Usted está aquí: miércoles 30 de noviembre de 2005 Cultura Bellas Artes hirvió con el portento del pianista chino Lang Lang

La excelsitud del arte sonoro contrastó con dosis semejantes de banalidad

Bellas Artes hirvió con el portento del pianista chino Lang Lang

Fue solista de la orquesta multinacional de jóvenes UBS, dirigida por el checo Jiri Belohlavek

Interpretaron obras eslavas frente a un público que enseñó el cobre

PABLO ESPINOSA

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La presentación en México del pianista chino Lang Lang como solista de la extraordinaria orquesta multinacional de jóvenes UBS, bajo la dirección de otra leyenda, el maestro checo Jiri Belohlavek, convirtió el Palacio de Bellas Artes la noche del lunes en un perol donde hirvieron por igual lo superficial y lo más exquisito del arte sonoro.

Como pocas veces se conjuntó en dosis semejantes lo villamelón con lo excelso: la calidad fuera de serie de este joven pianista chino, la consistencia de la batuta del sexagenario director checo, el sonido atronador y terso de la orquesta de atrilistas de entre 17 y 21 años de edad, contrastaron con la banalidad, la insolencia y la profunda ignorancia de un público que, fue evidente, lo único que tenía era dinero.

Exagerada publicidad

Semanas antes del concierto las localidades ya estaban agotadas debido a dos razones: como el acto fue patrocinado por un banco suizo, UBS, la mayoría de los boletos se colocaron entre industriales, ''inversionistas", ''gente de la banca" y las casas de bolsas y otros dueños del dinero, ésos que asisten a los conciertos como un acto social, que no artístico, y miden la importancia en razón del alto costo del boleto; la segunda razón es que entre los escasos melómanos que lograron comprar boletos reinaba la expectación artística de escuchar en vivo a un joven, Lang Lang, que maravilla por sus grabaciones discográficas, tres hasta la fecha, y su fama bien ganada de ser un pianista de portento.

De manera que la publicidad resultaba francamente exagerada y ya innecesaria para un concierto vendido en el más estricto sentido del término: el programa de mano tenía forma de chequera; el público emanaba esa forma sutil y perfumada de la violencia del dinero que se tradujo en gestos insolentes y un comportamiento de salvajes:

Ya el director tenía la batuta en alto, pero los ricos no dejaba de hacer ruido, pasear entre pasillos, saludar y otras monerías que no cesaron hasta que la primera obra del programa ya iba a la mitad. Terminaba un movimiento y aplaudían, enseñando el cobre, o más bien el oro que les sobra, o bien (¿o mal?) no dejaban de toser estrepitosamente como un dejo de falsa etiqueta.

Eran de esas personas que están convencidas de que los antiguos romanos vomitaban al final del banquete para demostrar que les había gustado la comida y poder así seguir comiendo. Así éstos: entre movimiento y movimiento, como si fuera muy elegante y chic, tosían... qué digo tosían: sacaban el bofe, expectoraban ruidosamente, vomitaban sus miasmas con la misma elegancia con la que lucían sus atuendos, joyas, billeteras.

¿Y el concierto? Bien, gracias. Fue un programa eslavo que se inició con la obertura para La novia vendida (vaya casualidad) del maestro checo Biedrich Smetana, con lo cual quedó de manifiesto el poderío de sonido bien formado, pulido y trabajado de esta orquesta de excelencia juvenil.

De lo sublime a lo circense

Enseguida apareció la leyenda china Lang Lang y dejó llenos de asombro a todos, de envidia a los muchos pianistas profesionales que asistieron al concierto y de risas divertidas a los jóvenes de entre la orquesta que fueron los únicos que entendieron las bromas musicales que gastó Lang Lang en sus cuatro encores como una demostración de poderío, luego de aporrear con maestría el teclado en el Concierto Uno de Chaikovsky.

Lang Lang transitó así de lo sublime a lo circense. Es dueño, creador y mago. Posee lo que muy pocos pianistas en el mundo tienen: sonido propio, un sonido generador de atmósferas. Un embrujo.

Los ricos, que también llorarían si leyeran su retrato en los poemas sobre la usura que escribió Ezra Pound, encontraron en la espectacularidad de Lang Lang con su Chaikovsky y sus cuatro orgasmos como encores una ocasión de lucimiento en las butacas y dieron rienda suelta a su villamelomanía, que culminó con otros tres encores de la orquesta luego de una deliciosa versión de la Sinfonía Séptima de Dvorak.

Como pocas veces, ocurrió así un concierto profundamente villamelón y enteramente excelso.

Con la derecha en el poder, en tanto, los dueños del dinero están haciendo de las suyas por doquier.

 
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