma en que se enfrenta el consumo de drogas.

Hay otra pregunta: ¿por qué una persona consume drogas? Para obtener una sensación de bienestar y placer, y esto lo aceptan tanto quienes las usan como quienes las combaten. En medio de todo esto, no nos damos cuenta de que lo que está en el centro es la prohibición del placer. Se trata de un mecanismo más de control. Por eso es un gran negocio que explota la necesidad humana más básica.

Ocurre algo parecido con la sexualidad, cuyo control explica la existencia de empresas muy lucrativas, como el tráfico de personas, la pornografía o la prostitución. En este caso, ocupa ese lugar el narcotráfico. Al parecer no hay remedio; siempre algo vil obstaculiza los más profundos deseos en nuestra especie.

Algunos conceden que las drogas proporcionan una sensación de bienestar, pero añaden que es artificial, como señalan quienes se debaten entre lo natural, como el placer de consumir una manzana o un jitomate (que tal vez sean transgénicos), y lo artificial, como la mariguana, los hongos, el peyote (¿son artificiales?) o alguna sustancia sintética. No se toma en cuenta que existen actualmente fármacos, es decir, drogas permitidas -antidepresivos, por ejemplo-, creados específicamente para proporcionar sensación de placer y bienestar, como el Prozac y otros.

O el Ritalin, que tiene efectos análogos a la cocaína. La neurofarmacología hace la competencia al narcotráfico desde un punto de vista legal, y es probable que en el futuro lo supere.

Pero las drogas proscritas dañan la salud, agregan los partidarios de la prohibición, pues crean dependencia física y sicológica, es decir, el organismo, desde el punto de vista biológico, no puede prescindir de ellas y, además, subjetivamente, se vuelven indispensables. Sin embargo, ocurre exactamente lo mismo con el tabaco y el alcohol, el Prozac o el Viagra, drogas que no les interesa prohibir a quienes cuidan de nuestra salud.

Pero... un momento. En realidad hay dos negocios paralelos, ambos orientados al placer mediante las drogas. Los dos obtienen ganancias multimillonarias. Coexisten uno de manera ilegal y otro legalmente. Uno con cuernos de chivo, corrompiendo gobiernos y cortando (literalmente) cabezas, y el otro por conducto de grandes corporaciones farmacéuticas, también corrompiendo gobiernos, pero con representantes de cuello blanco que actúan dentro del marco legal.

Ambos explotan una necesidad humana básica. En el siglo XXI esta combinación parece ir sustituyendo al narcotráfico y a la drogadicción, como tradicionalmente los conocíamos.

Hay, sin embargo, todavía una diferencia. El narcotráfico depende completamente de la prohibición. La industria farmacéutica no. Y las mercancías son aún muy diferentes. Cocaína, LSD, éxtasis y otras anfetaminas están en la ilegalidad. La mariguana, los opiáceos, la morfina y la heroína se ubican en la transición, pues todas forman parte del comercio del narco y, simultáneamente, de la industria farmacéutica, siempre que, en el último caso, se utilicen con fines médicos (por lo que el narcotráfico tiene una inmensa ventaja en su distribución).

Los antidepresivos y otros estimulantes del sistema nervioso, así como otros novedosos productos sintéticos, son patrimonio de las corporaciones farmacéuticas y están al alcance de todos los consumidores sólo con una receta médica. Los hongos y el peyote, aunque han tratado de apropiárselos unos y otros, siguen siendo, por fortuna, patrimonio de las comunidades indígenas.

Esta es la imagen actual.

Volviendo al punto inicial, es un gran avance que se despenalice el consumo. Representa un golpe tremendo a la prohibición y, por tanto, al inmenso poder del narcotráfico y de los funcionarios corruptos. Con esta decisión los legisladores han cumplido muy bien su último día de sesiones.

 
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