Sartre y el elefante Enrique López Aguilar En Occidente, algunos filósofos no han podido evitar el discurso literario, no obstante la notable diferencia entre Filosofía y Literatura en lo relacionado a la proferición de sus respectivos asuntos. En tiempos más arcaicos, autores como Parménides y Heráclito ya parecieron oscuros debido a su reiterado uso de metáforas, analogías mitológicas y textos ambiguos, como en los Fragmentos (Heráclito no dejaba pasar ninguna mañana sin escribir un fragmento, según las sabias palabras de Augusto Monterroso), pues no estaban tan preocupados por elaborar un discurso preciso sino sugerente, todo lo contrario de cuanto atareó tardes y mañanas de Aristóteles, quien buscó confeccionar un discurso seco y aburrido, pero exacto, acaso más "científico" que el desarrollado por Platón, su maestro. A la postre, la actitud aristotélica dominó el horizonte filosófico y se impuso sobre tentaciones poeticistas y ambiguas, como se corrobora en las densas páginas de Kant y en el desarrollo de un metalenguaje filosófico que luego devino en metalenguaje científico: el especialista a su tema y cada lenguaje a sus cosas, así que doxa, epistemología, metafísica, ontología y escatología fueron palabras que debieron separarse de equivalentes vulgares como "opinión común", "cosa intangible", "asunto de la persona" y "preocupación por los fines" (o por los excrementos, según el contexto). Muchos filósofos se afiliaron al lenguaje duro, netamente filosófico y alejado del usuario común, mientras algunos se mantuvieron junto a la belleza del lenguaje literario y sus géneros: San Agustín, Descartes, Kierkegaard, Nietszche, María Zambrano ![]() También ocurrió lo contrario: muchos escritores abrevaron en las fuentes filosóficas, las despojaron de la pesadez de su metalenguaje y las transformaron en obras literarias donde el clamor del pensamiento adquirió un peso alado y fulgores de oro: Sor Juana, Goethe, Novalis, Unamuno, Valéry, Antonio Machado, Borges, Sábato y Paz hicieron mucho para dotar al asunto filosófico de una capacidad lúdica que pudiera llevarlo al territorio de la imaginación verbal, donde adquirió formas distintas. A Borges le preguntaron insistentemente si era filósofo y él decía que no, sólo se consideraba un buen lector de filosofía y había descubierto que ésta se hallaba embarazada con argumentos y temas literarios sin desarrollar. En ese punto del encuentro entre literatura y filosofía, es probable que hayan sido más los escritores que abrevaron en ésta para ejecutar grandes obras literarias, que los filósofos que se atrevieron a medir sus armas con el lenguaje y el quehacer literarios, indicio de la diferencia con que ambos han tratado materias comunes a lo largo de la historia: lenguaje y pensamiento. En las primeras páginas de Las palabras (1964), deliciosa y punzante obra en la que Jean-Paul Sartre acometió una autobiografía juvenil, pero con la que renunció a la literatura, confiesa que su primera aproximación al mundo ocurrió mediante la lectura de la Encyclópedie Larousse, donde las ilustraciones de animales y objetos le parecían verdaderas revelaciones; la primera vez que fue a un zoológico, el elefante le pareció menos elefante que en el libro, pues en éste los seres parecían existir en estado más puro; platónicamente, el mundo libresco era como el de las Ideas, y en el mundo real las cosas sólo parecían reflejos (para un apunte del papel pedagógico de las antiguas enciclopedias en quienes decidieron ser escritores, baste recordar cómo dos autores de generaciones cercanas a la de Sartre también hicieron sus primeras lecturas en objetos enciclopédicos: Borges, en la Britannica; y Cortázar, en El tesoro de la juventud). En Las palabras, el estilo y el acercamiento a los temas desarrollados son literarios, aunque el autor nunca deja de lado su instrumental filosófico para agudizar ciertos análisis y comentarios a posteriori de los acontecimientos narrados. ¿Cómo es que en Sartre confluyeron el filósofo y el literato? Siguiendo la tradición de la fenomenología alemana, él pensaba que nuestras ideas son producto de la experiencia en situaciones cotidianas, y que las novelas y obras de teatro donde se describen dichas experiencias fundamentales tienen tanto valor como los ensayos discursivos generados por las teorías filosóficas; pero el hecho de pensar esto no necesariamente produce a un buen escritor: en el caso de Sartre, debe suponerse a alguien cuyo talento le permitió fusionar las pesquisas filosóficas con los quehaceres literarios. ![]() Como filósofo vinculado con el existencialismo, Sartre prosiguió una ruta iniciada en el siglo XIX por autores como Jaspers y Kierkegaard. Si el existencialismo es visto como una crisis de la conciencia individualista, burguesa y occidental, el filósofo francés siempre insistió en que, en sus manos, resultaba humanista (en lo cual no hay más remedio que darle la razón, pues no sería propio de piedras, árboles o animales asumirse como seres en estado de existencia). En El existencialismo es un humanismo (1946), Sartre defendió al