Marcelo Castillero del Saz La historia triste de Excélsior Justo en el momento en que la Sociedad Cooperativa Excélsior con sus mil trescientos socios alcanzaba su madurez profesional, la conjura, urdida desde el poder gubernamental, culminó su siniestro propósito de descabezar a una institución periodística, misma que en la cúspide de su desempeño se había constituido, para Luis Echeverría Álvarez, en un obstáculo para alcanzar sus fines de promoción personal, inspirado quizás en ese procaz refrán de que "cuando se mata desde el gobierno, los culpables son los muertos". Habría que amojonar ciertos aspectos necesarios que nos den una mejor aproximación al conocimiento de las circunstancias humanas y sociales a partir de las cuales se gestaron hechos tan lamentables. ¿Cómo entender que un grupúsculo de no más de diez sujetos de talla menor, hayan vencido la voluntad de ochocientos socios para llevarlos a destruir su propia obra y terminar, como podemos constatar ahora, unos muy ricos, de una riqueza ilegítima y oprobiosa y otros, los más, despojados y en la ruina económica y moral? En el caso de la infausta historia de la Cooperativa Excélsior, creo necesario destacar como primera y fundamental razón de su debacle, la superficial idea que una buena parte de los socios tenían de la misión social y el compromiso histórico, que corresponde asumir a un medio de comunicación nacional, y que implicaba una insoslayable responsabilidad ética y una fidelidad a los requerimientos de un tiempo particularmente convulso. Desde mi experiencia de veintiséis años de cooperativista, una falla central en la vida de la institución fue la omisión o el olvido deliberado de organizar programas de comunicación y educación cooperativa, conceptos convergentes indispensables para forjar, a través de una sistemática reflexión, un ethos "excelsiorano": un carácter, un modo de ser, una manera de ver el mundo y asumir valores. Por supuesto que el trabajo cooperativo tiene la finalidad prioritaria indiscutible de allegarse los medios suficientes para que el trabajador solvente sus propias necesidades y las de su familia. En igualdad de circunstancias, en el caso específico de Excélsior, es evidente que por la propia naturaleza de la obra a que la labor de los socios convergía, adquiriese responsabilidades que lo vinculaban a compromisos que iban más allá de los afanes de utilidad monetaria para trascender en el cumplimiento de un destino aceptado. Sólo en una ocasión el director comunicó a los socios, con claridad y emoción, los fines y el ideario de las publicaciones de Excélsior. El 18 de marzo de 1969, ante mil cooperativistas, Julio Scherer fijó su ideario y el nuevo rumbo laboral y ético de la cooperativa: "Excélsior cumple su misión de informar y educar. Tiene un objetivo, una meta: LA VERDAD. Para alcanzarla ha adoptado una actitud: la buena fe. Nuestro trabajo tiene, más que un contenido político, una razón moral: la lucha incesante por la verdad sólo comparable a un fenómeno de la naturaleza: imposible de ocultar, imposible de contener." Oportunidad inmejorable hubiese sido, de cara al futuro, convocar a los socios sobre todo de talleres y administración a reflexionar sobre el significado de un texto tan definitorio. Las circunstancias que enfermaron la solidaridad cooperativa fueron congénitas. En efecto, Excélsior nació bajo la égida del llamado "periodismo industrial", cuyo molde fue el Imparcial, cuna de la publicidad como primera fuente de ingresos. Rafael Alducin, un hombre de mediana cultura, empresario, fundó Excélsior el 18 de marzo de 1917. Para fortuna de la naciente publicación, participaron en la aventura personas talentosas. En pocos meses, Excélsior ganó el favor del público lector; desafortunadamente, a los siete años de su fundación, a la edad de treinta y cinco años, falleció Rafael Alducin. A su muerte, y bajo la dirección de sus familiares, Excélsior transitó por una ruta azarosa de acciones y anhelos fallidos. Como resultado de una política editorial oscilante y corrompida, quedó preso entre las pugnas de los políticos, situación que finalmente obligó a la empresa a declararse en quiebra financiera. La consecuencia de tan aciago destino dejó en el ánimo de los trabajadores desesperanza y ansiedad por un porvenir incierto. Sin embargo, junto con trabajadores de redacción y administración, los tipógrafos formaron en la etapa adversa un entretejido de voluntades que trocaron la desesperanza en el inicio de una aventura que vinculó a los 248 trabajadores en una organización inédita en la rama de artes gráficas: una sociedad cooperativa. Con el advenimiento de esta nueva forma laboral se instauró en el grupo una fe solidaria basada en una honesta conciencia individual. Y bajo este expediente