Animos crispados
Estos son días que muchos aprovechan para hacer recuentos, ajustes de cuentas entre las promesas y los resultados realmente obtenidos. En rigor hay poco que contar y menos para festejar. La famosa alternancia probó cuáles eran sus límites: la perdurabilidad de la cultura política autoritaria, la aparición en la escena y sin embozo de nuevos actores como la Iglesia y los medios y, sobre todo, el temor inmenso a que las cosas de fondo pudieran cambiar en el futuro.
El conflicto político, en teoría legitimado por el juego democrático, traspasó muchas veces los límites de la civilidad y, en su nombre, se violentaron elementales reglas de convivencia y respeto mutuo. No es cosa de asustarse, pero la política volvió a ser una actividad lodosa, por decir lo menos. Allí están los videoescándalos como signo de la corrupción utilizable.
Es curioso, por ejemplo, que a la invocación ritual del estado de derecho siguiera la intentona de usar la ley como arma arrojadiza para eliminar a los adversarios. La decisión de hacer a un lado la candidatura de López Obrador pretextando el acatamiento a la ley fue un golpe severísimo a la credibilidad del gobierno, a su vocación legalista y puso al país en verdadero peligro. Por fortuna, los tiempos han cambiado, en efecto, y al final se impuso la sensatez, aunque le pese al presidente de la Corte, pillado en un desliz imperdonable.
Pero el daño en cierto modo ya estaba hecho, pues la crispación política -y emocional- se ha apoderado de quienes tienen voz en la vida pública. El grado de encono, el desprecio con que se escribe y comenta en ciertos medios acerca del Peje y su presunto "populismo" nos remiten a las peores épocas de la guerra fría, cuando a las "amenazas del comunismo" se respondía con un discurso histérico, promotor del linchamiento y el deseo de venganza.
Es en esa irritación no contenida donde se hallan los residuos de la mentalidad autoritaria del pasado. En la intolerancia a flor de piel de nuestros políticos y empresarios, en la torpeza heredera del sectarismo de ciertas izquierdas, en la gratuidad de la crítica, que debía ser más racional, se ubican varios de los mayores escollos para la construcción de una visión de veras democrática sobre México y su futuro.
No solamente no se admite el derecho de la mayoría a cambiar un orden de cosas que consideran injusto (porque así lo viven), sino que ni siquiera se acepta en los hechos la posibilidad, plenamente legal y constitucional, de que llegue al gobierno por la vía de las urnas un grupo político distinto, decidido a intentar reformas que ellos no aceptan, pues las han estigmatizado como "retrocesos".
Estamos a las puertas del Año Nuevo. De aquí en adelante no habrá otro tema más preocupante que la sucesión presidencial. Ojalá y se queden bajo sello las peores tentaciones autoritarias. Un saludo de Año Nuevo para los lectores.