La Jornada Semanal,   sábado 31 de diciembre  de 2005        núm. 565


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

EL HUMOR DE RICARDO PALMA

Me dice un amigo peruano, escritor de lo que él llama, con buen humor, "fruslerías", que a Ricardo Palma, el autor de las Tradiciones peruanas, siempre se le dio y se le sigue dando el don (como en México a Alfonso Reyes). Un don respetuoso y, al mismo tiempo, lleno de afecto fraternal o filial. Ese don lo tenían en España Unamuno, Pérez Galdós y Valle-Inclán. Los otros escritores de nuestra lengua son conocidos por su nombre y apellido, pero sólo algunos reciben el don. Pienso, en este momento en otros dones: Enrique González Martínez, Antonio Machado y, para rabia del Marqués de Bradomín, Echegaray y Benavente. La doña literaria por excelencia fue Emilia Pardo Bazán y la que se convirtió en doña, tanto por sus arrestos como por su papel en la película basada en el texto de Rómulo Gallegos, fue María Félix. Otros dones y otras doñas andan por los rumbos de la literatura (don Artemio del Valle Arizpe), el teatro y el cine (don Alfredo Gómez de la Vega y don Fernando Soler), pero no tendríamos el espacio suficiente para recordarlos y glosar sus méritos y las razones para el respeto y, en algunos casos, veneración, que despertaron en sus contemporáneos y siguen manteniendo en el ánimo de sus lectores y espectadores.

Don Ricardo Palma fue la figura señera del segundo romanticismo peruano y, en contraste con las delicadezas y finuras que caracterizan a sus compañeros de generación, esgrimía un sentido del humor de inteligente rudeza que sabía dirigir hacia sí mismo y hacia su propia obra. Llamaba "monstruosidades abominables" a sus dramas en verso y a su obra poética la calificaba de conjunto de "renglones rimados". Esta simpática autocrítica lo faculta para burlase, en La bohemia de mi tiempo, de los excesos románticos y de las desbordadas efusiones líricas de los escritores de la escuela.

Pronto se alejó del romanticismo y recorrió muchos caminos para encontrar su propio estilo y para escribir lo que realmente le interesaba: las cuestiones históricas y las leyendas populares. Incursionó en la novela, el cuento y el teatro para descubrir su propio género, al que dio el nombre de "tradición".

Completó las seis series de las Tradiciones peruanas y las siguió escribiendo, pero con otros títulos como Ropa vieja, Ropa apolillada, cachivaches y tradiciones y artículos históricos. Poco antes de morir escribió el Apéndice a sus tradiciones y terminó (y para nuestra desgracia, ocultó) sus Tradiciones en salsa verde. Lo poco que se conoce de ese texto es deliciosamente pornográfico.

Las Tradiciones... no son compendios históricos ni meros juegos literarios. Son un nuevo género que reúne los sucedidos con la imaginación que los colorea para convertirlos en piezas literarias. Don Ricardo decía que sus Tradiciones... tenían "mucho de mentira y algo de verdad". Todo lo abarca este gran bromista: el imperio de los Incas, los personajes virreinales del siglo XVIII, algunos hechos de su tiempo y una serie de aventuras personales a las que prestó fuerza su bien controlada imaginación.

Anduvo por archivos, cotejó actas notariales, interrogó a muchas personas, leyó cronicones y pasquines, poemas épicos y octavillas burlonas. Combinando estas investigaciones con la agilísima acción narrativa, don Ricardo nos entregó una rica obra literaria en la que se entreveran los climas espirituales y los hechos históricos y sociopolíticos del Perú.

La originalidad del método de don Ricardo y los constantes guiños que hace a sus lectores y cómplices, le han garantizado la notable perdurabilidad de sus obras. Muchos de sus textos se leen como si hubieran sido escritos apenas ayer. Con todos estos materiales forjó un laberinto en el que hay leyendas dentro de otras leyendas y juegos con la historia y con las narraciones orales.

Tanto buen humor y tanta inteligencia crearon una personalidad anarquizante que lanzaba dardos en contra de la Santa Iglesia y del Señor Estado. Por otra parte, como buen heredero de Voltaire y de Herder y buen seguidor de Balzac, siempre defendió las libertades de expresión y la autonomía de la obra artística.

Veo su retrato bigotón y alcanzo a percibir la chispa humorística en sus ojos. Este liberal a ultranza y comentarista de las tradiciones de su pueblo está vivito y coleando en sus laberintos narrativos, en sus ironías y en su idea de que la inteligencia humana está por encima de los disparates, de las violencias y las pomposidades de los politicastros y los escritorzuelos.