Por
Joaquín
Hurtado
1. Por los efectos colaterales del tratamiento antiviral sufro de lipodistrofia.
Debo mantener un régimen rigurosamente controlado en carbohidratos
y grasas. Los triglicéridos no bajan de 500, el colesterol de
800. A ti no te va a matar el sida, te va a matar una embolia, me dice
el doctor, cuídate de lo que comes. Le aseguro que mi dieta es
la de un faquir. El domingo lo consagré a un secreto ritual suicida:
dos platos de menudencias de res con diez tortillas de maíz. ¿Qué almorzaste?,
pregunta mi mujer. Sólo ensalada de lechuga y jugo de tomate,
le respondo.
2. Después de casi diez años, me encontré a Jaime
en un mercado rodante, donde vendía ropa usada. Le pregunté por
su delgadez, me preocupaban las manchas extrañas en su blanca
piel. Desviando la mirada me dijo que sufría de diabetes y alergia
a la luz solar. Hace poco aparecí en TV en un foro sobre sida.
Unos días después Jaime habló por teléfono
y en mi ausencia contestó mi esposa. Dijo dígale a Joaquín
que yo también tengo “eso”. ¿A qué te
refieres?, ahondó ella. Él ya no quiso hablar. Que estés
bien, alcanzó ella a responder. Y anotó el número
telefónico del que fue mi amante. No he podido ni querido regresarle
la llamada.
3. Hago fila de media hora con receta en mano para obtener una firma
del coordinador del Servicio Médico. Diligencias cansadas, matadas,
inhumanas, para que te suelten las medicinas. Por fin sigo yo. Otro paciente
llega corriendo y me gana el turno. Entro e interrumpo su trámite.
De pinche gandalla y picudo de mierda no lo bajo. Ni siquiera levanta
la cabeza. Cuando el ganón se retira, el coordinador me dice:
tranquilo, hombre, ese muchacho trae diarrea y se acaba de hacer, ¿no
hueles o qué?
4. El sida le provocaba un pavor incontrolable a C. ¡Hacía
sexo oral con condón! Una noche regresábamos de viaje.
En medio de la nada había un retén de la Rural. Ahí me
encontré a Miguel, un policía con el cual había
retozado por más de cinco años. Me bajé del coche
para saludarlo a gusto. Se me ocurrió una broma. Adormilado, C
se creyó la actuación de Miguel y otros dos de su grupo.
Los gendarmes le metieron sabrosa manoseada buscando drogas o armas.
Luego hicimos lo que teníamos que hacer en el asiento trasero.
Ya en marcha le pregunté: ¿qué te pareció la
agasajada del mayate rural, ¿cachonda, verdad? Desde entonces
C no me dirige la palabra.
5. Fue en un Congreso Nacional de Sida. ¿Acapulco 2001? Los asistentes
peleábamos por las pugnas de poder y cotos de influencia entre
las organizaciones de personas con sida. Mis recuerdos son vagos al respecto. Éramos
dos o tres tribus antagónicas. Lo que nunca olvidaré es
que Janeth, una joven activista de Tabasco, me dijo algo que no entendí.
Pero no importaba entender sino joder a quien se pusiera de modo. Recuerdo
que me le acerqué y de manera impulsiva, estúpida, le dije
al oído: “para qué haces tanto argüende, querida,
de todas maneras te vas a morir”. Ella me miró con desconcierto,
tristeza, rabia. Janeth falleció pocos meses después.
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