Existe el riesgo de que caigan en redes de pederastas, advierte investigadora
Persiste la venta de mujeres triquis en campos de Sinaloa
La costumbre de cambiar jóvenes por dinero, animales o servicios se extiende a otras etnias
Ampliar la imagen Jornaleras triquis en uno de los campos agrícolas de Sinaloa Foto: Javier Valdez
Culiacan, Sin. 13 de abril. En los campos agrícolas de Sinaloa se mantiene la costumbre de ofrecer en venta a mujeres triquis a cambio de sumas que van de 9 mil a 14 mil pesos.
Se trata de jóvenes que salieron de Oaxaca junto con sus familias para trabajar en la siembra y cosecha de hortalizas.
''La mayoría de las triquis sostiene que el hecho de que las compren es motivo de prestigio y les da la seguridad de que siempre contarán con el marido. Se han trastocado la relación de pareja y el papel de la mujer, de tal manera que ya no aceptan fácilmente malos tratos'', explica Beatriz Rodríguez Pérez, investigadora de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) y autora del libro Alianza matrimonial y conyugalidad en jornaleras migrantes. Las y los triquis en la horticultura sinaloense.
''El sistema de intercambios matrimoniales constituye un campo de negociaciones de poder, en el que no sólo circulan mujeres y riquezas, sino que también se juegan el honor, el prestigio y posiciones que, en calidad de recursos simbólicos, pueden ser aumentados o disminuidos'', dice la investigadora en su texto, editado por el Instituto Nacional de las Mujeres.
Según la autora, los padres tienen ahora más cuidado al elegir los novios y buscan evitar que la costumbre de la venta de mujeres sea aprovechada por redes de pederastas.
Rodríguez Pérez apunta: ''Las mujeres son vendidas a partir de los 13 años, y gente que tiene poder en sus poblaciones, como los caciques, puede aprovechar las costumbres de los triquis para explotarlas sexualmente. En estas comunidades hay mucho miedo de los padres y experimentan cierta resistencia a casarlas por esta vía e influir en sus noviazgos''.
Las mujeres triquis, señala en entrevista, no son una carga para sus padres, al contrario: desde pequeñas son incorporadas al trabajo en los campos hortícolas y representan una fuente de riqueza tanto por los salarios que reciben como por los recursos que aportan a la casa familiar al casarse.
''Esto implica la vigilancia del objeto de riqueza, que no salgan embarazadas o se vayan con algún extraño'', subraya la catedrática de la UAS, quien agrega que las mujeres migrantes experimentan cambios en su vida familiar y conyugal, lo que contribuye a modificar sustancialmente el sentido social del matrimonio.
''Las mujeres perciben como algo positivo la ampliación de sus espacios de acción y su capacidad de negociación, tanto familiar como con la pareja. Muchas destacan que ha mejorado la comunicación en el matrimonio y que toman más decisiones en forma conjunta que antes''.
Beatriz Rodríguez Pérez afirma que las triquis y sus familias se han percatado de los derechos de las mujeres sinaloenses y desean lo mismo para sus hijas: que estudien, trabajen, alcancen independencia económica y social, y lleguen incluso a elegir a su pareja en lugar de ser compradas.
La catedrática ha estudiado a los triquis desde 1991, cuando hizo una especialidad en ciencias sociales en el Colegio de Sonora. Para realizar la investigación que publicó en el libro citado visitó 113 albergues de jornaleros, aplicó encuestas y entrevistas a trabajadores migrantes, funcionarios, agricultores y organismos empresariales y sociales.
La doctora en ciencias sociales con especialidad en antropología social explica que el hecho de que estos grupos indígenas abandonen sus lugares de origen en busca de trabajo ha trastocado sus relaciones y valores tradicionales.
''Antes el hecho de comprar a una mujer daba derecho a hacer y deshacer con ella, como si fuera una vaca o un objeto. Hoy aún las compran, pero las mujeres están valorando las relaciones conyugales de otra manera'', aclara.
Si la mujer no está de acuerdo con la situación en su hogar o con el trato del hombre puede regresar con sus padres.
En el proceso de cesión o venta de la novia, el hombre que la pretende entrega animales, dinero o servicios de trabajo. El monto, precisa Rodríguez Pérez, va de 9 mil a 14 mil pesos de acuerdo con la edad de la novia -regularmente de 13 a 16 años-, su nivel de pobreza y otros factores.
La investigadora de la UAS explica que si la mujer recibe maltrato puede regresar y el dinero no se devuelve. En cambio, si la mujer no es virgen la regresan y su familia tiene que entregar el dinero o los bienes que recibió por ella.
Anteriormente, dice, esta práctica se daba únicamente entre los triquis, pero se ha extendido debido a la convivencia con otros grupos étnicos y mestizos en los campos agrícolas.
''La venta de la novia es una práctica que le da un valor de cambio a la mujer. En el caso de la dote, la mujer tiene que entregarse con un monto económico o propiedad para que pueda ser intercambiada'', apunta.
La dote, asegura, minimiza a la mujer, mientras que la venta, para los triquis, ''es una práctica que da estatus y prestigio a la mujer vendida y le da reconocimiento, sobre todo a sus padres''.