[email protected]
DOBLE SORPRESA "Capaz y soy yo el del problema", dice en un momento dado la voz en off de Iván, el adolescente protagonista de Así, largometraje dirigido por el regiomontano Jesús Mario Lozano, quien a sus treinta y cuatro años de edad y con la somera experiencia acumulada en la realización de documentales y cortometrajes por ejemplo A la salida (2004), ha recibido el espaldarazo que significa tener éste, su primer largometraje de ficción, incluido en la sexagésima segunda Muestra Internacional de Arte Cinematográfico de Venecia. La primera sorpresa pública respecto de este filme estuvo relacionada precisamente con el anuncio, inesperado y más bien discreto incluso hay medios de comunicación que parecen no haberse enterado de esto hasta el momento, de que había sido seleccionado para la Mostra. Hay ocasiones en que sorpresa significa incredulidad, y en este caso fue así por varias razones, entre las que destacaron dos: que se trata de un filme hecho en Monterrey, Nuevo León, y que sus hacedores eran, hasta antes del súbito anuncio, absolutamente desconocidos no sólo de cara al público, sino sobre todo dentro de lo que se da en llamar medio cinematográfico. (Paréntesis anticentralista: por desgracia lo anterior no tiene nada de raro, pues basta con que un fenómeno cultural película, puesta en escena, montaje plástico, evento musical, etecé, no le rinda su "debido" tributo al monstruo teratológico de Valle de Anáhuac, para que parezca obra de Calvino, por aquello de ser inexistente. Quién sabe qué haga falta para que, en opinión de quien define lo que sí y lo que no es importante, acabe de entenderse que ni Alfonso Reyes ni José Vasconcelos tenían razón al decir que el Norte del país sólo era capaz de ofrecer carne asada. Por lo que hace al cine, debe aceptarse también que de un tiempo a esta parte todo aquello que no es Ciudad de México nada de "interior de la República", o qué, ¿el DF es "exterior"?, está dando muestras de una capacidad notable para idear, estructurar y proponer temas y discursos que ni le deben ni le piden absolutamente nada a Chilangotitlán. Ítem más: no se afirma esto por resentimiento de provinciano, que es el descalificativo que Alguno podría querer endilgar al autor de esta queja, pues tal autor nació y vive en Ciudad de México, mas eso no le hace creer que los chicharrones nomás truenan ahí.) ASÍ LA COSA Mediante una fragmentación de planos-secuencia de treinta y dos segundos cada uno pues ese lapso es lo que dura como máximo la atención completa que se le puede brindar a cualquier fenómeno, de acuerdo con lo que nos informa el protagonista y narrador, en el que se ven distintos momentos de la vida diaria de un muy joven Iván que sobrelleva su carencia de respuestas ontológicas únicamente asistido por la rutina y un par de anhelos bastante asequibles, Lozano logra elaborar un continuum a partir de la inconexión, la misma que experimentamos todos, adolescentes o no, pero que no suele resultarnos evidente sólo en virtud de que somos nosotros quienes la estamos viviendo. Lo de Iván es, todo el tiempo, y dentro de esta ficción siempre a la misma hora las once treinta y dos en un reloj tan atorado como la comprensión difusa e insuficiente de Iván respecto del minimundo que lo rodea, lo de este probable alter ego del director, es la ejecución incesante de los secretos rituales de la soledad. Nimios, intrascendentes para quien no los protagoniza, pero indispensables para quien vive en y a través de ellos. "La identidad es una actuación", dice aceptablemente Iván en otro lapso de su monotonía, y esa frase y otras extraídas de la denodada y quién sabe si estéril búsqueda ontológica que realiza cualquier adolescente que se respete, a este servidor le recordaron, de inmediato, el "Distante instante" de Rockdrigo González: "si tuviera el amor, si tuviera un hermano, un amigo, un sueño en la mano..." Iván tiene poco: un amigo ciego que estudia literatura, una pareja sexual que es performancera y novia de un conocido suyo, una madre que lo visita para pedirle dinero, un empleo en una librería, un departamento pequeñito como él mismo, y unas tortugas. Con eso se sobrelleva a sí mismo y a partir de eso medio se acepta, entre resignado y nihilista. Así no es un dechado de virtudes técnicas, en más de un momento se le ven las costuras y de repente Uno echa de menos más prolijidad en la edición, los encuadres y otros aspectos. Pero con todo y esas carencias, este filme ofrece lo que para otros largometrajes mexicanos es materia de olvidos: osadía, frescura y honestidad. |