Jornada Semanal,  sábado 31 de diciembre  de 2005                núm. 565
A LÁPIZ
Enrique López Aguilar
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CAPRICORNIO Y EL INVIERNO

Se dice que el temperamento de la melancolía nació en invierno, con ese descanso de la tierra tan parecido al sueño de la muerte, y fue patrocinado por Urano, el más antiguo de los dioses. Es cierto que, mediante el zodiaco invernal, Sagitario y Acuario también son sus emblemas, pero Capricornio, la cabra con cola de animal marino (lo cual representa su doble naturaleza isleña), no sólo es el signo cardinal de la tierra en su descanso sino, también, de la melancolía.

Hipócrates la relacionó con el hígado y la bilis negra: los griegos creían que en el hígado se ventilaban las pasiones; el pathos fue, desde entonces, uno más de los atributos melancólicos. Por razón natural, los Padres de la Iglesia creyeron que la tristitia, pecado muy mortal de ensimismamiento por distraer al creyente de su camino de salvación, también era una consecuencia del carácter melancólico, máxime cuando era producida por el amor apasionado y el erotismo, que tienden a deificar a la persona amada. La tristitia y la melancolía fueron consideradas enfermedades del cuerpo y del espíritu, cuyos síntomas y resultados bien se podían asociar con el frío, la contemplación distraída, la nostalgia de la calidez y el estupor de la tierra invernal.

En la terminología prefreudiana, la melancolía fue asociada con el carácter apasionado, algo muy propio de los románticos, quienes vieron en el spleen un nuevo mal del siglo para solucionar las atrocidades del mundo capitalista…

Todo esto se ha dicho de la melancolía para espanto de quienes pretendieran coquetear con ella y alejarse del ímpetu nervioso y pragmático que lleva al ser humano a amasar fortuna, conquistar el mundo y desplegar su ingenio en la acumulación de más y más peculio. Sin embargo, al melancólico no lo impresionan los caudales financieros de otros, ni sus tiempos productivos, ni le afecta ser juzgado cigarra entre hormigas, pues busca sus tesoros hacia adentro, se zambulle en aguas que otros no conocen —a veces claras, a veces negras— y emerge con una flor entre las manos para compartirla con el ser amado o con otros, sus amigos, dentro de eso que parece el pasmo improductivo del invierno y no es, en realidad, sino la vigilia del amante, la búsqueda de nuevos territorios, la donación de quien no guarda las cosas para sí mismo.

Bien mirada la melancolía, no deja de parecer extraña su asociación con Cabracuerno o Cuerno de Cabra, signo cuya historia se origina en la infancia de Zeus. En tiempos arcaicos y borrosos, Cronos fue devorando a los hijos tenidos con Rea, es decir, a la generación olímpica, debido a un antiguo oráculo que vaticinaba un parricidio en su contra, como el cometido por él contra Urano y como el que se repetiría en el caso de Zeus: el hijo que éste tuviera con Metis sería capaz de vencerlo; así como Rea se cansó de los amores de Urano, su primer esposo, con quien engendró monstruos, así se cansó de las devoraciones de Cronos, por lo que decidió que Zeus, el más pequeño de sus hijos, fuera escondido en la isla de Creta mientras daba a su esposo un envoltorio con piedras para ser engullido en lugar del niño.

En Creta, Zeus fue escondido por los pastores en una cueva (que el turista todavía puede visitar, a lomos de mula) y, ahí, la cabra Amaltea amamantó al niño el tiempo necesario para verlo crecer y volverse fuerte. Cuando Zeus tuvo la edad suficiente, se dirigió al Cielo, castró a Cronos y luego le abrió el vientre para extraer de ahí a sus hermanos vivos (acción que recuerda a la de la Madre, después de matar al Lobo, al rescatar a Caperucita y la Abuela). Una vez instaurada la tercera generación de dioses en el Olimpo, y después de la muerte de Amaltea, Zeus se mostró agradecido: con cada uno de los cuernos creó los Cuernos de la Abundancia, que dan alimento, frutos y riqueza a quien los posee; con la piel de la cabra, ordenó a Hefestos que le fabricara un escudo resistente contra toda clase de armas para hacer invencible a su dueño: la Égida; finalmente, colocó a Amaltea en el Cielo como la estrella que preside a la constelación de Capricornio.

Si Hipócrates relacionó los temperamentos humanos con órganos del cuerpo, las estaciones del año y los cuatro elementos para curaciones hoy antiguas, y si en el invierno se deja ver la constelación de Capricornio, no es de sorprender que en este signo se mezclen las cosas asociadas por él sin pretensiones zodiacales: hígado, bilis negra, tierra, pasión, invierno: melancolía.

Se dice que el temperamento de la melancolía nació en invierno, con ese descanso de la tierra tan parecido al sueño de la muerte, y fue patrocinado por Urano, el más antiguo de los dioses. Es cierto que, mediante el zodiaco invernal, Sagitario y Acuario también son sus emblemas, pero Capricornio, la cabra con cola de animal marino (lo cual representa su doble naturaleza isleña), no sólo es el signo cardinal de la tierra en su descanso sino, también, de la melancolía.