A
diferencia de la católica,
las religiones mesoamericanas no disociaron el erotismo del campo de
lo divino. Una tradición como la prehispánica, donde todos
los procesos sociales y naturales, cósmicos e individuales, favorables
y perjudiciales eran incomprensibles sin la intervención de fuerzas
sobrenaturales, el deseo sexual era inexplicable sin la participación
divina.
Los dioses incitaban al placer sexual, castigaban las transgresiones
y perdonaban sus excesos. Su influencia puede imaginarse como una especie
de fuerza, un efluvio que recorría el mundo de hombres y mujeres
azuzando los deseos, provocando los placeres y vigilando las conductas.
Desde principios del siglo XX, los investigadores han identificado en los
panteones del centro de Mesoamérica un número importante
de deidades con dominio sobre lo sexual, de los cuales se han reconocido
tres mayores: Tlazoltéotl, Xochiquétzal y Xochipilli.
Tlazoltéotl. La diosa de la carnalidad
Tlazoltéotl era una deidad asociada con la zona huaxteca, también
conocida como “provincia de Pánuco”. Fue conocida con
varios nombres, el más conocido, Tlazoltéotl, significa,
literalmente, “divinidad de la basura”. Tlazolli es un concepto
complejo que el fraile franciscano Alonso de Molina tradujo como “basura
que se echa al muladar”. Pero el campo semántico de tlazolli
abarcaba, además, el dominio de lo sexual. Por poner un ejemplo,
Bernardino de Sahagún, en la Historia general de las cosas de la
Nueva España, tradujo “anca ie ueli in iz tinexoxopeuililo,
anca ie uel in teuhtli, tlazolli ic timilacatzotiaz” como “¿no
será posible por ventura apartaros de las borracherías y
las carnalidades en que estáis envueltos?”.
Identificada como mujer la mayoría de las veces, Tlazoltéotl
fue señalada como varón en algunos pasajes de los frailes.
Su atuendo característico era una banda de algodón en la
cabeza con dos husos textiles a los lados; también traía
la boca teñida de negro, como las prostitutas y “malas mujeres”.
Los huaxtecas, habitantes de una zona productora de algodón conocida
como Xochitlalpan, “lugar de las flores”, por su clima cálido
y fértil, fueron identificados como un pueblo notablemente erótico.
Sus varones no vestían el atuendo típico de los pueblos del
centro de Mesoamérica. “Los hombres no traen maxtles con que
cubrir sus vergüenzas, aunque entre ellos hay gran cantidad de ropa”,
de acuerdo con Sahagún. Los autores, especialmente soldados, los
denunciaron como un pueblo entregado a la lujuria. “En todas las
provincias de la Nueva España otra gente más sucia y mala
y de peores costumbres no la hubo como ésta de la provincia de Pánuco,
porque todos eran sométicos (1) y se embudaban por las partes traseras,
torpedad nunca en el mundo oída... [y eran] borrachos y sucios y
malos, y tenían otras treinta torpedades”. (2)
Xochiquétzal.
La de flores y plumas preciosas
La diosa Xochiquétzal también estaba asociada al algodón
y al trabajo textil femenino. Ella fue, probablemente, la deidad patrona
de los tlahuicas, un pueblo náhuatl que vivió en las tierras
calientes del hoy estado de Morelos. Xochiquétzal fue identificada
con la juventud y con la maternidad temprana; “la figura de esta
diosa Xochiquétzal era... de una mujer moza”, escribió Diego
Durán en su Historia de las Indias. Su nombre significa, según
el dominico, “plumaje de rosas”, en la actualidad, algunos
estudiosos la conocen como “La de flores y plumas preciosas”.
Su atuendo se distingue por su corona de flores o por un tocado con plumas
erguidas.
Xochiquétzal fue una deidad con presencia notable en los relatos
míticos de los nahuas, asociada a los dioses creadores. En los tiempos
primordiales, ella aparece como esposa del ser humano inicial. Otra narración
indica que era mujer de Tláloc, señor de las lluvias, hasta
que “la hurtó Tezcatlipoca, y la llevó a los nueve
cielos y la convirtió en diosa del bien querer”. (3) Asimismo
se cuenta que, cierto día, Quetzalcóatl expelió su
semen sobre una piedra. De ahí “nació el murciélago,
al que enviaron los dioses que mordiese a una diosa que ellos llaman Suchiquezal,
que quiere decir rosa, que le cortase de un bocado lo que tiene dentro
del miembro femíneo y estando ella durmiendo lo cortó y lo
trajo delante de sus dioses y lo lavaron y del agua que de ello derramaron
salieron rosas que no huelen bien”. El relato del Códice Magliabechiano
explica cómo las flores fueron llevadas al mundo de los muertos
para que obtuvieran buen olor.
