Usted está aquí: jueves 29 de diciembre de 2005 Política Bolivia y el nuevo escenario regional

Raúl Zibechi

Bolivia y el nuevo escenario regional

El aplastante triunfo electoral de Evo Morales, en cuya candidatura desemboca y confluye el notable ciclo de protestas y levantamientos populares iniciado en 2000, es por lejos la mejor noticia para las izquierdas sociales y políticas del continente en el año que termina. Puede ser, incluso, un incentivo para todos aquellos que en la región buscan potenciar las alternativas al modelo neoliberal. Es cierto que a la vista de experiencias continuistas como las de Ecuador, Brasil y Uruguay no debe alentarse un optimismo ingenuo, pero no puede pasarse por alto que en Bolivia fueron derrotados tanto el Estado colonial como la política de Washington.

Bolivia vive tiempos de encrucijadas. En la política doméstica, en cuyo rumbo los movimientos tendrán un papel tan destacado como el que vienen jugando en los últimos años, desmontar el Estado colonial e institucionalizar la nueva relación de fuerzas tropezará con la resistencia de las elites y con la cultura política clientelar, instalada como sentido común entre amplios sectores de la población. Herederas de cinco siglos de opresiones, las elites y la oligarquía de Santa Cruz están lejos de sentirse derrotadas y cuentan con inmensos recursos para bloquear cambios.

En paralelo, en América del Sur está tocando techo el unilateralismo, uno de los núcleos duros de la actual política internacional de la Casa Blanca. El declive de la superpotencia parece acelerarse: no pudo imponer el ALCA, debió resignarse al ingreso de Venezuela al Mercosur y ahora Bolivia está en condiciones de dar un paso significativo en la integración política, económica y sobre todo energética. El inevitable enfrentamiento del nuevo gobierno boliviano con Estados Unidos (en particular por el viraje que supone la política hacia la hoja de coca) puede reforzar al sector más nítidamente antimperialista de la alianza regional representado por el gobierno de Hugo Chávez.

Pero la decadencia de la potencia hegemónica no conlleva necesariamente un cambio en la política neoliberal. La nación emergente, Brasil, mostró recientemente en la reunión de la OMC en Hong Kong hasta qué punto sus intereses tienen puntos de coincidencia con el norte proteccionista y fisuras con el sur pobre. No se trata de Lula, sino de políticas que nacieron antes que el gobierno del Partido de los Trabajadores y que la relación de fuerzas en el país no ha hecho sino consolidar.

Las relaciones Brasil-Bolivia pueden jugar un papel destacado a la hora de mapear las nuevas relaciones internacionales ante el declive del viejo imperialismo.

La petrolera brasileña Petrobras (sociedad mixta operada por el Estado) puede ser buen termómetro de lo que se viene en la región. Ella sola responde por 20 por ciento del PBI boliviano y controla todos los aspectos del negocio del gas natural, desde la extracción hasta el transporte y la comercialización.

El gas boliviano es clave para la industria brasileña y el gobierno de Lula considera la integración energética con Bolivia como una cuestión estratégica. Petrobras está en camino de cumplir su objetivo de convertirse en la empresa líder en hidrocarburos de América del Sur. Controla porciones crecientes de los mercados en Argentina, Ecuador, Colombia, Paraguay y Uruguay y se encuentra en plena expansión a costa de la retirada parcial de empresas europeas como Shell. Un informe del Foro Boliviano sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Fobomade) concluye que "a pesar de ser una empresa que responde a una política de Estado, Petrobras demuestra un comportamiento en Bolivia similar al de cualquier trasnacional petrolera". Si Evo Morales se decide a jugar fuerte en el tema hidrocarburos, pueden surgir roces con el gobierno de Lula.

Pero Bolivia es también un cruce de caminos de la globalización. La integración regional tiene, más allá de los discursos, su eje articulador en un conjunto de "corredores" de producción, exportación y servicios, denominados "ejes de integración y desarrollo", que son franjas multinacionales que concentran los flujos comerciales reales o potenciales. La Iniciativa para la Integración Regional Sudamericana (IIRSA), creada en 2000 a instancias del gobierno de Fernando Henrique Cardoso con financiamiento de la banca internacional, se propone crear esos corredores para "vencer las barreras físicas, normativas y sociales" al comercio, desde las cordilleras hasta los problemas de orden público, con base en fuertes inversiones en energía, transporte y telecomunicaciones. Los corredores principales van en dirección este-oeste para unir el Atlántico con el Pacífico para dar salida a la producción de la industria y el agrobusiness brasileño hacia los países asiáticos. El corredor más importante de los cuatro que involucran a Bolivia -el Eje Interoceánico Central- une el puerto brasileño de Santos con los chilenos de Arica e Iquique.

Lo que está en juego es cómo quedará diseñada la integración regional. Si la política de los "corredores" financiados por el BID terminara por imponerse, emergería un panorama con aspectos positivos, ya que se consolidaría el multilateralismo de la mano del ascenso de Brasil; pero ese nuevo escenario jugará a favor de las regiones más ricas de los países más poderosos (como la burguesía de Sao Paulo) en detrimento de los pequeños y pobres, y sobre todo de los pueblos andinos. Las grandes empresas brasileñas se están expandiendo por toda la región, de la que dependen para hacer buenos negocios. En este rediseño del mapa regional, que ya está en curso, Bolivia hará pesar las segundas reservas de gas del continente luego de las de Venezuela.

El empujón que los más pobres dieron a Evo Morales para llevarlo al Palacio Quemado puede hacer descarrilar una integración regional delineada a la medida de la acumulación del capital. En un periodo de transiciones como el actual, se perfila un escenario regional fluido e inestable, propicio para que los sacudones a escala nacional, como el boliviano, encuentren terreno fértil para su propagación.

 
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