El retorno de César Chávez
¡Sí se puede!, corearon miles de sin papeles que tomaron las calles de Los Angeles contra la pretensión de criminalizar la migración indocumentada en Estados Unidos, el pasado 25 de marzo. Su convicción de que es posible enfrentar la adversidad y superarla nada tiene que ver con el grito en los estadios deportivos para animar a la selección mexicana de futbol. Es herencia del famoso lema del Sindicato de Trabajadores Agrícolas (UFW, por sus siglas en inglés), dirigido por César Chávez.
La consigna nació en 1972, cuando un grupo de dirigentes latinos dijo a César Chávez, embarcado en una desigual lucha por sindicalizar jornaleros agrícolas indocumentados, que los grandes agricultores en Arizona no podían ser derrotados porque tenían enorme influencia política. En voz baja, víctima de agotamiento por la huelga de hambre que realizaba, Chávez les respondió: ¡Sí se puede! Desde entonces, el lema se convirtió en un símbolo de que es posible enfrentar a los poderosos y ganar.
César Chávez, muerto el 23 de abril de 1993, fue en sus orígenes un sencillo trabajador agrícola, hijo de mexicanos, nacido en Arizona en 1927. Con el paso de los años se transformó en figura fundamental en la lucha por los derechos de los trabajadores inmigrantes latinos en Estados Unidos.
A lo largo de una década organizó grupos de hispanos en California, para promover el registro de votantes, oponerse a la brutalidad policial y gestionar mejoras en los barrios. Desde 1962 se dedicó a la defensa de los jornaleros agrícolas. Su sindicato fue clave en la conquista de beneficios laborales y sociales para los trabajadores agrícolas, y ejemplo para las organizaciones gremiales de empleados de hoteles, restaurantes y obreros fabriles.
Las concurridas jornadas de protesta contra la iniciativa HR4437 durante este mes prefiguran la formación de un movimiento por los derechos civiles de la población indocumentada de gran aliento. Un movimiento que anuncia el retorno de César Chávez.
Los que viven con la amenaza permanente de ser deportados no pueden votar, tienen acceso limitado a beneficios sociales, a pesar de pagar impuestos; sufren diariamente los abusos de la discriminación y no pueden quejarse; suspendieron labores y salieron a la calle para exigir justicia. Millones de personas despojadas de derechos porque no pueden ser ciudadanos en su país de residencia demandan derechos.
El movimiento actual se alimenta de gran cantidad de luchas sociales y políticas previas de los sin papeles, tanto para defender mejores condiciones laborales como para oponerse a iniciativas legales que pretendían limitar el acceso de sus hijos a educación y salud, limitar la enseñanza en español o impedir que obtengan licencias de manejo.
Los trabajadores indocumentados han sido claves en la revitalización de los sindicatos históricos tradicionales, que habían perdido membresía y protagonismo. Una nueva generación de líderes obreros hispanos, organizadores de inmigrantes, discípulos de César Chávez, ha llegado a ocupar importantes posiciones dentro de las agrupaciones gremiales. Su impacto ha sido tal, que la misma AFL-CIO acordó en 2000 luchar por la legalización de los indocumentados.
Los cambios demográficos producto de la migración han propiciado también nuevas condiciones para la acción política institucional. El crecimiento del voto latino ha auspiciado el ascenso de una camada de políticos hispanos que, como el alcalde de Los Angeles, Antonio Villarraigosa, son firmes creyentes en el sueño americano.
El movimiento fue precedido por la formación de un amplio tejido asociativo comunitario. Federaciones de clubes de paisanos, ligas deportivas, asociaciones de pequeños empresarios, grupos culturales de mexicano-estadunidenses han surgido como hongos por todo el país. Muchas funcionan simultáneamente como redes sociales de protección, vehículos de integración económica y política, espacio de recreación de la identidad y correa de transmisión hacia sus lugares de origen. Ahora mostraron ser, también, un fabuloso instrumento de movilización.
Como ha explicado David Brooks, ante la ausencia de partidos políticos o grandes organizaciones nacionales representativas, dos actores jugaron un papel clave como detonantes de las protestas: las radios hispanohablantes y la Iglesia católica.
En sentido estricto, la participación de la radio en la lucha de los indocumentados no es novedosa. César Chávez y su organización la utilizaron muy eficazmente para luchar por mejores condiciones de vida para los trabajadores agrícolas y sus familias. Mediante ella, poniendo el acento en programas musicales y de entretenimiento, logró establecer comunicación inmediata con todos los afiliados en el campo, convocar huelgas y denunciar abusos patronales.
La Iglesia católica en Estados Unidos es minoritaria, asolada por fuertes escándalos de pederastia; ha crecido gracias a los inmigrantes indocumentados. La mayoría de sus nuevos fieles son viejos creyentes de México y Centroamérica con su fe renovada. Su suerte como institución está ligada a ellos. No puede extrañar, pues, que haya sacerdotes como el padre Kennedy, quien afirma que "lo que está haciendo el Congreso es un pecado, es inmoral, y lo que Dios quiere es que se dé justicia y amnistía a millones de migrantes".
Pero las jornadas de lucha contra la criminalización de los inmigrantes son también, aunque no lo digan, una fuerte crítica al modelo de desarrollo en México. Quienes salieron del país votaron ya con los pies. Ahora, al tomar las calles de Estados Unidos, están poniendo un tache más a un gobierno que ha sido incapaz de defender los intereses de sus ciudadanos en el extranjero. Esos millones de paisanos que hoy dan una lección de dignidad no se merecen, de ninguna manera, a un pusilánime ministro como Luis Ernesto Derbez ni a un presidente entreguista como Vicente Fox.