se inició la etapa heroica de la sociedad cooperativa, que en pocos años se consolidó como la primera institución periodística de influencia nacional, bajo la dirección inteligente y firme de dos personajes que con el tiempo se volvieron míticos: don Gilberto Figuesroa y don Rodrigo de Llano. Don Gilberto, hombre de origen humilde, oriundo de Puente de Ixtla, Morelos, contador público, de naturaleza franca y bondadosa, pronto instauró un liderazgo moral cuasi religioso. Hombre inteligente, organizó la administración de la cooperativa con una eficiencia ejemplar que en poco tiempo se consolidó como una empresa próspera con una gran estabilidad contable y financiera. Don Rodrigo, originario de Monterrey, en su juventud fue reportero y posteriormente jefe de información del Imparcial. En 1914 fundó una agencia de publicidad en Nueva York. El 11 de marzo de 1924 fue designado director de Excélsior. No obstante, mantuvo su agencia de publicidad durante muchos años; se ausentaba de Excélsior seis meses de cada año para atender su negocio. Personaje adusto, dispar del propio espíritu popular de la cooperativa, ajeno casi siempre de los avatares cooperativos, de una ajenidad casi aséptica, tuvo sin embargo la virtud de implantar en la redacción del rotativo una técnica moderna de redacción y una estricta disciplina reporteril que sin duda constituyeron el cimiento que consolidó a Excélsior como la institución periodística más importante en el país. En las horas de producción, los talleres de la cooperativa se convertían en un recinto de laboriosidad animada y dialogante entre elementos de redacción y de talleres. Excélsior era un orgullo, un anhelo y un destino para los trabajadores. Durante los treinta años que duró el caudillaje de don Gilberto y don Rodrigo, la cooperativa navegó aparentemente bajo una genuina vida igualitaria y fraterna. La verdad es que se había constituido un autoritarismo soportado por dos lógicas y dos centros de poder que generaron cada cual una cauda de favorecidos. La política editorial de don Rodrigo se conducía bajo una directriz equilibrada pero convenenciera y domesticada. La mayoría de los colaboradores de las páginas editoriales, adictos a la política estadunidense, combatían con tenacidad cualquier asomo de izquierdismo. La mayoría de los reporteros gozaban de privilegios concomitantes a su trabajo pues, a más de su paga semanaria, buena parte de ellos disfrutaba de las prebendas económicas que el aparato corruptor del sistema otorgaba. Una minoría dorada se distinguió siempre por su inflexible honestidad y fue, sin duda, el semillero que generó el nuevo Excélsior. Con un apacible y simulado conformismo, transcurrió así la segunda etapa en la vida del periódico. A la muerte de Gilberto Figueroa, en 1962, se advirtieron presagios de turbulencia. Las ambiciones soterradas se habían desatado y con ellas la intriga y la calumnia. Con la animadversión de más de la mitad de los socios y bajo la presión de don Rodrigo, Jesús García ascendió a la gerencia. Hombre gris de una animosidad torva, cometió innumerables errores a causa de los cuales recibió una jubilación forzada. A unas cuantas semanas de la muerte de don Gilberto, en enero de 1963, Rodrigo de Llano murió. La asamblea de socios eligió por aclamación nuevo director a Manuel Becerra Acosta, de ochenta y tres años de edad. Becerra Acosta, con una amplísima experiencia periodística asesorado por Julio Scherer nombrado a la sazón su auxiliar, dio un giro significativo a Excélsior. Con la designación de colaboradores de excelencia en las páginas editoriales, nuevos aires entraron a la cooperativa, conmocionando la placidez de un microcosmos casi idílico pero que en su seno solapaba intereses establecidos a lo largo de décadas, bajo la máscara de ser defensores de una ideología conservadora, tradicional del periódico. En agosto de ese mismo año muere Manuel Becerra Acosta. Nueva marejada trastorna la vida cooperativa: la necesidad de elegir nuevo director. Se hacen evidentes posiciones que postulan a dos personajes: Julio Scherer y Víctor Velarde. Julio representaba una posición honesta y progresista; por el otro bando, Víctor Velarde, hombre de empaque ambiguo, encarnaba el statu quo ventajoso para algunos. En una asamblea animada y excitada se eligió a Julio Scherer el 31 de agosto de 1968. Más pronto que tarde afloraron las inconformidades de quienes advirtieron el cercano fin de sus privilegios. Los asistentes del finado Rodrigo de Llano, Bernardo Ponce y Armando Sosa Ferreiro, exégetas de una ideología "patriótica" fundada en el mantenimiento del orden existente dentro y fuera de la cooperativa, fueron los primeros en promover la intriga y la calumnia en el seno de la cooperativa. Lo que realmente