Usted está aquí: sábado 26 de noviembre de 2005 Opinión Mientras tanto, en Bellas Artes...

Juan Arturo Brennan

Mientras tanto, en Bellas Artes...

Durante las semanas recientes, una buena parte de los oídos melómanos de esta ciudad estuvieron vueltos hacia la oferta musical de la Universidad Nacional Autónoma de México, que fue rica en concepción y rica en resultados sonoros. Por ello, quizá, otros espacios musicales del DF tuvieron menos atención, a pesar de que en ellos la programación no fue menos interesante. Tal es el caso, por ejemplo, del Palacio de Bellas Artes, en cuya sala principal se presentaron dos ejemplares conciertos de música antigua en el contexto de la serie Epocas doradas.

El primero tuvo como protagonista al grupo belga La Petite Bande, fundado por ese gran músico que es Sigiswald Kuijken, quien ha incorporado al trabajo del ensamble a varios integrantes de su musical y talentosa familia. El concierto monográfico estuvo integrado por una deliciosa selección de obras de Antonio Vivaldi en las que se privilegió la presencia del violín solista y, como atractivo sonoro, visual y musicológico particular, la presentación en sociedad de un curioso instrumento, el violoncello da spalla (literalmente, de espalda), que es como una enorme viola que se toca afianzada en bandolera cual guitarrón o tololoche barroco.

Kuijken y sus músicos forman una banda respetada por su trabajo de profundización y búsqueda en las fuentes documentales y organológicas, y este vivaldiano concierto fue una demostración clara de que ese respeto ha sido bien ganado.

En la primera parte de la velada, La Petite Bande interpretó sendos conciertos para dos y cuatro violines, así como las conocidas y extrovertidas variaciones sobre La folía, y un concierto para el rústico y a la vez novedoso violoncello da spalla, muy bien ejecutado por el propio Sigiswald Kuijken como solista.

Para la segunda parte, ofrecieron una deliciosa versión de Las cuatro estaciones del Fraile Rojo de Venecia, con un violinista distinto como solista de cada uno de los cuatro conciertos. No importa cuántas veces se haya escuchado esta fresca y jovial obra vivaldiana, siempre hay algo nuevo que aprender, y en este caso la delicia consistió en escuchar esta música tan conocida con un grupo de sólo seis músicos. Claridad de fraseo, precisión de articulación, manejo cabal del contrapunto, textura diáfana y enteramente comprensible, fueron las cualidades de esa versión de Las cuatro estaciones, que al margen de un par de veraniegos tropezones del solista en el segundo concierto de la serie, resultó formidable.

La cereza en este veneciano pastel musical fue la sobria y efectiva participación de Marie Kuijken en la declamación (en italiano y español muy bien enunciados y pronunciados) de los sonetos descriptivos que acompañan la partitura original de Las cuatro estaciones. Este concierto fue presentado también en San Luis Potosí, en el contexto del Festival de Música Antigua y Barroca de esa ciudad.

Con motivo de la reciente reinauguración del legendario teatro inglés The Globe, asociado de manera fundamental con la obra de William Shakespeare, el genial músico británico Philip Pickett fundó el grupo Musicians of the Globe, dedicado principalmente a proveer música históricamente adecuada para las representaciones shakespearianas que ahí ocurren. Unos días después de la presentación de La Petite Bande, Pickett y su grupo ofrecieron en Bellas Artes un concierto dedicado a piezas instrumentales y canciones de época asociadas en diversa forma con las obras teatrales de Shakespeare. La formación presentada por Musicians of the Globe fue un clásico broken consort de la Inglaterra isabelina, es decir, una equilibrada combinación de alientos, cuerdas frotadas y cuerdas punteadas.

Cinco instrumentistas fueron suficientes para ofrecer una envoltura musical de gran calidad a la protagonista de la noche, la experimentada soprano Julia Gooding, a quien hace algunos años escuché haciendo una gran interpretación de Dido en la ópera Dido y Eneas, de Henry Purcell.

Su voz, idealmente entrenada para este tipo de música, fue el sólido vehículo para las canciones de Morley, Johnson, Nicholson y otros autores cuya música fue a dar, por una vía u otra, a representaciones isabelinas y jacobinas de las obras de Shakespeare.

Un elemento especialmente sugerente de este concierto fue la presencia de John Ballanger, juglar, malabarista, clown a la antigua que añadió una muy sencilla componente escénica que sirvió para situar aún más en época el impecable desempeño musical de Julia Gooding, Philip Pickett y sus colaboradores.

 
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