Recibe el compositor la medalla de oro del INBA; estrenan su versión de Nereidas
La música marina y de barrio de Arturo Márquez inunda Bellas Artes
Sus nueve danzones fueron interpretados con maestría por la Orquesta Mexicana de las Artes
Ampliar la imagen El arpa rompió en mil añicos una roca de granito convertida en música durante la interpretación de la obra de Arturo Márquez en el Palacio de Bellas Artes Foto: Francisco Olvera
De manera natural, como la de la brisa marina que moja y hace sudar sin que se sepa si uno se humedece por los fluidos que vienen desde adentro o por los que recibe de otro cuerpo, la música de Arturo Márquez inundó con su oleaje de mar y al mismo tiempo de barrio tierra adentro todas y cada una de las butacas, pletóricas de seres humanos preñados de gozo, la noche del sábado en el Palacio de Bellas Artes.
Nueve danzones nueve sonaron antes de que el compositor recibiera la medalla de oro de Bellas Artes de manos del director del INBA, Saúl Juárez, quien resumió así el entramado de significados: "gracias por devolvernos la música. Gracias por ser un compositor que marca nuevos derroteros. Gracias por rencontrar la música con el público".
Al frente de la estupenda Orquesta Mexicana de las Artes (OMA), el maestro Eduardo García Barrios dirigió el programa camerístico titulado El danzón según Márquez con el siguiente orden: primero el Danzón número 1 y enseguida el número 3, seguido por La Pasión Según San Juan de Letrán, para terminar la primera parte con el Danzón número 4.
Luego del intermedio, siguieron los danzones 5, 6, 8 y 2 y al final, como pieza de regalo, el esreno mundial de la versión de Márquez para orquesta de cámara del danzón de danzones mexicano: Nereidas. "¿Será el Danzón número 9? no lo sé, pero lo pueden bailar junto a sus butacas", invitó el director con su batuta.
Durante dos horas sonó entonces el danzón como una de las bellas artes, la inteligencia sensual con su desplante de energía sexual y su refinamiento de vals vienés. Un entramado de rasgos modulatorios, de gestos sonoros expansivos, de métricas complicadísimas, de procesos composicionales de complejidad asombrosa por su traducción, límpida y tersa, en una música de aparente facilidad pero que contiene, como la literatura de Augusto Monterroso, la cualidad de lo simple logrado con las herramientas artísticas más sofisticadas y difíciles, en aras de establecer contacto directo con el público.
Claridad y sencillez. Una música que de tan inteligente sonríe en todo momento. Suena un requiebro en oboe y la piel se pone chinita. Se mueve el sonido de los violines y las violas y uno escucha a toda la orquesta moverse de la misma manera que lo hace una mujer que camina en su ondular de caderas con vaivén de hamaca. Y la piel chinita.
Suena un sax alto y hasta allá arriba sube el oleaje que baja, pleamar de intensidades muy cromáticas, acompañado de síncopas insinuadas y desplantes humorísticos en pizzicato. Rompe el arpa en mil añicos una roca de granito convertida en música. Y la piel chinita. Retumba el timbal, percute la clave, se bambolea la orquesta entera, el alma entera baila. Y la piel chinita.
En el Palacio de Bellas Artes se repitió el ritual realizado hace algunos meses en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, donde se presentó este mismo programa como preámbulo para dar a conocer en sociedad el primer disco compacto de la Orquesta Mexicana de las Artes, que contiene todos estos danzones y estará al alcance del público en un par de semanas, debido a un retraso técnico de último momento.
En Bellas Artes se refrendó también, entre aclamaciones del público, vítores y gritos de júbilo y reconocimiento al compositor Arturo Márquez, la noche de su consagración que ocurrió también en la Sala Nezahualcóyotl, la noche del 5 de marzo de 1994, cuando la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirigida entonces por Francisco Savín, realizó el estreno mundial del Danzón número 2, que marcó la consagración de este autor y desde entonces ha despertado la pasión, el gusto, la alegría y el placer de atrilistas y de público cada vez que se interpreta esta obra ya clásica y que en muchas ocasiones el público se levanta de sus asientos y se pone a bailar en los pasillos. Y la noche del sábado no fue, por fortuna, la excepción.
Arropado por las muestras de cariño del público que lo vitoreaba y le gritaba linduras al final del concierto, cuando recibió el reconocimiento del INBA, Arturo Márquez no tuvo de otra más que tomar el micrófono y advertir: "quienes me conocen saben que yo no soy muy bueno para hablar en público, que tartamudeo y digo cosas de las que luego me arrepiento, así es que no sé qué decir en este momento. Bueno, qué puedo decir. Recibir la medalla de oro de Bellas Artes es un gran honor, pero yo todavía tengo muchas cosas por hacer, mucha música por escribir, tengo tantas ideas por desarrollar todavía. Gracias, en realidad este honor que recibo ahora se debe a la complicidad que han tenido todos ustedes, el público, con mi música".
Y volvió a retumbar el timbal, se movió de nuevo la orquesta entera con andar de hamaca. Toda la piel de todo el público se volvió a poner chinita. Y el danzón se enseñoreó completamente en su potente, enhiesto oleaje. Mojó con su clamor marino y su candor de tierra adentro todo por fuera, todo por dentro, todo con un ritmo inmarcesible de cantilación y encanto.
Sucedió así un nuevo hito en la historia de la música en el mundo.