representaban era la codicia, la petulancia y el resentimiento; animosidad que lograron permear hacia la masa de cooperativistas. Desde esta posición de poder iniciaron una despiadada lucha a muerte contra el gerente y el director, faena que concluyó con la expulsión del grupo. Subvencionados por el gobierno, los expulsados persistieron en su empeño durante años, sin resultados visibles. Lograron, no obstante, esparcir la cizaña que produjo grietas en el cuerpo social. A pesar del deplorable episodio, Julio Scherer y Hero Rodríguez Toro, en los años que permanecieron al frente de la cooperativa, consolidaron el prestigio y la prosperidad económica de la sociedad y la llevaron a la cúspide del periodismo nacional y latinoamericano. Para infortunio de la cooperativa una vez más siniestros personajes, heridos por el resentimiento contra un mundo que no quiso darles la estimación que a sí mismos se concedían, conspiraban y alimentaban ambiciones ilegítimas. Esperaron con astucia socarrona las condiciones propicias para que el gobierno auspiciara un nuevo atropello contra la cooperativa, aprovechando la hornacina de inquietud que aún permanecía en el seno de la institución. Por ausencia de una educación activa y una comunicación eficaz, lamentablemente se fue pervirtiendo ese sustrato convivencial solidario para devenir en relaciones de conveniencia producto de un patrimonialismo colectivo irracional. Durante meses y mediante invitaciones grupales a restaurantes caros y prostíbulos, promesas de vivienda por uno de los actores conocido justamente como "el Promesas", quebrantaron con vileza la cohesión que dio esplendor a la cooperativa, convenciendo a casi la totalidad de los trabajadores de talleres, algunos de administración y redacción, de supuestos hechos de corrupción y del menosprecio clasista que los integrantes de la redacción sentían por ellos. La interpretación enrevesada de este mendaz argumento fue suficiente para hacer causa común con los bribones. En una asamblea amañada, los mejores elementos de la cooperativa salieron signando un final casi preescrito. Los desleales tránsfugas, algunos de los cuales ahora pretenden lavarse la cara, tenían claridad en sus ambiciosos fines. La otra cara del drama, los ochocientos o más cooperativistas, no tuvieron la capacidad reflexiva de advertir que al votar contra los dirigentes de la cooperativa también votaban contra su propia obra, su patrimonio y la importancia que la misma representaba en el contexto nacional. La tesis que finalmente expongo es que el resto del quórum de cooperativistas obnubilados padecían una incapacidad para pensar. El pensar como hábito de examinar y de reflexionar es una actitud que otorga capacidad y lucidez a los hombres contra el engaño, la torpeza y la maldad. La ligereza que conduce al error se debe a la renuncia de esa capacidad valorativa y a la indolencia en el pensar, lo que no significa deficiente inteligencia sino incapacidad de valorar hechos y acciones. Nadie que hubiere poseído el juicio, producto del hábito de pensar y valorar, hubiese votado tan ciegamente como se hizo, ni consentido la felonía que a la postre cometieron los idiotas morales. Confirman mi aserto las propias palabras de uno de los principales actores del primer cisma intra-cooperativo. Jorge Velasco, en el libro Tiempo de saber, de Julio Scherer, asienta: "La vida se oculta en el futuro. Apenas algunos tienen ojos para la niebla cerrada. Nuestro caso fue dramático: llevábamos los ojos en la nuca [ ] Provocamos la exclusión de nuestros compañeros; (a sugerencia) agredieron a los dirigentes formales de la cooperativa y se dijeron agredidos, la vieja táctica de la provocación [ ] Me negué a la claridad, neurótica mi ceguera. Gobernación pagaba y Gobernación nos marcó el alto cuando lo juzgó oportuno." Señalo aquí la responsabilidad que sin duda recae en los directivos de aquella época. Desatendieron y en algunos casos obstaculizaron una labor que era primordial: la comunicación y educación hacia el grueso de los cooperativistas. En la actualidad lo que queda de la cooperativa, con directivos mediocres, sin arrestos para reclamar legalmente a los responsables del saqueo, la sociedad se deteriora día a día esperando su enajenación. Diversa hubiese sido la historia de la cooperativa si los directivos hubieran tenido la visión de formar y crear una institución forjada en una solidaridad orgánica cuya carga vital basada en reglas y valores que no se agotaran al paso del tiempo no derivara en un agrupamiento de solidaridad mecánica ávida solamente de beneficios económicos. Quizás en la organización cooperativa hay algo de diabólico. En ocasiones se cumple la profecía de la serpiente: seréis como Dios en su doble faz: grandeza y perversión. |