Usted está aquí: domingo 5 de marzo de 2006 Mundo La victoria de Hamas y la "promoción de la democracia"

Noam Chomsky*

La victoria de Hamas y la "promoción de la democracia"

La victoria electoral de Hamas es ominosa pero lamentablemente comprensible, a la luz de los recientes acontecimientos. Es enteramente justo describir a Hamas como fundamentalista, extremista y violento, y una seria amenaza a la paz y a un acuerdo políticamente justo. Pero es útil recordar que en aspectos importantes Hamas no es tan extremista como otros grupos. Por ejemplo, Hamas declara que estará de acuerdo con una tregua sobre la frontera reconocida a escala internacional antes de junio de 1967. La idea es totalmente ajena a Estados Unidos e Israel, que insisten en que cualquier salida política debe incluir la ocupación israelí de partes sustanciales de Cisjordania (y las olvidadas colinas del Golán).

Hamas ganó combinando una fuerte resistencia contra la ocupación militar con la creación de organizaciones sociales de base y con servicio a los pobres, plataforma y práctica que probablemente haría ganar votos en cualquier lugar. Sin embargo, para la administración de Bush la victoria presenta otro obstáculo para el programa de disuasión de la democracia, denominado oficialmente "promoción de la democracia".

La posición de Washington ante las elecciones en Palestina ha sido coherente. Las elecciones fueron detenidas hasta la muerte de Yaser Arafat, que fue recibida como una oportunidad para la realización de la "visión" de Bush de un Estado palestino democrático, un pálido y vago reflejo del consenso internacional sobre un acuerdo de dos estados que Estados Unidos viene bloqueando desde hace 30 años.

En un análisis en The New York Times publicado poco antes de la muerte de Arafat, "Hoping Democracy Can Replace a Palestinian Icon" (esperando que la democracia remplace a un icono palestino), Steven Erlanger escribió: "La era posterior a Arafat será la última prueba de un artículo de fe norteamericano por antonomasia: que las elecciones proveen de legitimidad incluso a las más frágiles de las instituciones". En el párrafo final leemos: "Sin embargo, la paradoja para los palestinos es rica. En el pasado, la administración Bush se resistió a nuevas elecciones nacionales entre los palestinos. La idea en aquel momento era que la elecciones lo harían lucir mejor a Arafat y le darían un mandato fresco, y podría ayudar a dar credibilidad y autoridad a Hamas". Brevemente, el "artículo de fe por antonomasia" es que las elecciones son buenas, en la medida que sus resultados sean correctos.

El problema tiene un homólogo reciente. En Irak, la resistencia masiva no violenta obligó a Washington y Londres a permitir las elecciones que habían tratado de bloquear con una serie de planes. El esfuerzo posterior para subvertir las indeseables elecciones, proveyendo ventajas sustanciales al candidato favorito de la administración y expulsando a los medios de comunicación independientes, también fracasó. En Palestina, Washington recurrió también a modos estándar de subversión.

El mes pasado, The Washington Post informó que la Agencia para el Desarrollo Internacional, dependiente del gobierno de Estados Unidos, se transformó en un "conducto invisible" para "incrementar la popularidad de la Autoridad Palestina en vísperas de cruciales elecciones en las cuales el partido gobernante enfrenta un serio desafío por parte del grupo islámico fundamentalista Hamas".

Y The New York Times informó: "Estados Unidos gastó alrededor de un millón 900 mil dólares de sus 400 millones de dólares anuales en ayuda a los palestinos en docenas de proyectos urgentes antes de las elecciones de esta semana, para reforzar la imagen de la facción gobernante de Fatah con los votantes y fortalecer su mano en la competencia con la facción militante Hamas".

Como es normal, el consulado de Estados Unidos en Jerusalén oriental aseguró a la prensa que los ocultos esfuerzos sólo intentaban "mejorar las instituciones democráticas y apoyar a los participantes democráticos, no solamente a Fatah".

En Estados Unidos o en cualquier otro país occidental, incluso una insinuación sobre este tipo de interferencia destruiría a un candidato, pero la arraigada mentalidad imperial hace legítimas en cualquier otra parte estas medidas de subversión de las elecciones. Sin embargo, el intento falló rotundamente.

Los gobiernos de Estados Unidos y de Israel tienen ahora que acomodarse a negociar de algún modo con un partido islámico fundamentalista que imita su tradicional rechazo del consenso internacional, aunque no totalmente, en caso de que Hamas acepte una tregua en base a las fronteras previas a la guerra de 1967.

El compromiso formal de Hamas de "destruir Israel" lo pone a la par con Estados Unidos e Israel, que prometieron que no habría ningún "Estado palestino adicional" (aparte de Jordania) hasta que ambas naciones aflojaron su posición de total rechazo de manera parcial en los últimos años, aceptando un miniestado formado por fragmentos de lo que persista una vez que Israel se apropie de la parte de Palestina que desea.

Simplemente como conjetura, imagine el lector una inversión de las circunstancias: que Hamas permitiese a los israelíes vivir en cantones desparramados, que no sean viables, virtualmente separados unos de otros, y en alguna pequeña parte de Jerusalén, mientras los palestinos construyen enormes asentamientos y proyectos de infraestructura para apoderarse de las tierras y los recursos valiosos. Y que, además, Hamas acepte llamar a los fragmentos "un Estado".

Si se hicieran propuestas para esta empobrecida forma de "categoría de Estado" nosotros nos sentiríamos, y con razón, horrorizados. Pero con ese tipo de propuesta, la posición de Hamas sería esencialmente igual a la de Estados Unidos y a la de Israel.

* Profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, en Cambridge, y autor del libro, de reciente publicación, Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World.

© Noam Chomsky (Distributed by The New York Times Syndicate).

 
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