Usted está aquí: miércoles 23 de noviembre de 2005 Política Abascal, el cristero

Carlos Martínez García

Abascal, el cristero

No fue sorpresa la presencia del secretario de Gobernación en la ceremonia en que fueron beatificados 13 cristeros, pero sí la evidencia de que Carlos Abascal tiene convicciones distintas a las que forjaron el Estado mexicano contemporáneo. Las suyas van en el sentido de concebir a la Iglesia católica como la institución nucleante de la identidad nacional y la que dicta la última palabra en asuntos éticos y de organización política para lograrlos.

Al asistir al estadio Jalisco, lugar donde se montó el acto, mezcla de misa y espectáculo mediático, Abascal estaba haciendo suya la teoría de la jerarquía católica, consistente en que hubo una implacable persecución religiosa contra los católicos y que en ella de un lado estuvieron pacíficos creyentes y del otro violentos acosadores que cometieron todo tipo de excesos. La realidad es otra: lo que sucedió fue que, en perfecta consonancia con su historia en nuestro país, la cúpula clerical de la segunda mitad de los años veintes del siglo pasado se opuso a la construcción del proyecto nacional libre de los dictados de la Iglesia católica. Así pasó con el movimiento de Independencia. Así aconteció con la gesta de Reforma de los liberales, que con Benito Juárez a la cabeza tuvo como principal adversario al clericalismo católico. Este clericalismo, vivo y actuante hoy, no le perdona a Juárez el resquebrajamiento del dominio económico, político y social de la Iglesia católica debido a las leyes de Reforma. Como en la Independencia y la Reforma, el clero católico igualmente combatió el aparato jurídico resultante de la gesta popular que llamamos Revolución. El Estado nacional se forjó a contracorriente de los deseos clericales.

Todo este contexto apenas bosquejado debe tomarse en cuenta a la hora de analizar la presencia del secretario de Gobernación en la fiesta cristera. Carlos Abascal, como buen integrista que es, concibe que el papel del gobierno es servir para incrementar el bien común, definido éste como lo entiende la enseñanza de la Iglesia católica. Desde su punto de vista, esa Iglesia debe tener preponderancia en definir los caminos por donde deben transitar las conductas y los asuntos públicos. Cando se trata de defender los privilegios de la Iglesia católica, más bien de la cúpula que la dirige, Abascal se llena la boca de bonitos conceptos sobre la libertad religiosa, pero ella está ausente en los múltiples ataques que en nuestros días sigue padeciendo la libertad de organizarse para hacer públicas las creencias que se tienen y el consecuente derecho de difundirlas. Recordemos que siguen sin resolverse casos como los de los huicholes evangélicos de Jalisco, que tuvieron que refugiarse en Zacatecas para huir de quienes los amenazaron y despojaron de tierras y pertenencias. Ahí está el asunto de las 36 familias protestantes de Ixmiquilpan, Hidalgo, a cuyos perseguidores autoridades locales, estatales y federales, representadas por la Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos, dependiente de Gobernación que encabeza precisamente Carlos Abascal, se limitan a dar piadosos exhortos y los dejan hacer a su conveniencia. Y qué decir de la negación a su derecho educativo que por distintas partes del país viven niños y niñas testigos de Jehová porque no cantan el Himno Nacional ni rinden honores a la bandera. Podríamos citar infinidad de casos en los que las minorías religiosas sufren vulneración en sus derechos. ¿Podría decir algo Abascal al respecto?

Lo que deben entender quienes, como Abascal, mantienen un integrismo repelente a toda evidencia histórica, es que sus deseos son añoranzas y anacronismos que se topan con la realidad de sociedades crecientemente plurales. Es en razón de esa pluralidad que el mejor garante para cada particularismo y su convivencia en un espacio común está en la vigencia y fortalecimiento del Estado laico. Revertir esta conquista histórica, anhelo que permanece en las aspiraciones de los cristeros de hoy, es un despropósito sin asidero en la realidad por la sencilla razón de que en los procesos históricos el túnel del tiempo no existe.

Una cosa son los deseos y proyectos que insisten en revertir el flujo de la historia; otra es que logren alcanzar su meta. El mayor dique a esos anhelos está representado por la sociedad mexicana y sus instituciones, muchas frágiles, pero con todo bien consolidadas, que hacen muy difícil, si no es que imposible, el retorno del integrismo católico y su dominio de la vida pública. Incluso, y eso no lo quieren entender en la cúspide clerical, los millones de mexicanos que se reconocen católicos y desdeñan las directrices que sus ministros buscan imponerles. Existe una bien construida autonomía ética de los católicos respecto de los valores que su Iglesia quisiera que pusieran en práctica. Pero, no obstante todo esto, Abascal sigue desde adentro del gobierno vulnerando la laicidad de las instituciones del Estado, amparado en que, sin importar su cargo, él también puede manifestar sus creencias religiosas. Sus creencias se expresan en actos beatificadores que contienen muy claros mensajes políticos.

 
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