Usted está aquí: miércoles 23 de noviembre de 2005 Política Dos visiones en pugna

Luis Linares Zapata

Dos visiones en pugna

Las recientes discrepancias alrededor del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) entre el gobierno de México y varios de Sudamérica forman una tendencia que, con el paso de los meses y las lecturas que se han dado a tal proceso, no pueden separarse del forcejeo entre dos visiones de futuro y hasta de nación que se observan en la actual disputa mexicana. Vicente Fox no se ha cansado de publicitar su decidido alineamiento al libre comercio entre las economías del mundo. Las razones que da para cimentar tal postura hacen referencia a dos resultados esperados: la creación de empleo y el crecimiento acelerado que tal modelo comercial impulsa.

Ninguno de los dos supuestos mencionados por el Presidente, si se examinan con base en los datos que recientemente han publicado tanto el Banco de México como el INEGI, se cumple, al menos en lo que toca a este país. La derrota del ALCA por el Mercosur evidenció el cambio de vientos continentales, el finiquito de la tentativa de continuar trabajando con la mente fija en los acuerdos de Washington, que llevan a mayor pobreza, así como a un lento y desbalanceado crecimiento. La vuelta hacia los mercados domésticos, aquellos que fueron expuestos de manera por demás indiscriminada a la competencia desleal de los países desarrollados, se ha tornado una imperiosa necesidad.

En los próximos meses, los que quedan de este forcejeo electoral con miras a 2006, se irán clarificando esas dos visiones, en mucho enfrentadas, que se disputan entre los mexicanos la primacía para conducir y orientar los asuntos públicos. Una pugna, con poderosos medios a su disposición, por la continuidad de un diseño de gobierno, de un futuro ya delineado y hasta puede decirse que de nación, si entendemos a esta última subordinada en la globalidad. Modelo que lleva aplicándose durante más de 20 años (1983 a 2005) y cuyos resultados bien pueden ser ya condensados en cifras, sentires, opiniones, rebeldías y actitudes de cambio. La otra, todavía incipiente en su formulación, tiende a plantear una alternativa que corrija el actual desarrollo deformado. Ese que se finca sobre los hombros de una sociedad cada vez más injusta. Una opción que atisbe la posibilidad de hacerse del Poder Ejecutivo federal para que, desde esa privilegiada palanca de mando, se aliente un espíritu como norma de la acción que bulle ya por todos los rincones de la empobrecida patria de los mexicanos.

Se trata, en concreto, de rencauzar la distribución del ingreso por senderos distintos a los actuales. Rutas que tengan mejores índices de marcha a lo que se pudo hacer durante los años del llamado desarrollo estabilizador, tan menospreciado a pesar de sus innegables, aunque lentos logros en el reparto del ingreso nacional entre el capital y el trabajo.

Las fuerzas políticas que encabezan la lucha así planteada han ocupado el sitio que les gusta y les corresponde por su linaje, composición orgánica y disposición de espíritu que las anima. Tanto el candidato del PRI como el del PAN no han dejado dudas sobre su alineamiento con la continuidad del modelo vigente. Si acaso divergen no es en la sustancia programática, pues ambos coinciden, por ejemplo, en la apertura a la participación privada (internacional) en aquellos renglones todavía restringidos y en las reformas fiscal, energética y laboral, tan socorridas por el actual oficialismo.

A tales iniciativas sólo les falta, según su oferta de mejoría y aplicación, habilidad negociadora. Todo ello cuenta, de antemano, con el visto bueno de los grupos tradicionales de presión y con los organismos financieros multilaterales. El énfasis jerárquico de sus preferencias varía: Calderón lo sitúa sobre el Estado de derecho y Madrazo lo bifurca entre el crecimiento y la justicia, apegándose a la tradición retórica priísta. Pero ninguno de ellos se aparta de sus herencias y condicionamientos. Calderón acarrea, con alegría casi infantil, sus ataduras ideológicas, un provincianismo con tintes eclesiales que quiere presentar como el futuro asequible. Sobre su figura y oferta se quieren montar todos aquellos que desean detener al perredista tabasqueño. Lo empujan con un desparpajo digno de sus fobias y monumentales intereses en juego. Lo tratan de llevar de la mano para que supla el derrumbe que otean en el PRI.

Madrazo, con su formación estructural corporativa, dibuja el centro de atracción de su oferta con meridiana claridad: la primacía indiscutible de los intereses creados que lo han llevado a consolidar su candidatura como pragmática guía de excelencia operativa. Confía el priísta en la maquinaria de su partido sin ver que ésa, su base confiable, ha empezado una extraña emigración hacia otros campos. Basta calibrar la presencia y composición de las multitudes que está concitando Andrés Manuel López Obrador para dar testimonio de tal fenómeno.

El abanderado del PRD, por su parte, reafirma la estricta rectoría del Estado sobre el sector energético y lo propone como el pivote en el cual fincar la futura fábrica nacional y su crecimiento. Coincide con el priísta en mejorar la eficiencia recaudatoria, antes que crear impuestos adicionales, pero divergen en el énfasis que pone AMLO en la corrección tajante de la corrupción como arma, no sólo para depurar el ámbito público, sino para hacerse de los enormes recursos que por ella se desvían y malgastan. Pero, más allá de lo programático, está también la decisión de romper los condicionamientos actuales de una economía profundamente injusta para dar paso a un mejor reparto de la riqueza y las oportunidades. De quebrar el círculo perverso que lleva a la marginalidad de las mayorías. Saber que detrás de esos rituales, estructuras y métodos de conducir los negocios están muchos de aquellos que medran con los privilegios, con las concesiones de y desde el poder. Saber que aceptar dádivas o ponerse en las manos de los que por ahora detentan el poder, los medios financieros y de promoción antes de apelar al pueblo, es ceder la parte soberana y la independiente voluntad que debe retener todo gobernante. Y eso es lo que hace una profunda distinción entre las dos corrientes y los candidatos que las promueven.

 
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