Usted está aquí: sábado 4 de marzo de 2006 Opinión El segundo desmoronamiento de Morones

Gustavo Gordillo

El segundo desmoronamiento de Morones

Sesenta y cinco mineros mueren en la explosión de la mina Pasta de Conchos en Coahuila. Hay silencio gubenamental. Maniobras empresariales. Se descubre la muy conocida corrupción sindical. Los charros sienten pasos en el tejado y deciden una huelga. De pronto todos en el gobierno se acuerdan que están tratando con corruptos y surge una investigación contra el líder minero Napoleón Gómez Urrutia al tiempo que la Secretaría del Trabajo con el método de "tomar nota" desconoce a una dirigencia para imponer otra.

Algunos diputados hablan de violación a la autonomía sindical. La Conferencia del Episcopado Mexicano lamenta constatar que "en más de una ocasión las mismas instituciones sindicales están lejos de ser instrumentos al servicio de los trabajadores". El Centro de Reflexión y Acción Laboral (Cereal) sin duda una de las instancias de avanzada en el pensamiento laboral, señala que el "desconocimiento de Gómez Urrutia es una venganza del secretario de Gobernación para "cobrar" su oposición a las reformas laborales. El caso es que hasta ahora no se sanciona a los culpables de las muertes de los obreros mineros.

Hace unas semanas se filtran las conversaciones telefónicas entre el gober precioso y el rey de la mezcilla. Es una clara manipulación política usando las instituciones de los poderes Ejecutivo y Judicial para sancionar a una periodista que había denunciado una red de pedófilos. El domingo pasado la sociedad poblana se expresa de manera contundente en contra de ese gobernador. Pero el caso es que los que manipularon las leyes y más grave aún los que se han dedicado a la explotación sexual de niños y niñas no han sido sancionados.

En el ámbito electoral junto con la persistente sangría de priístas que se salen de su partido para vincularse con la coalición que encabeza AMLO y ante lo desangelado de la campaña electoral de Madrazo la especulación del momento es si se desfondará o no el PRI.

Estos y muchos otros hechos recientes quizás sólo expresan la erosión del centro histórico. No me refiero tanto a la geometría política, sino al centro político o al núcleo central del Estado. Una de las mayores debilidades de las reformas estructurales tuvo que ver con la suposición ingenua y disruptiva que toda reducción del aparato estatal sería sustituida con ventaja en eficiencia y en calidad por instituciones del mercado. Lo que ocurrió fue la creación de vacíos institucionales rápidamente llenados por actores privados jugando en mercados secundarios. En consecuencia los monopolios estatales fueron sustituidos por monopolios privados y no por competencia.

Así se genera en sociedades tan desiguales como las latinoamericanas un peculiar estamento social que no pocas veces logra acceder al tablero de mando de la política y de la economía. Esa nueva nomenklatura recibe diversos nombres en distintos países, pero su signo distintivo estriba en que su fortaleza económica y política está sustentada en una peculiar manera de desmantelar al Estado.

Por eso para corregir desigualdades y distorsiones debería aplicárseles lo que muchas veces reclamaron del Estado intervencionista del pasado. Es decir, mercado y democracia. O sea competencia económica y política. Se trata de aplicar mercado y democracia para diluir el peso distorsionador de los poderosos grupos de interés.

En su compilación En busca de la utopía, Arthur Koestler se refiere a una horrenda anécdota que circulaba en las oficinas editoriales en la época de la república de Weimar. Creo que en Kill Bill, Quentin Tarantino ofrece una versión lírica de lo mismo. Durante el reinado del segundo emperador de la dinastía Ming vivía un verdugo de nombre Wang Lun cuya fama consistía en esperar a los condenados a muerte al pie de la escalera del patíbulo y silbando una agradable tonada degollaba a sus víctimas con un suave movimiento mientras subía los escalones del patíbulo. Secretamente acariciaba una ambición: decapitar a una persona con un golpe tan certero que ésta no se diera cuenta. A los 78 años le llega el gran momento. Ya habían rodado 11 de 12 cabezas. A pesar de que la espada de Wang relampagueó, la víctima siguió subiendo los escalones y al llegar al final exclamó: Cruel Wang Lun por qué prolongas mi agonía, habiendo decapitado a los otros de manera rápida y piadosa. Wang, al oír que por fin la ambición de su vida se había cumplido y dijo con exquisita cortesía: Simplemente haz una reverencia, por favor.

Quizás algunos actores políticos harían bien en hacer la prueba de la reverencia.

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