Usted está aquí: viernes 17 de marzo de 2006 Cultura Konrad Ratz explora ''las paradójicas afinidades'' entre Juárez y Maximiliano

Querétaro: fin del segundo imperio mexicano, nuevo libro del historiador austriaco

Konrad Ratz explora ''las paradójicas afinidades'' entre Juárez y Maximiliano

Ambos fueron liberales y anticlericales, pero el archiduque era monárquico, aclara

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Ampliar la imagen El emperador Maximiliano admiró a Benito Juárez e inclusive ratificó las Leyes de Reforma promulgadas por el Benemérito, expresó el historiador Konrad Ratz a propósito de su libro Querétaro: fin del segundo imperio mexicano. En la imagen, Juárez plasmado en una caricatura del siglo XIX , que forma parte de la exposición Una página en la historia bajo el pincel de la oposición, que con motivo del bicentenario natal del prócer se inaugurará el jueves 23, en el Palacio Nacional

La historia no es una sucesión lógica y lineal de hechos. Está llena de fascinantes y al mismo tiempo desconcertantes paradojas. Una particularmente notable en la evolución de México es que tanto Benito Juárez como Maximiliano de Habsburgo eran liberales y anticlericales. La diferencia: el primero era republicano, el segundo monárquico.

Significativamente en este año del bicentenario natal de Juárez, el historiador Konrad Ratz (Viena, 1931) da a conocer un nuevo libro sobre su compatriota, Querétaro: fin del segundo imperio mexicano, que recrea los últimos y fatídicos meses del controvertido archiduque austriaco que -según el investigador- ''llegó a México convencido de su misión humana y civilizadora".

En el libro -publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el gobierno de Querétaro-, Ratz recuerda, detalla y expone con nitidez las circunstancias históricas nacionales e internacionales que dan lugar a la aventura imperial de Maximiliano.

Como austriaco residente en un país hispanoparlante, Ratz dice que puede entender en cierta medida el pensamiento de Maximiliano y explicarse muchas de sus decisiones. Evidentemente el personaje lo cautiva, pero se mantiene alejado de la complacencia y los arrebatos chovinistas.

No duda en reconocerlo como un hombre bien intencionado que, por ejemplo, promulgó leyes -en náhuatl y en castellano- que buscaban mejorar radicalmente las condiciones de vida de la población indígena; que trató de impulsar la educación y garantizar atención médica.

Pensador político con alma blanda

Fascinado por las paradójicas afinidades entre Juárez y Maximiliano, Ratz también recuerda que el emperador austriaco ratificó las Leyes de Reforma promulgadas por el Benémerito, lo que le granjeó la enemistad de dos de sus principales aliados: la Iglesia católica mexicana y el Vaticano: ''El Papa estaba furioso y cuando murió Maximiliano mandó no rezar misas por él".

-¿Le parece un personaje incomprendido de la historia de México?

-Fue incomprendido por los enemigos de entonces, pero hoy, sobre todo los historiadores, aunque no lo defienden, por lo menos ya saben qué intenciones tenía. Juárez y Maximiliano podrían haberse entendido perfectamente, pero la gran diferencia es que Maximiliano era monárquico.

-¿Se admiraban mutuamente?

-Bueno, Maximiliano admiró a Juárez y las cartas que le dirigió estaban llenas de cortesía, de admiración. En cambio, no se puede decir que Juárez haya admirado a Maximiliano, porque para él era un instrumento de los franceses. Se refería a él como ''tunante" o ''ese austriaco".

-¿La historiografía está en deuda con Maximiliano?

-Todavía hay lagunas sobre varias etapas de su vida, por ejemplo la correspondencia de sus viajes o los protocolos de ministros. Mientras no se descubran todos los documentos que llenen esas lagunas, la historiografía estará en deuda.

-¿Suscribe la imagen que algunos tiene de Maximiliano como un político idealista?

-No era político, era un pensador político. Los filósofos no luchan porque luchar quiere decir cortar amistades y al mismo tiempo hacerse de enemigos. El no quería eso, tenía un alma blanda.

Desde 1981, Konrad Ratz se ha dedicado al estudio del segundo imperio mexicano. Sobre el tema ha publicado los libros Maximilian und Juárez (en alemán, 1998) y Correspondencia inédita entre Maximiliano y Carlota (2003).

En 1987 dirigió una extensa investigación austriaca-mexicana sobre Maximiliano, de la cual surgió el libro Querétaro: fin del segundo imperio mexicano, cuyos editores resaltan como una de sus principales aportaciones la ''notable documentación gráfica que pone a la vista del lector a los protagonistas y los escenarios del suceso".

República o monarquía

El principal propósito de Ratz fue ''dejar constancia de los días previos a la muerte de Maximiliano".

A principios de 1867 ya parecía inminente el triunfo de las fuerzas republicanas sobre los imperialistas. Para entonces, Querétaro era el último bastión del imperio de Maximiliano. Desde ahí -cuenta Ratz- el austriaco dirigió una carta a Juárez proponiéndole convocar a un congreso nacional extraordinario en el que se decidiría la forma que el Estado mexicano debería tener: república o monarquía.

Convencido de su triunfo, Juárez no contestó: ''Maximiliano sabía que en caso de celebrarse el congreso, se resolvería en su contra, lo cual le daría una salida honrosa, pues podría regresar a Europa con todos los honores".

Al frente de un ejército de 40 mil hombres y 50 cañones, Mariano Escobedo encabezó el sitio de Querétaro, que duró 72 días. Los defensores imperiales -encabezados por los generales Miguel Miramón, Leonardo Márquez y Tomás Mejía- contaban con 7 mil hombres y también 50 cañones: ''Estaban muy bien entrenados y tenían un buen jefe de artillería".

Al final no fue una batalla lo que rompió el cerco en torno a la ciudad, sino una poco conocida negociación entre los sitiadores y el coronel proimperialista Miguel López.

Hasta ahora, López es considerado como un ''traidor" a la causa de Maximiliano, pero Ratz considera que con los datos sobre la negociación aportados en su libro, dicha opinión puede matizarse: ''fue un acto de sensatez que terminó con lo que podría haber sido una matanza entre mexicanos".

Los últimos días y horas de vida de Maximiliano de Habsburgo fueron muy dramáticos: ''Tenían que haberlo fusilado el 16 de junio", pero uno de sus defensores políticos que se encontraba en San Luis Potosí solicitó un aplazamiento de la ejecución para poder estar presente: ''De un minuto a otro fue enviado el telegrama para que el fusilamiento fuera aplazado, cuando se lo comunicaron a Maximiliano, éste dijo: 'Ya estamos muertos moralmente'.

''Sus confesores y testigos presenciales en general conceden que murió de una forma digna y valiente, que no tenía miedo a la muerte y que la prefería porque no quería volver a su patria deshonrado y vencido."

 
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