Usted está aquí: martes 6 de diciembre de 2005 Opinión Tocando fondo

Marco Rascón

Tocando fondo

Fue como quitar un dulce a un niño. Así se le quitó a la izquierda su propio partido y hasta el Gobierno del Distrito Federal, conquistado a lo largo de un proceso de luchas, esfuerzos y compromisos.

El domingo se cerró el ciclo que se abrió en 1988, cuando la izquierda pasó de ser una fuerza marginal de 5 por ciento a la disputa por el poder. Del llamado a una revolución democrática para el país a lo que hoy ha quedado, pasando por los juegos de la "transición pactada", exsite hoy un punto de inflexión que en definitiva plantea reiniciar procesos sólo a partir de la autocrítica y del balance riguroso de los errores que condujeron a esta debacle histórica.

No se pretende decir que la derrota de Jesús Ortega, y con ella de Pablo Gómez y Armando Quintero, represente a toda la izquierda, pues no es así, sino destacar el carácter emblemático y significativo de que hasta quienes más sirvieron desde la vieja estructura del PRD al lopezobradorismo hayan sido aplastados, consumándose la invasión y anulación del partido como instrumento del movimiento democrático.

La debacle establece que las últimas fuerzas y estructuras del partido fundado en 1988 dejaron de ser la estructura de control, para ser sustituida por el conglomerado de personajes resentidos provenientes del priísmo; el salinismo y el zedillismo, ambos en pugna.

Lo que no pudo hacer la ofensiva frontal de Carlos Salinas contra el perredismo lo hizo Ernesto Zedillo con entrismo e imponiendo dirigentes, candidatos, programas y objetivos.

No obstante, los derrotados, igual que siempre, habrán ganado, pues su fidelidad al aparato y la estructura no tiene fisuras. Unos serán senadores, otros asambleístas; los más, burócratas. Por el otro lado, ganando, la izquierda pierde, ya que surge la pregunta: ¿tras décadas de lucha no había nadie de la izquierda que pudiera gobernar?

El candidato Andrés Manuel López Obrador, se dirá, hizo justicia derrotando a las corrientes tan señaladas y cuestionadas en los últimos nueve años, pero las habrá sustituido por quienes desde los gobiernos y los últimos sexenios priístas combatieron al PRD.

Los nuevos actores en el partido del sol azteca no son una fuerza política de convicciones, sino de ambiciones, por lo cual el núcleo que hoy integran López Obrador y Manuel Camacho está constituido por la ambición de unos y el miedo de otros, que han perdido el control y la interlocución con el poder, detentados durante años.

Con la derrota de Jesús Ortega en la elección interna no se perdió la perspectiva ni la solución, pues él no lo era. Su "institucionalidad" en las sucesivas elecciones internas en las que han participado les han dejado un patrimonio de posiciones manejadas a la sombra y en conciliábulos. Hoy quizás no será distinto, pero sí se muestra una franca decadencia, pues ya no son necesarios para el lopezobradorismo y, por tanto, son desechables.

El golpe es certero y el mensaje claro no sólo para las corrientes de Ortega, Amalia García y Quintero, sino también para René Bejarano, quien es el que sigue en la lista de los que detentaron el control del PRD. López Obrador ha sido claro en esto desde que le cerró el camino a Alejandro Encinas como posible candidato al Gobierno del Distrito Federal e impuso a Marcelo Ebrard. La situación con Encinas fue clara, pues contra él no existía ninguna objeción ni de perfil ni de imagen ni de experiencia gubernativa, pero al parecer el compromiso es limpiar a fondo de izquierdas el gobierno.

Para el lopezobradorismo se necesitan personajes que carezcan de fuerza y prestigio propio. Todo debe ser dado a través del aparato vertical y autoritario, lo cual en el fondo es una redición del callismo. El PRD perdió el rumbo cuando dejó de ser un partido democrático en el que se debatían ideas y perdió el vínculo con la lucha social. El proceso intermedio fue el asalto por el sectarismo y la mediocridad de las corrientes convertidas en grupos de presión en pos de candidaturas, puestos y prerrogativas. La debilidad de estos grupos dominando al partido le transmitieron una enorme debilidad política que condujo al pragmatismo más grosero que dio pauta a la infiltración.

El triunfo del camachismo en el PRD y su aseguramiento del control de la ciudad coincide también con la declinación de las encuestas a favor de López Obrador, quien al entregar el gobierno de la ciudad de México a un grupo ajeno a la izquierda ha entregado su propia candidatura, hecha a base de las mismas encuestas que ahora cuestionan su legitimidad.

Juan Sánchez Navarro, el ideólogo empresarial que vaticinó en 2000 que la opción sería Vicente Fox para la Presidencia de la República y López Obrador para el Gobierno del Distrito Federal, ahora seguramente dirá: "Calderón a la Presidencia y Marcelo Ebrard al Distrito Federal".

¿Alguien protestará contra este reparto para continuar la transición pactada? ¿Cree alguien que los resultados electorales serán distintos a las encuestas? Es un fin de ciclo para la izquierda, que ya tocó fondo.

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