Cuando el regreso es tragedia Un migrante desterrado de su pueblo Texto y fotos: Askari Mateos Luego de tres décadas de vivir en Estados Unidos, a donde se fue empujado por la miseria, un migrante volvió a su comunidad de origen sólo para ser encarcelado y luego desterrado por negarse a pagar dos mil dólares, equivalentes, según las autoridades municipales, a los servicios que dejó de prestar en su ausencia
Fausto dejó su comunidad en 1972, a los 31 años, por las mismas razones que han tenido, antes y después que él, miles de oaxaqueños: la falta de empleo y oportunidades de desarrollo: "Ni siquiera el maíz y el frijol eran suficientes. Me fui por necesidad, no porque hubiera querido". Antes de hacerlo intentó sacar adelante a su familia comprando y vendiendo café, ganado y pieles, "pero no me salía porque en ese tiempo no había carretera". En ese entonces su hija mayor tenía 12 años y estaba a punto de entrar a la secundaria, pero en San Andrés no había ese tipo de oportunidades, y mucho menos para sus otros cuatro hijos. Los caminos aún lucían lodosos o en el mejor de los casos eran nubes de polvo y había que caminar varias horas para llegar de una comunidad a otra; además el agua potable, la luz eléctrica y algunos otros servicios eran sólo un sueño. Recuerda que se preguntaba: "¿Qué haré Dios mío, qué haré?" Atribulado tomó la decisión de ir a Estados Unidos. Emprendió el viaje solo y a la aventura pues no llevaba nada que lo identificara. Cuenta que entró a San Isidro, California, por Tijuana entonces era más fácil pasar la frontera. Comenzó trabajando en restaurantes hasta que se hizo supervisor de alimentos en The Federal Company. Con el tiempo juntó dinero suficiente, compró un lote en la ciudad de Oaxaca donde construyó una casa para sus hijos, y años después se los llevó consigo, para compartir con ellos el sueño americano. Actualmente todos ellos son estudiantes universitarios, egresados de The University of San Diego (USD) y The University College of Los Angeles (UCLA), así como de The Southern College y The Trade Tech College LA. Los habitantes de San Andrés Solaga no los han visto desde que abandonaron el pueblo. Procedente de Los Angeles, California, Fausto regresó el 27 de marzo de 2005 a visitar a su hermano y "echarle un ojo" a las tierras de su suegra. Ciudadano estadunidense desde 1991, se encontró con que su pueblo ya era otro: aunque de terracería los caminos ya son accesibles, y aquellas que eran veredas ahora son calles pavimentadas por donde suben los guajoloteros flechas del Zempoaltepetl; además los habitantes de esa localidad ya cuentan con todos los servicios básicos y mucho de ello es gracias a las organizaciones de migrantes en Estados Unidos y la ciudad de México. Un día después de su llegada la autoridad municipal lo mandó llamar para notificarle que debido a que no había pagado sus cooperaciones comunitarias y tequios, tenía un adeudo de "2 mil dólares" y de no cubrirlo sería "encarcelado o desconocido" para siempre del pueblo. Eso hacían los abuelos
"A nosotros no nos interesa la ley, aquí lo que prevalece son nuestros usos y costumbres... Eso hacían los abuelos, eso hacemos nosotros", le dijeron las autoridades municipales de San Andrés Solaga. Y aunque Fausto aportó hasta los 60 años edad en la que quedan exentos sus respectivas cuotas mensuales a la Organización Solageña en Los Ángeles, los municipios que se rigen por usos y costumbres tienen arraigada la idea de que quienes por diversas circunstancias salen de su comunidad y no cumplen con el tequio, no aceptan cargos públicos o no dan las cooperaciones que se determinan, deben aportar aun después de los 60 años de alguna manera en favor de la comunidad o para una festividad religiosa, de lo contrario, por acuerdo de la asamblea comunitaria, se les imponen sanciones. Los canales para captar estas aportaciones para el pueblo desde el extranjero son las organizaciones de migrantes y, aunque no se cuenta con un dato preciso de cuántas son, ya