El turno de los pendejos
H ace ocho días el todavía primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, se empeñó en un ataque a fondo contra sus rivales políticos: "Estimo mucho la inteligencia de los italianos -dijo- y no creo que sean tan pendejos como para votar contra sus propios intereses". Forza Italia, el partido del declarante, envió millones de mensajes de texto a teléfonos celulares que confirmaban, con maneras menos abruptas, la idea: si triunfaba Romano Prodi, adversario de Il Cavaliere, "tú pierdes: impuestos sobre tus ahorros y tu casa, altermundistas y clandestinos en libertad".
Coglioni fue el término preciso: gilipollas en peninsular, boludo en argentino, huevón en chileno, pendejo en mexicano. "Perdonen mi lenguaje abrupto, pero eficaz", rogó a su auditorio el empresario y gobernante, acaso sin tener conciencia plena de la enorme eficacia que, en efecto, habrían de tener sus palabras. En los días siguientes a la refinada alocución se desató por toda Italia una fiebre de mensajes espontáneos por celular, camisetas, páginas de Internet y reuniones en las que muchos miles de ciudadanos se pusieron el saco: "todos somos pendejos", fue una de las consignas de respuesta de la movilización generada por el insulto.
La injuria fue el último clavo en el ataúd de Berlusconi. En los comicios de este fin de semana fue despojado del poder por una mayoría de ciudadanos hartos de que Il Cavaliere los haya agarrado de sus pendejos durante un lustro y que haya llevado a Italia a la guerra, al estancamiento económico, a un pavoroso déficit fiscal y a una irrupción sin precedente de la mafia en el poder institucional, irrupción de la que el propio Berlusconi es ejemplo patente.
"No es normal que alguien como él presida el gobierno italiano -dijo Rita Borsellino, dirigente de la organización siciliana antimafiosa Libera, y hermana de Paolo Borsellino, juez asesinado en 1992 en un atentado dinamitero en el que pudo estar implicado el todavía primer ministro-; cinco años de gobierno de Silvio Berlusconi en Roma y de Totó Cuffaro (procesado por favorecer a la mafia) en Palermo han servido para que la gente se dé cuenta de quiénes son." En declaraciones publicadas ayer por El País, la activista señalaba que el éxito de la delincuencia organizada "ha consistido en infiltrarse en la política y en la economía y en adormecer el debate, mientras hace mejores negocios que nunca". Puede ser. En fecha tan temprana como el 30 de mayo de 1983 la policía fiscal de Milán redactó un informe en el que señalaba: "Se ha comprobado que el señor Silvio Berlusconi financiaría un intenso tráfico de estupefacientes desde Sicilia tanto hacia Francia como hacia otras regiones de Italia (Lombardía y Lacio). El mencionado señor sería el centro de grandes especulaciones en la Costa Esmeralda sirviéndose de sociedades tapadera con sede en Vaduz y en cualquier caso, en el extranjero. Operativamente la sociedad en cuestión habría transferido amplios poderes a los profesionales de la zona". La investigación subsecuente fue dando tumbos por diversas instancias judiciales hasta que fue definitivamente cancelada por la jueza de Milán Anna Cappelli, en 1991 (Berlusconi, Marco Travaglio y Peter Gomez, Ufficio Parlamentare dell'On, Turín, 2003).
Ahora se ha vuelto moda mundial. Cuando las derechas gobernantes se enfrentan a procesos electorales y se quedan atrás en las encuestas, recurren a la denostación virulenta de sus adversarios. Actúan así en parte por desesperación (no es sólo la permanencia en el poder lo que se juegan, sino también su propia impunidad), pero también, en parte, porque esperan distraer el debate de los temas que realmente importan y desviarlo a la violencia verbal, a la calumnia y a la propagación del miedo entre los electores. Pero a veces las mayorías ciudadanas son mucho menos pendejas de lo que pudiera pensarse y, como ocurre en Italia en estos días, echan del poder a quienes las pendejean.