En una hermosa lámina del Códice Borgia, Xochiquétzal
aparece desnuda, situada entre los surcos del maíz, recibiendo lluvia
y semen que, desde los cielos, Tláloc arroja sobre la diosa y sobre
las tierras de labor. De esta manera se simboliza el matrimonio sagrado
cósmico del Cielo que fecunda a la Madre Tierra. En otra lámina,
la diosa aparece envuelta en una de las pocas representaciones abiertamente
eróticas de los códices pictóricos del centro de Mesoamérica.
En el medio de la imagen aparece un joven, probablemente el dios Xochipilli.
A su derecha Xochiquétzal, desnuda, lo incita. En correspondencia, él
le acaricia los senos. A la izquierda, otra imagen de Xochiquétzal,
esta vez vestida, castiga al joven, jalándole los cabellos. Así Xochiquétzal
suscita, a la vez que castiga, los comportamientos sexuales. Deidad por
excelencia de las hilanderas, tejedoras y bordadoras, Xochiquétzal
les transmitió su afición por el placer sexual: “Decían
que las mujeres labranderas eran casi todas malas de su cuerpo”,
escribe Sahagún.
Xochipilli. El señor de las flores
Xochipilli ha sido ampliamente reconocido como deidad del erotismo por
los estudiosos modernos. Sahagún lo sitúa como un dios con
dominio sobre las flores –lo que le confiere ya cierta connotación
erótica- y como una divinidad con capacidad para enviar enfermedades “en
las partes secretas” a quienes “ensuciaban su ayuno” con
actividades sexuales. Xochipilli era patrono de aquellos que “moraban
en las casas de los señores o en los palacios de los principales”,
probablemente dedicados a la música, el canto, la danza, la escritura
y artesanías finas. En cuanto a su género, aparece usualmente
como varón; como hijo de Xochiquétzal, por ejemplo. Sin embargo,
también es señalado como mujer de Pliltzintecuhtli y madre
de Centéotl, dios del maíz.
Tlazoltéotl, Xochiquétzal y Xochipilli sólo nos introducen
al complejo panteón de los dioses prehispánicos del erotismo,
pues el erotismo congregaba un número importante de divinidades
cuyas identidades se sobreponían unas con las otras. Así,
Xochiquétzal y Tlazoltéotl se entrelazan, y sus atributos
se proyectan sobre Mayáhuel, diosa del pulque –líquido
sagrado asociado a los comportamientos sexuales-, y sobre Chalchiuhtlicue,
diosa del agua; asimismo sobre Huixtocíhuatl, diosa de la sal, y
sobre las Cihuateteo, diosas muertas en parto. Pero sobre todo se ven asociadas
con Toci, la Diosa Abuela, la Madre Tierra, la deidad femenina cósmica.
A final de cuentas, estas diosas eran expresiones de un mismo principio
erótico y sexual, el cual encontraba sus valores metafóricos
en actividades y objetos diversos, como la flor o como el trabajo de hilanderas
y costureras, como el acto de introducir el huso en su base, de enrollar
el hilo que va creciendo como el hijo en el vientre de la madre después
del coito. Así, el acto de hilar se volvía un símbolo
de sexo y fecundación, una expresión de la gran “fábrica
de la vida”.
1 Somético: que practica la sodomía.
2 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera
de la conquista de la Nueva España, cap. 158, p. 385.
3 Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad
y provincia de Tlaxcala, en Relaciones geográficas
del siglo XVI. p. 203.
* El autor es historiador. Fragmento de Templanza y carnalidad en el
México
prehispánico. Creencias y costumbres sexuales en la obra de los
frailes historiadores, en Documentos de trabajo 10. Programa de Salud Reproductiva
y Sociedad, El Colegio de México, México, 2002.
|
El pajarito del amor
El huitzitzilin, el colibrí o chupamirto que aún
se aparece en primavera en lugares tan hostiles como la ciudad
de México, es el ave mítica que representa a
Hutzilopochtli, el dios de la guerra.
En la Colonia, ese origen divino se transmutó en poderes
mágicos ligados al amor, tradición que perdura
hasta hoy en los
amuletos que se hacen con un colibrí disecado, hembra,
si el apoyo es para ligarse a los hombres, y macho si lo que
se quiere es tener el amor de una mujer.
En los mercados tradicionales del centro del país, como
el de Sonora en el DF, se “prepara” el animal disecado
de formas diversas. Por lo regular, el ave se deposita en una
bolsa de tela roja, con otros ingredientes, que varían
según la costumbre
o el secreto celosamente guardado por cada yerbero. Los colibríes
mágicos pueden ir acompañados por sándalo,
alpiste, colorines,
semillas de trigo y girasol, cruces diminutas de ocote, pelos,
colmillos y piel de coyote, piel de serpiente, ópalos,
etcétera.
Si nadie, además del dueño, toca el amuleto,
que cuesta entre 30 y 300 pesos, los resultados para conseguir
el amor están garantizados, de acuerdo con la tradición
y los yerberos que lo ofrecen.
|
|