Usted está aquí: viernes 14 de abril de 2006 Opinión Freud y el arte

José Cueli

Freud y el arte

Contemplemos el ''arqueólogo del alma" en su museo imaginario, al hombre de cultura, al teórico y al clínico, para el que el arte, igual que la ciencia resultaban una invaluable fuente de conocimiento para dar cuenta del siquismo humano.

Evocaré aquí una interesante anécdota de la primera visita de la poeta Hilda Doolittle al ''profesor Dr. Freud", con quien deseaba iniciar un sicoanálisis. Relata que fue sorprendida por una confusión que escribe en su diario íntimo el 2 de marzo de 1933. El hombre venerable que la recibía en su consultorio en Viena no era el que ella había imaginado. Cercado por su colección de figurillas egipcias, griegas, romanas y chinas, de entre las cuales él parecía emerger como ''una esfinge con imagen de muerto", en vez del ''partero del alma" al que ella se dirigía y que resultaba un conservador de museo arqueológico que la ponía a pensar. Doolittle se preguntaba entonces si no sacaría de entre sus ''grandes tesoros", un frasco lleno de alguna pócima producto de alguna alquimia.

Desde ''el hombre de los lobos" hasta la princesa Marie Bonaparte, numerosos fueron los pacientes y visitantes de Freud que experimentaron un sobrecogimiento comparable delante de la extraña profusión de objetos de arte antiguo, en medio de los cuales parecía refugiarse. En las vitrinas, sobre los estantes o las consolas y llegando a ocupar hasta más de un tercio de su mesa de trabajo, cientos de pequeñas estatuillas en bronces, en marfil o en terracota, se alineaban en apretadas filas semejando a los guardianes de un santuario.

Estatuillas que se mezclaban en los estantes de su biblioteca entre textos de neurología y siquiatría, así como volúmenes de sus más preciados autores: Goethe, Schiller, Heine, Shakespeare, Dostoievski... y la Biblia enciclopédica de Phillison, bajo la mirada de los retratos de tres mujeres muy queridas: Marie Bonaparte, Lou-Andreas e Ivette Guilbert.

Estatuillas por doquier que desafiaban y abolían tiempo y espacio entre las civilizaciones como abolidos están, en el inconsciente, el tiempo, la negación y la muerte. Y así en danza silenciosa y espectral parecían desfilar Osiris y Anubis, Minerva, Tanagra, Orus y los silenos, en torno a estelas funerarias egipcias bajo la mirada vigilante de la esfinge de Tebas, mientras Eros jugueteaba entre ellos con feliz desenfado.

Objetos artísticos que, como en un desdoblamiento, en un espejo de doble faz, contribuyeran a confiar las tesis fundamentales de Freud sobre la sexualidad infantil, el complejo de Edipo, el narcisismo, los simbolismos del sueño, la agresividad inhibida, ''el silencioso trabajo de la pulsión de muerte" y el superyó bajo la orquestación de un vigilante busto romano de mármol.

De este entorno cargado de belleza y misterio da cuenta el excelente trabajo fotográfico de Edmund Engelman, realizado en el departamento de los Freud, justo antes de su partida de Viena, testimonio de un museo memorial ubicado en el número 19 de la calle Berghasse.

También a nosotros nos asalta la curiosidad y nos preguntamos: ¿De cuántas referencias, meditaciones y proyecciones habrán sido objeto, por parte de Freud, estas estatuillas? Quizá podamos tener una leve idea leyendo la carta que Freud le escribió a Marie Bonaparte el 8 de junio de 1938: ''El día que pasamos en vuestra casa de París nos trajo de regreso nuestro buen humor y nuestra dignidad, después de haber estado rodeados de afecto durante doce horas, nosotros regresamos a Londres contentos y dichosos bajo la protección de Atenea".

Se trataba de una estatuilla que Freud privilegiaba y que su amiga había traído de Viena antes de que pudieran reunirse todas en Inglaterra, en el exilio.

 
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