Centenario de Rodolfo Usigli
En este año del centenario de su nacimiento (cumplido el 17 de noviembre), Rodolfo Usigli no tuvo el importante reconocimiento que merece como uno de los fundadores del teatro moderno mexicano. A una mesa redonda -en la que no faltó el reclamo de Víctor Hugo Rascón Banda a la Compañía Nacional de Teatro por no haber escenificado alguna de sus obras-, la cancelación de una estampilla de correo y alguna otra actividad, se suman dos montajes de sus obras que, por diversos motivos, no logran darnos la dimensión de su escritura a pesar de que representan, la una, Corona de sombras (1943), al teatro antihistórico con la que el dramaturgo planteó la revisión de nuestra identidad y la obra, La mujer no hace milagros (1938), una de sus ''comedias de malas maneras" en que describe a la naciente clase media, lo que es otra manera de reflexionar en lo nacional. En otro contexto, el contrapunto entre ambas hubiera podido dar una mirada algo más cabal al teatro usigliano.
Mauricio Jiménez montó Corona de sombras, con un deficiente reparto de actores de Querétaro del que sólo destaca Mariana Hartasánchez como la Carlota joven , que dieron un estreno dentro de la Muestra Nacional de Teatro como de aficionados sin que el talentoso director lograra alguna homogeneidad profesional. En esa inhóspita noche de ráfagas de viento y asientos sin el respaldo pedido por el director en el palacio municipal de San Luis, amén del caos para la entrada, no se pudo hacer justicia al texto y a las virtudes que no escasearon en la escenificación. Habría que destacar el vestuario bien ideado y mal realizado que iguala el vestido de Carlota con el uniforme de Maximiliano, o la bata del príncipe que usa su mujer en un momento más que simbólico, los juegos con la luz, la idea de dar a dos actrices diferentes los dos momentos de Carlota, con lo que la vieja parece acechar siempre el pasado que relata. Pero un error grande de Mauricio fue colocar al final la escena de la mazmorra y el fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mejía con lo que, en este precario momento de yunques y legionarios de Cristo -y de entrega del país al extranjero- se da un tinte político que va más allá de la intención del dramaturgo, que según Ramón Layera es ''el triunfo de los ideales republicanos (...) por encima de los monárquicos de Europa (...) representa el logro final de la soberanía política del pueblo mexicano". Además de que esa alteración de escenas corrompe la exacta estructura original.
Auspiciado tanto por el INBA como por la Universidad de Guadalajara, el director jalisciense Fausto Ramírez, escenificó La mujer no hace milagros con un reparto profesional -encabezado nada menos que por Angelina Peláez- al que el director no supo aprovechar, dando a la comedia de Usigli un tono de farsa que poco se condice con la ingeniosidad de los diálogos de los miembros de esta familia tan poco convencional en apariencia. Porque, a despecho de lo que sostenga el propio Usigli en su comedieta La crítica de ''la mujer no hace milagros" para el espectador actual esas diatribas contra el divorcio suenan de lo más rancio. En una escenografía de Víctor Hugo Padilla que intenta, sin lograrlo, semejarse a la casa moderna con muebles antiguos de la familia Rosas venida a menos pedida por el autor y que ostenta el mueble más feo de que se tenga memoria, Fausto Ramírez mueve a sus actores -que se mantienen casi en el grito- con un trazo en que nada justifica que los módulos del sofá se repartan sin ton ni son por el escenario y con una idea de la ambientación de época por demás remota: La señora Rosas usa sombrero en su propia casa, Roberto sale a la calle en mangas de camisa después de pedir un sombrero que a saber dónde se encuentra, Ricardo se atreve a estar en camiseta en presencia de visitas y de su decorosa madre, por citar algunas ciertas fallas del original (como el hecho de que sólo a Alejandro se le conozca trabajo, aparte de los vagos ''asuntos" que tiene Roberto) que restan solidez a los personajes, sobre todo los masculinos, se ven resaltadas por esta escenificación. El público acude, ríe y aplaude, pero es evidente que lo hace un tanto porque siempre ha gustado de las comedias y un tanto por la agudeza y las paradojas de los diálogos. Sin duda todos hubiéramos disfrutado más con un montaje que tuviera por lo menos resabios de la elegancia usigliana.