Usted está aquí: sábado 3 de diciembre de 2005 Opinión Una propuesta universitaria para la transición

Abraham Nuncio

Una propuesta universitaria para la transición

Ampliar la imagen Cuando el Congreso se debilita, las tendencias autoritarias se fortalecen, considera Beatriz Paredes. Aqu�n imagen de archivo FOTO Carlos Cisneros Foto: Carlos Cisneros

No se me ocurre otro epígrafe posible para este sexenio que la frase lapidaria de Cioran sobre el terrible sentido de la historia: "¡Abominable Clío!" Y es que nunca el rostro de la historia resulta más odioso que cuando se muestra torvo después de haberse mostrado promisorio.

La gran omisión del sexenio foxista es la reforma del Estado. Pero eso es apenas lo malo; lo peor parece empezar ahora. Hace seis años el tema de la reforma del Estado corría pareja con el de las reformas estructurales. Hoy sólo éste es motivo de machacona insistencia. Lo promueven los empresarios y lo abandera, sobre todo, el panista Felipe Calderón. Ninguna de las plataformas -cajones de sastre en la mayoría de los casos- de los candidatos o precandidatos pone énfasis en el tema.

Por las condiciones de cerrada competencia que se perciben en la contienda electoral, el resultado de la elección será un gobierno con muy poco margen de maniobra para conducir la indecisa transición democrática hacia buen puerto. Si la novedad de la alternancia pudo atenuar los efectos negativos de no haber impulsado la reforma del Estado, ahora el sistema registrará menor tolerancia y las posibilidades de conflicto serán mayores.

Por ello es que todas las iniciativas que retomen la idea de la necesidad de renovar las estructuras orgánicas del Estado mexicano deben ser bien valoradas. La Universidad Autónoma de Nuevo León recientemente creó el Centro de Estudios Parlamentarios. Esta nueva institución se inició con un ciclo de conferencias denominado "Realidad y perspectivas del Poder Legislativo en México".

"La reforma del Estado no será posible sin la reforma del Poder Legislativo", consideró el senador Javier Corral en su conferencia. Casi sin excepción, los demás expositores -Beatriz Paredes, Porfirio Muñoz Ledo, Bernardo Bátiz, Iván García Solís y Francisco Berlín Valenzuela- coincidieron en ello.

Beatriz Paredes, en una revisión histórica de lo que ha sido el Poder Legislativo en México, hizo un señalamiento que jamás estará de sobra: cuando el Congreso se debilita, las tendencias autoritarias se fortalecen.

Convertido en retablo de las maravillas y con demasiada frecuencia en pancracio, el Congreso es fácil presa del descrédito. En el siglo XIX, como vio Paredes, era objeto de críticas por no someterse a los dictados del presidente de la República; en el XX, por su sometimiento a él.

Reconquistada su autonomía desde 1997 y reafirmada ésta en 2000, el Congreso se halla aún en desventaja frente a las famosas facultades metaconstitucionales de que aún está investido el presidente. La no relección de los diputados y senadores hace del Poder Legislativo un órgano frágil, en gran medida improvisado y con un peso muerto muy considerable por la gran cantidad de oyentes que van a aprender, cuando aprenden, en el curso de las sesiones de ambas cámaras. En este aspecto fueron enfáticos el propio Javier Corral, Iván García Solís y Francisco Berlín Valenzuela.

Berlín Valenzuela, quien dirige el productivo Colegio de Veracruz, señaló un dato que ilustra con luz y sonido nuestros rezagos políticos: Costa Rica y México son los únicos países de América Latina donde no existe la relección de los parlamentarios.

Si algo no se entiende en la vida pública de México, eso es la función de diputados y senadores. Muchos, aún en la inercia del pasado, se conciben a sí mismos como franquiciatarios de una firma de abogados de todo. Así, cuando incurren en errores o excesos, la demanda de un sector de la población imbuido de ideas gerenciales dispara sus ve-nablos contra el número de los miembros de los congresos locales o del Congreso de la Unión. Y pide recortes. García Solís explicó la función primordial que deben cumplir nuestros parlamentarios: representarnos. Su obligación es legislar, sí, pero en función de la representación que fue el objeto para el cual pidieron ser y fueron elegidos.

Esa misma crítica, centrada en el gasto, no repara en la desmesura del que dispone el Poder Ejecutivo. Un parlamento sin capacidad para instaurar el mérito como requisito de carrera en su seno porque limita a los parlamentarios no sólo en su posibilidad de relegirse, sino con la carencia de asesores, investigadores y una infraestructura destinada a fortalecer el conocimiento y estudio de las leyes, no puede desarrollar plenamente sus funciones de representación, deliberación, legislación, vigilancia y control del Ejecutivo y normatividad de éste y del Judicial.

Quienes han descubierto con ojo de derviche los nuevos cauces por los que discurre el Congreso, también se han preparado para utilizarlo en función de sus muy particulares intereses. Ante la ausencia de un cabildeo reglamentado, de esa práctica han hecho ya un trámite con evidentes y probados fines de lucro. Es uno de tantos aspectos que requiere de pronta legislación. A pesar de que, como dijo Corral, un poder no se reforma a sí mismo o lo hace con muchas dificultades.

Para unos, la reforma al Poder Legislativo tendría que ser contemplada como parte de la reforma integral del Estado; para otros, se trataría de reformas localizadas. Porfirio Muñoz Ledo, uno de los principales promotores de esta reforma, no quita el dedo del renglón: el presidencialismo es un sistema anacrónico de gobierno y debe ser desplazado por otro de rasgos parlamentarios. Es consciente, sin embargo, de las limitaciones actuales para que pudiera ocurrir ese gran cambio. Pues no podría ser obra de un gobierno, sino de un pacto de las fuerzas políticas donde todas estuvieran dispuestas a ceder algo en sus pretensiones de poder y en los alcances de su proyecto nacional. Sin ese pacto, la reforma integral del Estado es imposible. Bernardo Bátiz, desde otra perspectiva, se inclinó por un "presidencialismo con matices".

Hasta hace menos de una década, los estudios sobre la política como fenómeno de dirección colectiva (politics) y sobre las políticas públicas como elaboraciones de un gobierno determinado (policies) se concentraban, entre nosotros, en la figura y el perímetro del presidente de la República. De aquí la penuria que registra el ámbito teórico del órgano parlamentario en nuestro país. Para la ciencia política, la sociología, el derecho, la historia y otras disciplinas, los estudios del parlamento mexicano están en pañales.

Que las instituciones de enseñanza superior, las universidades sobre todo, puedan iniciarlos, como los ha iniciado ya la Universidad Autónoma de Nuevo León, será siempre una buena noticia para la vida democrática de México. Después de todo, la asamblea fue, en el alba de la humanidad, el órgano espontáneo que ésta se dio para guiar sus destinos colectivos. Entonces y ahora, donde la asamblea convoca a los hombres para tomar las decisiones cruciales de su vida, llámese como se le llame, allí palpita la democracia.

 
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