Usted está aquí: martes 6 de diciembre de 2005 Opinión Secuestradores

Pedro Miguel

Secuestradores

La condición de extranjero en el Irak actual es casi garantía de secuestro. No importa tu nacionalidad ni que seas mercenario, monja, periodista, enviado humanitario o experto en potabilización de agua: el cuchillo carnicero de Damocles pende sobre tu garganta frágil, y en la balanza de probabilidades pesa mucho la de ser capturado por un grupo cualquiera, islámico o no, iraquí o quién sabe, idealista de la resistencia al invasor o materialista del afán de rescate en dólares, que antes de cortarte el pescuezo te pondrá enfrente una cámara de video y enviará la grabación a un Occidente cada vez más inmerso en sus propios asuntos y cada día menos propenso a dejarse impresionar por circunstancias personales dramáticas, salvo cuando son de veras novedosas. Los secuestrados se quedan, entonces, en una pavorosa soledad, atrapados entre la indiferencia de sus gobiernos, los captores encapuchados, la cámara de video y el cuchillo cortacabezas. Por cierto: también los ciudadanos del país ocupado son víctimas, en escala creciente, de capturas clandestinas, pero esos ni siquiera salen en los noticieros. La única e insatisfactoria conclusión posible de esas historias es que, por lo pronto, hay que resistir las pulsiones del deber informativo, la seducción de los dólares o el desbocado amor al prójimo y no viajar a Irak. Para los habitantes de ese país el corolario es incluso más desolador: no son éstos buenos tiempos para ser nativo de la vieja Mesopotamia.

Sería reconfortante constreñir el peligro a las bandas de secuestradores que campean en Irak amparadas, oh paradoja, por la anarquía que llevaron consigo las tropas estadunidenses. Pero los ciudadanos de todo el mundo se enfrentan a una banda de plagiarios mucho más poderosa de las que actualmente operan en la antigua satrapía de Saddam. Se trata de una estructura ideada por el gobierno de George W. Bush para detener a sospechosos de terrorismo en cualquier paraje del mundo, que opera al margen de las molestas limitaciones de la legalidad: derechos humanos, garantías individuales, leyes nacionales y tribunales establecidos. No se conocen las dimensiones precisas de ese operativo mundial, pero el número de vuelos clandestinos de transporte de plagiados asciende, sólo sobre territorio alemán, a 400, y ello hace pensar que hay más personas secuestradas por el gobierno de Washington que por los diversos grupos iraquíes. Es posible incluso que las privaciones ilegales de la libertad realizadas por Estados Unidos supere a las que perpetra la delincuencia común en Colombia y México.

Amnistía Internacional y Human Rights Watch afirman que algunas de esas personas no sólo han sido detenidas en forma secreta e ilegal y retenidas en campos de concentración clandestinos -Abu Ghraib y Guantánamo son, entonces, la punta del iceberg de algo mucho más vasto y sórdido-, sino que también han sido asesinadas.

La posibilidad de que las víctimas de ese aparato estadunidense de guerra sucia internacional pertenezcan a grupos que practican el terrorismo es irrelevante, porque ninguna ley nacional o internacional autoriza el secuestro, independientemente de que los afectados sean, o no, terroristas. Y además, en la medida en que los infelices que caen en los engranajes de esa maquinaria de desaparición, tortura y muerte carecen de imputaciones legales concretas, además de que son mantenidos al margen de los tribunales establecidos, no hay manera de comprobarles nada. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que algunos de ellos han sido del todo ajenos a las organizaciones perseguidas por Washington: el ciudadano alemán Jale Masri, por ejemplo, quien fue secuestrado por la CIA en Macedonia en diciembre de 2003, y permaneció secuestrado cinco meses en una prisión secreta de Afganistán.

Dice Fernando Savater, en Los diez mandamientos en el siglo XXI, que "... esos teólogos que rivalizan, esas religiones que se excluyen y se persiguen, vistos desde una altura lo suficientemente elevada, no son más que la misma cosa. Una misma verdad o un mismo error." Tampoco hay mucha diferencia entre los secuestradores iraquíes y los secuestradores de Bush, por más que unos y otros, señora Rice, se esfuercen en alegar que la razón está de su lado.

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