España, 30 años sin Franco: el mito de la transición
Los mitos políticos, a decir de Ernest Cassirer, "son una actividad consciente que se fabrica con los mismos métodos que cualquier otra arma moderna, igual que ametralladoras y cañones". Son armas de construcción masiva. Su objetivo: disparar palabras y proyectar símbolos que den lugar a una propuesta de organización social. La idea de patria, destino manifiesto o economía de mercado, con sus leyes naturales de oferta y demanda, se presentan bajo una forma mítica.
Articular un orden social con sujetos de un mundo real levantado sobre mitos sólo es posible inyectando postulados por vía del relato ahistórico. El poder de los discursos míticos tiene la capacidad de doblegar la memoria, transformándola en un receptáculo de información, cuyo objetivo no es otro que fundar un proyecto político de largo aliento que perdure en el tiempo. Los imperios se han construido sobre mitos; recordemos el azteca, y la bandera de México, con el águila y la serpiente. O Rómulo y Remo en la fundación de Roma. También Hobbes y el concepto individualista del hombre con su lobo es un lobo para el propio hombre o Rousseau y su buen salvaje son construcciones míticas.
La configuración de uno de los mitos políticos más destacados en las últimas décadas del siglo XX fue la transición española. En ella participan políticos, empresarios, intelectuales, ideólogos, académicos, artistas y medios de comunicación. Para su fabricación se invierte mucho dinero. Cada año con motivo de la muerte de Franco o del aniversario de la Constitución se despliegan los valores y los emblemas en una u otra dirección. El objetivo, presentar a la sociedad española y al mundo un modelo de transición democrática fundamentado en una economía social de libre mercado. Final feliz para 40 años de régimen totalitario.
Pacto, consensus, democracia, tolerancia, libertad, perdón, olvido, reconciliación, diálogo, negociación, progreso, modernización, falange, oligarquía, fuerzas vivas, movimiento nacional, franquistas, ejército, ruptura, reforma, monarquía, república, federalismo, nacionalismo, socialismo democrático, amnistía, comunismo, unidad nacional, fueron palabras que circulaban y estuvieron presentes durante los últimos años de la vida del tirano.
Sin embargo, a fuerza de ser realistas, si la vida política de España fue un torbellino de debates, éstos eran minoritarios dentro de una sociedad despolitizada y sociológicamente franquista. La población española había cambiado. No era la España rural de los años 50, a pesar de un régimen tiránico y represivo en el orden político. Los españoles se sentían cómodos dentro de una sociedad que había modificado la estructura social, cuya movilidad ascendente integraba y desarrollaba una clase media que disfrutaba de aquello que la hacía sentirse cómoda. Al margen de la represión, la censura, la falta de libertad de expresión, el exilio, la mayoría de los españoles gozaban de un mundo, en plena guerra fría, donde el turismo, la vivienda, la educación, el trabajo, el acceso al crédito y la estabilidad económica la transformaban en un pasivo defensor del orden establecido. Paz y orden. Raphael, Manolo Escobar, Marisol, Massiel, Lola Flores, Julio Iglesias, Mocedades, el Real Madrid, y toreros como Manuel Benítez El Cordobés eran los mejores reclamos de una sociedad bien ordenada. Cine, futbol, toros, acompañado de urbanización y modernización. Epoca donde la oposición al régimen, salvo el Partido Comunista, fuerza realmente existente, los anarquistas, al igual que los partidos marxistas-leninistas, maoístas o troskistas tenían presencia testimonial en las universidades y poco más. Qué decir del PSOE, que en 1975 no llegaba a 500 militantes y con poca incidencia en la realidad política interna. Además, la modernización política y los cambios dentro del orden habían transformado el aparato del franquismo de posguerra. El fundamentalismo del ejército, la falange y los ideólogos más cercanos al caudillo había sido desplazado por las generaciones de nuevos tecnócratas y funcionarios civiles del Estado. El relevo transicional era una realidad en los años 60. La denominación de Juan Carlos como su sucesor en junio de 1969 demuestra que en 1975, tras la muerte biológica del caudillo Francisco Franco, no se produce un vacío de poder. Estaba todo atado, y bien atado. Las transformaciones políticas no afectaban la continuidad del sistema. Es más, el padre del futuro rey tuvo que abdicar al trono, no sin antes pedir a su hijo mantener su título como conde de Barcelona. Igualmente el Partido Comunista de España (PCE) y el Partido Socialista se convertían a la monarquía, aceptaban la continuidad del orden, en el marco de un estado de las autonomías. Los partidos de izquierda del PCE no serían legalizados, impidiéndose su presentación con su nombre en las elecciones de 1978.
Pero se presentó un mito. Pareciera ser que unas fuerzas democráticas encabezadas por el rey se aliaron frente a la reacción franquista para evitar una involución. Se marcaron tiempos y se definieron actores. Un primer gobierno de continuidad con Arias Navarro y Fraga Iribarne hasta junio de 1976, hasta que el rey nombra a Adolfo Suárez, joven emprendedor, cuya tarea será disolver las cortes franquistas, convocar un referéndum, legalizar el Partido Socialista el 17 de febrero de 1977 y el Comunista el 9 de abril siguiente, marcar las elecciones constituyentes en ese mismo año, firmar los Pactos de La Moncloa en octubre también de 1977 y proclamar la primera Constitución post Franco en diciembre de 1978. Un titánico esfuerzo concebido y direccionado por la mente de un gran estratega con la ayuda y colaboración de Carrillo, González y Fraga, cuyo líder natural será el rey. Figura indiscutible nuevamente ensalzada el 23 de febrero desarticulando el golpe de Estado (¡siete horas más tarde!). ¿Se quedó dormido? Modélica actuación, que concluirá con el primer gobierno de la derecha modernizadora de Unión de Centro Democrático. Por último, la transición acaba con el triunfo de Felipe González en octubre de 1982 y el referéndum de la OTAN el 12 de marzo de 1986 integrándonos de lleno en la defensa de Occidente. Transición que, como demuestra Joan Garcés en su obra Soberanos e intervenidos, fue pactada por el PSOE, Franco, el Departamento de Estado estadunidense, los sectores modernizadores del franquismo, la banca y las fuerzas armadas. El mito de la transición se descubre, pero funciona.