2005: año para la izquierda en América Latina
El triunfo electoral de Evo Morales en Bolivia y la inminente victoria en la segunda vuelta de Michelle Bachelet en Chile confirman que los electores han decidido otro rumbo. Los candidatos importan, por supuesto, pero resulta fundamental la propuesta. En ella destaca la diferencia de acentos, el uso distinto de los instrumentos estatales para tratar de frenar la pobreza y recuperar una capacidad de crecimiento alta y sostenible. La izquierda gana debido al fracaso de los gobiernos que proponían el paraíso si se cumplían estrictamente los mandamientos del consenso de Washington.
Los gobernantes latinoamericanos lo hicieron. Adoptaron el programa de reformas orientadas al mercado como si fuera de ellos. Hubo, por supuesto, situaciones que determinaron esta adherencia. La condicionalidad establecida por los organismos financieros internacionales para respaldar las negociaciones con los acreedores externos fue usada para imponer esas reformas. Luego de la década perdida, la de los ochentas, el pensamiento ortodoxo se planteó una estrategia alternativa a la industrialización latinoamericana que ocurrió luego de la segunda guerra y que ha sido caracterizada como liderada por el Estado.
Esta nueva estrategia, fundamentada en los viejos planteos del liberalismo económico, se formuló con mucha simpleza. Ello implicó sobrestimar los resultados posibles y subestimar los riesgos. En la región en conjunto, entre 1990 y 1997 se dieron resultados positivos, aunque inferiores a los logrados en la "edad de oro" (1950-80). Se publicitó que la estrategia funcionaba. Las economías crecían, aunque el aumento del producto por habitante haya sido pírrico; la inflación empezó a reducirse, lo que fue explicado como el gran éxito de la autonomía de los bancos centrales; la deuda externa se redujo a niveles de 40 por ciento como proporción del PIB.
En este desempeño la productividad general de las economías apenas aumentó. La inversión no respondió a las expectativas. Junto a ello, la región agudizó su tendencia a la polarización. Tanto a nivel de las empresas, donde aparecieron empresas "de clase mundial", muchas de ellas simples filiales de las extranjeras, que coparon los espacios que ocupaban las medianas y pequeñas. La informalidad laboral se expandió. La heterogeneidad estructural corregida y ampliada. La distribución del ingreso, por su parte, mostró comportamientos regresivos.
El supuesto éxito duró poco. Entre 1998 y 2002 América Latina perdió media década. En esos años se intensificaron las reformas. La apertura financiera permitió que se incrementaran los flujos de capital hacia la región, los que repentinamente desaparecían respondiendo a factores ajenos al desempeño latinoamericano. La liberalización aumentó la fragilidad de las economías. En estos cinco años la tasa de crecimiento disminuyó de 3.6 entre 1991-97 a 1.7 por ciento. La inflación, atacada por los bancos centrales autónomos con políticas monetarias esencialmente restrictivas y marcadamente procíclicas, se redujo a 10 por ciento.
A partir de 2003 se reanudó un crecimiento más dinámico. En promedio en el último trienio creció 4 por ciento, mejor que en los años anteriores, pero menor que los ritmos de las otras naciones en desarrollo. Lejano de las tasas observadas para China e India. Junto con ello los rasgos negativos característicos de la región siguen agudizándose. La heterogeneidad estructural, la concentración del ingreso, el aumento de la pobreza y, sobre todo, el convencimiento de las poblaciones de que la democracia representativa no ha cumplido con las expectativas, con la aplicación obstinada de un modelo económico concentrador y excluyente.
La izquierda ha ganado y lo sigue haciendo porque se plantea otra propuesta. Su discurso se diferencia del neoliberalismo, aunque una vez que llega al gobierno actúa dentro de los ejes fundamentales de la política neoliberal. Ello les dificulta cumplir con los compromisos sociales establecidos no sólo en las campañas, sino en su propia historia. Se invierten las prioridades. Se llega al gobierno por el hartazgo social a una política que privilegia los equilibrios macroeconómicos frente a los enormes déficit sociales y cuando se gobierna se hace lo mismo.
Evo Morales ha planteado las prioridades con claridad. Ello puede ayudar a que las próximas victorias de la izquierda sirvan verdaderamente a la gente y no sólo a los mercados.