existencialismo de sus críticos y, a la vez, sintetizó sus ideas al respecto: la existencia humana está condenada a ser libre, pues ha sido arrojada a la acción responsable sin excusas, es decir, a un compromiso existencial sin mala fe. Sartre se diferenció de Heidegger en cuanto éste consideraba lo humano como un "ser-ahí", arrojado en el mundo; mientras que, para aquél, lo humano es un proyecto, un ser que debe hacerse en tanto transcurre del "ser-en-sí" al "ser-para-sí". Asimismo, se opuso a todo vestigio de metafísica, pues opinaba que en el ser humano la existencia precede a la esencia: él afirmó que, contrariamente a lo creído tradicionalmente, la esencia humana no es algo preexistente a la vida de cada persona, sino que la esencia de cada individuo y la humanidad se construye mediante elecciones tomadas cotidianamente. Adalid del llamado escritor comprometido, Sartre decidió que su literatura debía manifestar lo que sus ensayos filosóficos razonaban. ¿Cómo lograr que una novela o una obra de teatro encarnen ciertas ideas sin que personajes y situaciones parezcan meros títeres en manos de un demiurgo sermonero? En su caso, ¿cómo hacer carne literaria con ideas como "la existencia precede a la esencia" o el hombre es un "ser-para-sí"? Sartre fue filósofo y escritor pero, ¿logró criaturas literarias que condujeran las ideas de su existencialismo? ¿No le ocurrió como a su percepción del elefante, en la infancia? En La trascendencia del ego, Esbozo de una teoría de las emociones, La imaginación, Lo imaginario, El ser y la nada, El existencialismo es un humanismo y Crítica de la razón dialéctica, se encuentra el meollo de su pensamiento y la densidad propia de sus categorías filosóficas, pero cabe preguntarse si sus obras literarias no son accidentes donde sólo hay reflejos de los textos filosóficos. ![]() Para efectos de su trabajo literario, Sartre adoptó su principio básico de que la existencia precede a la esencia, tratando de representar la trágica angustia de un alma consciente de hallarse condenada a ser libre. Según sus palabras, esta pavorosa libertad significa que, ante todo, el hombre existe, se encuentra a sí mismo, se agita en el mundo y se define después; por lo tanto, está condenado en cada instante de su vida a la absoluta responsabilidad de renovarse. La náusea narra las actividades de Roquentin, un investigador deprimido en una ciudad similar a Le Havre, quien se vuelve cada vez más consciente de la indiferencia manifestada hacia él por los objetos íntimos y situaciones que lo rodean, pues éstos se resisten a la adjudicación de significados que la consciencia humana pretende darles. Esta indiferencia de "las cosas por ellas mismas" subraya la libertad de Roquentin para percibir y actuar en el mundo: donde quiera que mira, se encuentra con situaciones llenas de significados creados por él. De ahí proviene la "náusea": todo lo que se encuentra en la vida cotidiana del protagonista está recargado con un penetrante y horrible sabor a él mismo, de su libertad; sin importar cuánto quiera algo distinto, no puede alejarse de la dolorosa evidencia de su participación en el mundo. ¿Cómo se entera el lector de estas complicadas situaciones del ser? Gracias a un ardid literario: la novela está contada desde la primera persona narrativa y desde las páginas de un diario, lo cual permite al escritor zambullirse en las ideas y experiencias de su protagonista, las cuales se plasman en un texto que pide la confianza en lo narrado, pues sólo el personaje-narrador es capaz de contar esas cosas: no hay más testigos ni quien pueda contradecirlo. Sartre, el escritor, creó obras muy influyentes para la literatura del siglo XX: los cuentos recogidos en El muro fundaron la corriente absurdista donde abrevaron Ionesco y Beckett; varias de sus obras de teatro se hicieron famosas gracias a los símbolos que sirven de instrumento para difundir su filosofía, y por el interés intrínseco de las mismas. Una de las más célebres, A puertas cerradas, contiene la famosa línea: "Lenfer, cest les autres", pero no son menos importantes A puertas cerradas, Las moscas, El Diablo y el buen Dios y La prostituta respetuosa. Algunos críticos han considerado que la mejor aportación novelística de Sartre son los tres tomos de Los caminos de la libertad, por tratarse de una serie que le permitió volcar sus experiencias de la guerra y el impacto que éstas tuvieron en sus ideas pero, sobre todo, por tratarse de una aproximación más práctica y menos teórica al existencialismo; sin embargo, Sartre siempre estará asociado con su primera novela, La náusea, publicada en 1938. Otra vez, el elefante: las obras literarias de Sartre son poderosas y reflejan la angustia; absurdo y existencia adquieren en ellas la puesta en marcha de ideas filosóficas muy densas pero, si la obra filosófica de Sartre se perdiera, sería arduo recuperarla mediante sus textos narrativos y teatrales, pues éstos parecen menos elefantes que el elefante visto en sus ensayos teóricos, aunque nunca dejará de merodear al lector la siguiente pregunta: ¿y si fuera al revés? |