Usted está aquí: lunes 26 de diciembre de 2005 Sociedad y Justicia Muere el espíritu navideño en Tepito

Muere el espíritu navideño en Tepito

El miedo domina el viejo barrio, secuestrado por la delincuencia

ROCIO GONZALEZ ALVARADO

Ampliar la imagen Mar�y Benito Hern�ez Gonz�z en el umbral de la vecindad situada en el n� 90 de la calle de Ortega n Jes�llaseca

El trajín nocturno que provocaban las tradiciones y fiestas populares decembrinas, las cuales convertían en romería las calles, pero sobre todo el corredor de vecindades en el barrio de Tepito, sucumbió hace más de dos décadas.

En su lugar, en los predios o condominios vecinales, como ahora se les conoce a las vecindades, reina el silencio, el cual es sólo interrumpido por el ruido de los motores de los vehículos y motonetas de quienes bajo el amparo de la noche van en busca de mercancía -armas o drogas- o los disparos de los que se disputan el territorio.

Alfonso Hernández, quien se autodefine como cronista y "hojalatero social" del Centro de Estudios Tepiteños, considera que los cambios en la estructura habitacional que se originaron después de los sismos de 1985 trastocaron los modos de vida y convivencia social de este barrio, y sirvieron de caldo de cultivo a la delincuencia, la desintegración social y el deterioro de la calidad de vida.

Ayateros (intercambian ropa usada por vajillas), zapateros y comerciantes nativos del barrio, a quienes tocó vivir en famosas vecindades como la Casablanca, confirman lo anterior y relatan cómo han sido testigos de la pérdida de las tradiciones decembrinas y se han convertido en rehenes de la delincuencia.

Silvia Hernández, quien tiene un puesto de tacos y habita en la única vecindad que sobrevive con su estructura original, recuerda que el frenesí comenzaba con las posadas. "Andaba uno cantando la letanía con la vela y los escuincles andaban de maldosos quemándoles las trenzas a las niñas, o cuando rompían la piñata dejaban que las mujeres se aventaran primero y después ellos. Pero eran travesuras sanas. Ahora los muchachos, a los 14 años, ya traen su fogón (su pistola)."

Doña Silvia señala que la convivencia vecinal se ha roto: "Ya es otra la dinámica, ahora estamos como perros y gatos. Arriba ya ni te dejan colgar el mecate de la piñata, si haces escándalo se enojan, te tachan de loca. Y si haces algo lo pones todo de tu bolsa. A los jóvenes lo que les gusta es ir a las fiestas, pero a fumar mariguana o cosas más fuertes. A mí, la verdad, me da miedo salir. Lo que hacemos en estas fechas es mejor encerrarnos".

Calles arriba, en Alfarería 24, donde hasta hace 20 años se levantaba la Casablanca, considerada la hermana mayor de las vecindades de Tepito por sus más de 150 casas, la historia es similar. En uno de los patios centrales del nuevo concepto habitacional, muy cerca del altar a la Santa Muerte, Elvira y Javier recuerdan que durante la Navidad los vecinos hacían coperacha. "El ambiente era otro, se adornaban los corredores, se hacían concursos para ver cuál era el mejor." En el más grande se disponían las mesas rebosantes de tostadas, romeritos, bacalao, buñuelos y ponche. El baile era amenizado por el sonido Casablanca, tan reconocido como el equipo de futbol que aún sobrevive, refiere.

Pero del modo de vida que inspiró aquí al antropólogo estadunidense Oscar Lewis una de sus obras más famosas, Los hijos de Sánchez, sólo queda la nostalgia. Amelia, ayatera de 74 años, con su mandil en el que guarda unas tijeras para "picar a quien se quiera pasar de listo", relata que durante las nueve posadas y la Nochebuena las puertas de las vecindades se mantenían abiertas de par en par. "Las más jóvenes organizaban la fiesta, mientras las señoras se encargaban de la cena", comenta quien de niña -dice- "era de las que se aventaban a recoger las cosas de las piñatas. Había veces en que mi mamá llenaba cuatro ollas el día 24, de toda la fruta que ganábamos mis hermanos y yo; éramos 16 en total."

En Florida 14 y Aztecas 49, una vecindad que en sus mejores años tenía andadores de cantera rosa y en el centro había piedras bola de río para asolear la ropa, don Roberto Meléndez, zapatero de oficio, no encuentra otra explicación a los tiempos idos que el aumento de la criminalidad en la zona. "Pobreza siempre ha habido, pero éramos gente unida. A raíz del temblor nos dieron nuestras casas y cada quien jala por su lado", comenta.

Olga, de 30 años, vendedora de agua embotellada, resume el sentir de sus vecinos: "Ya no hay tanta fantasía ni ilusiones.Tampoco puedes quedarte tan tranquila por la delincuencia. Antes se cerraban las calles; ya no se puede hacer eso, porque hasta balazos hay", señala.

Para los nativos, su barrio ha sido secuestrado. A la par del río de puestos ambulantes donde se venden todo tipo de artículos, sus calles están divididas por un nuevo mercado, el de la droga, el contrabando de armas y hasta la contratación de sicarios.

 
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