Un error histórico
En septiembre de 2001, poco después de la debacle de las elecciones en Florida, ganadas finalmente en la Suprema Corte merced a una mayoría de magistrados designados durante la presidencia de Bush padre, y días antes del ataque a las Torres Gemelas, la administración de George W. Bush se encontraba en una situación lamentable: sin carisma, sin liderazgo, sin futuro, sin programa de gobierno, sin ideas. Los analistas vaticinaban lo peor, y lo menos que se escuchaba en Washington era que Bush hijo sería como el padre: un presidente sin pena ni gloria destinado a gobernar un solo periodo presidencial. De pronto, como por arte de magia, aparecieron Osama Bin Laden y Al Qaeda en un momento histórico tan oportuno, que por lo menos un escritor europeo ha planteado la duda de que los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono pudiesen haber sido permitidos por una administración que se hizo de la vista gorda porque necesitaba un motivo singular para continuar existiendo. Después, como "represalia obligada" por los ataques, habría de venir la invasión recomendada por Condoleezza Rice, aún antes de la cuestionable victoria electoral de George W. Bush en 2000.
Era necesario -se decía entonces- reivindicar la humillación sufrida por George H. W. Bush, el padre, quien se detuvo impávido a las puertas de Bagdad sin tocarle un pelo a Hussein durante la batalla de la Tormenta del Desierto, para no ofender a los verdaderos aliados europeos que contribuyeron a la liberación de Kwait. Después del 11 de septiembre, era imprescindible mantener viva la llama patriótica que facilitaría la relección, y se convertiría eventualmente en el leitmotiv de sus dos periodos de gobierno. "Hussein es el dictador que intentó asesinar a mi papi". ¿Cómo olvidar la frase entrañable? Peor aún, Hussein se habría de convertir en algo peor que el homicida intencional de Bush padre: sería el ogro disfrazado de molino de viento que siempre han necesitado los presidentes estadunidenses para combatir simbólicamente "las fuerzas del mal": Hitler, Stalin, Castro, comunismo, terrorismo, Saddam Hussein. Así que a este último se le atribuyeron a un tiempo el financiamiento de los ataques de septiembre, el albergue de terroristas y el atesoramiento de armas de destrucción masiva destinadas a destruir Estados Unidos. (Ayudaba un poco, debemos reconocer, que Irak tuviera una de las reservas petroleras más importantes del mundo, y que la administración de Bush hijo estuviera repleta de petroleros: Bush padre fue dueño de Zapata Oil Company, después famosa como Pennzoil -llamada Zapata por la película de Marlon Brando-; Bush hijo fue, hasta que la condujo a la quiebra, propietario de Spectrum 7, compañía petrolera independiente, y Dick Cheney fue accionista y presidente de Halliburton, el consorcio petrolero que habría de jugar un papel clave en el abastecimiento de las tropas en Irak.)
La decisión, con su secuela de muertos y una encarnizada guerra civil que amenaza desestabilizar Medio Oriente por muchos años, no tiene marcha atrás. Pero el costo del error histórico se incrementa cada día. Como el dinero y el esfuerzo requeridos para la "guerra contra el terrorismo" no permitían nada más, Estados Unidos abandonó por completo su política exterior. El debate sobre las armas de destrucción masiva los separó de Europa (la "vieja Europa") el más importante aliado estadunidense con quien suscribió el pacto del Atlántico a finales de la Segunda Guerra Mundial. Según Donald Rumsfeld, Estados Unidos cambió a sus aliados tradicionales por la "nueva Europa", una coalición de oportunistas constituida por pequeños países de la antigua Europa comunista que necesitaban ayuda económica y tecnología de Estados Unidos.
Al inicio de su primer periodo presidencial Bush prometió que América Latina, y México en especial, serían prioridad de su gobierno. Después de todo, jamás había visitado Europa y su máximo orgullo cultural eran algunas frases aisladas de español que aprendió en Crawford, Texas. Parafraseando a Henry Kissinger, quien alguna vez dijo que la única experiencia internacional del candidato Bill Clinton eran sus bacanales de carbohidratos cuando desayunaba en International House of Pancakes, yo diría que la cultura hispánica de Bush se limita a los burritos de Taco Bueno, y la celebración obligada de una fiesta más texana que mexicana: el 5 de Mayo.
Como Latinoamérica (y en especial México) son el patio trasero de Estados Unidos, para recordar la atinada frase del amigo Adolfo Aguilar Zinser, la administración de Bush se olvidó completamente de los países al sur de la frontera y ahora, cuando se aproximan las elecciones legislativas y la popularidad del presidente es la más baja de la historia, los 12 millones de hispanoparlantes indocumentados (en su gran mayoría mexicanos) amenazan con una revuelta social. Además, mientras Bush y Cheney peleaban contra el fantasma de Osama Bin Laden, América Latina dio un histórico vuelco a la izquierda: Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela, Uruguay, Perú, y seguramente México después de julio próximo...