La Jornada Semanal,   sábado 31 de diciembre  de 2005        núm. 565

NMORALES MUÑOZ.

DRAMATURGIA MEXICANA HOY


Aunque los avatares de la creación artística no pueden ceñirse y equiparar sus ciclos productivos a los tiempos veleidosos de la burocracia cultural, resulta interesante analizar, en época de balances sexenales, lo que de los segundos puede reflejarse en la primera. Indagar profusamente en el grado de fusión entre arte y realidad deviene forzosamente en un análisis que, amén de interminable y excluyente, no se antoja materia de la presente entrega. Antes y mejor se toma un ejemplo de caso que ha conocido recientemente la luz pública, la antología Dramaturgia mexicana hoy, y se aventuran a partir del hecho algunas conclusiones respecto al sexenio teatral que comienza a terminar.

a) La mirada externa. Aunque no se trata de la única empresa internacional emprendida durante la gestión de Luis Mario Moncada en el Centro Cultural Helénico, es la de Jorge Dubatti la relación crítica más fructífera de todas. No sólo por sus aportaciones teóricas (que propone estudiar las diferentes maneras de hacer teatro como "micropoéticas" dentro de un "canon de multiplicidad"), sino por su mirada externa a un teatro (a una dramaturgia) generalmente endémica. Ha sido Dubatti justamente quien ha hecho posible parcialmente la aparición de esta antología en México y Argentina, y también ha sabido fungir como un interlocutor riguroso y serio de la dramaturgia mexicana que ha podido conocer. Se han encontrado, en suma, un estudioso del teatro y un país de enorme importancia teatral para establecer un ejercicio retórico y de intercambio en el mediano plazo.

b) La consolidación de una renovación poética. Breve en su extensión e incompleto por necesidad, el libro es un retrato de las distintas maneras de acometer la escritura escénica en la era de la desconstrucción. Aunque el propio Dubatti diagnostica en su presentación que el mexicano sigue siendo mayormente un "dramaturgo de gabinete" (que escribe aislado y atestigua su texto representado en una fase posterior), las piezas elegidas contradicen esta premisa y ofrecen un espectro variopinto. Desde la obra escrita por encargo, adecuada y reelaborada durante el proceso de montaje (De monstruos y prodigios, de Claudio Valdés Kuri y el fallecido Jorge Kuri), pasando por un sólido primer acercamiento dramatúrgico de quien se formó como actriz y directora (Claudia Ríos y Las gelatinas), hasta un modelo de escritura unipersonal de un marcado sello individual (Ik Dietrick Fon de Martín Zapata), se traza un mapa fidedigno de la variedad de rutas dramáticas emprendidas por la dramaturgia mexicana contemporánea, no sólo en el proceso de armado sino en lo estilístico. Se incluyen una obra que evoca un momento histórico determinado, una actualización del costumbrismo nacional y un monólogo que desterritorializa al lenguaje. No puede hablarse, ni a partir de lo aparecido en la compilación ni de lo que ha sido excluido de ella, de un peso avasallante de la tradición ni de una ruptura definitiva de la misma; es más una puesta al día de nuestra heredad escénica, más o menos lograda, más o menos desapegada.

c) El relevo generacional. Son Edgar Chías y Luis Enrique Gutiérrez los dramaturgos jóvenes que mejor han conseguido articular y madurar una voz autoral. El primero ha hallado en la narración escénica la mejor forma de amalgamar sus inquietudes y sus constantes autorales: la neurosis urbana, la desesperación vital, el desasosiego aprehensivo; el segundo ha sublimado sin moralismos y con humor negrísimo la miseria humana, en una apuesta que renueva el naturalismo y devuelve al personaje y a la palabra la preponderancia en el drama.

No son todos los que son, ni son todos los que están, acota el lugar común. De cualquier forma hay que resaltar lo meritorio de retratar fehacientemente un estado de cosas en tan pocas páginas. Un estado de cosas que aún intenta sacudirse el marasmo y terminar de ponerse al corriente con su tiempo. Que dicha puesta al día se esté desarrollando a pesar de las indecisiones del aparato institucional (con excepciones como la del propio Moncada, que desde su puesto ha tomado una postura y ha sido congruente con ella) sólo puede conducir a una reflexión: que las gestas renovadoras de cualquier teatro se dan en el gabinete y en la sala teatral, y allí no hay funcionario ni política cultural que responsabilizar por un triunfo sonoro o por la más tosca de las caídas.

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