que varias desaparecen y se vuelven a crear, según el Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME), existen más de 60 organizaciones de oaxaqueños. Esta es mi tierra Fausto narra debajo del altar en su casa de Oaxaca que los hechos ocurrieron cuando se disponía a comer junto con su esposa y su suegra; fue llamado por el presidente municipal, Aquileo Bautista González, a través del sonido local, "para que me presentara en el ayuntamiento". Una vez ahí, éste le notificó que debía pagar "2 mil dólares", lo cual se negó a hacer, por lo que se tomó la decisión de encarcelarlo mientras se reunía todo el pueblo en asamblea comunitaria para resolver qué hacer. A decir de Fausto, el pueblo le exigía a coro que pagara y si no lo hacía se le privaría de sus derechos y propiedades como ciudadano, es decir, quedaría desterrado de San Andrés Solaga. Recuerda: "¿Por qué vuelves?", le preguntó el pueblo. "Vuelvo porque esta es mi tierra y no pagaré, y mucho menos en dólares", replicó. "¿Entonces quieres morir verdad?", volvieron a preguntar. "Yo sé que he de morirme algún día, pero no ahora", contestó Fausto, y tras eso fue ingresado nuevamente a la cárcel del pueblo donde permaneció 48 horas. Ya era de noche cuando la asamblea redactó un acta que firmaron todos los habitantes en donde se asienta que "el pueblo lo desconoce", por lo que un par de días más tarde abandonó su comunidad. Durante todo ese tiempo, lo mantuvieron en arraigo domiciliario, sin acceso al teléfono ni la posibilidad de comprar alimentos. Unos meses después su hermano también salió del pueblo para ir con Fausto a Estados Unidos; hoy las casas que alguna vez habitaron lucen abandonadas y los terrenos descuidados. Que se regrese a comer hamburguesas
La mayoría del pueblo coincide que luego de haber pasado tanto tiempo en Estados Unidos, Fausto presumía que ya era ciudadano de ese país, "por eso decidimos cobrarle en dólares". Y agregan: "Que sea ciudadano americano no le quita que tenga que dar sus cooperaciones y cumplir con las obligaciones del pueblo, y pos si no quiere que se regrese a comer hamburguesas". Ahora Fausto ya no puede ir a su pueblo hasta que no salde su deuda, porque podría ser detenido. Por eso, como ciudadano estadunidense interpuso demandas ante el consulado de su nuevo país, en el Ministerio Público de la Ciudad de Oaxaca, en la Secretaria de Relaciones Exteriores, en la Comisión Estatal de Derechos Humanos y en el Instituto Oaxaqueño de Atención al Migrante. Además hizo denuncias por corrupción acusando a los integrantes del ayuntamiento, quienes, a decir de Fausto, "malversan los fondos federales y estatales que reciben de los ramos 28 y 33". Estos a su vez dicen: "No entendemos qué es eso de destierro, sus tierras ahí están, nadie se las ha quitado, lo que hicimos fue desconocerlo... pero si él dice que lo desterramos no es verdad, él solo se desterró porque aquí nadie corre a nadie". La delgada línea entre comunidad e individuo La Comisión Estatal de Derechos Humanos recibe un promedio de cuatro a cinco quejas por año, pero debido a la falta de información los casos similares podrían ser hasta 20 veces más a los registros del organismo. A partir de lo estipulado en el expediente CEDH/432/(27)/OAX/05, Hugo López Hernández, visitador general de la Comisión Estatal de Derechos Humanos asegura: "Tenemos que ser respetuosos de los usos y costumbres, pero no podemos permitir que estos vayan más allá de lo que legalmente resulta procedente; el destierro en una comunidad indígena es una violación a los derechos humanos, con todo y que la Constitución del Estado respeta los usos y costumbres. Así que estamos llegando a un punto intermedio, para que el quejoso se pueda poner al corriente con sus pagos y que, al mismo tiempo, se garantice que no habrá actos de perjuicio en su contra. Pero sí, Fausto Hernández debe cumplir con sus cooperaciones y tequios ya que al regresar a su comunidad goza de los beneficios que ésta ha adquirido con el tiempo". |