¿Puede ser la reproducción territorio exclusivo de la mujer?
Desde el surgimiento de nuestra especie, hace aproximadamente 100 mil años, la reproducción humana ha sido de tipo sexual, es decir, ha requerido de la contribución de los elementos biológicos provenientes de una pareja, de una mujer y un hombre, por medio del contacto físico. Desde el siglo pasado, las tecnologías de reproducción asistida han abierto la posibilidad de que personas solas puedan tener hijos. Se ha eliminado, por tanto, la noción tradicional de pareja reproductiva.
La inseminación artificial, por ejemplo, permite que una mujer sola pueda embarazarse sin tener contacto corporal con un hombre. En este caso no hay pareja. Se requiere, sin embargo, de la aportación de materiales biológicos masculinos, provenientes de donadores generalmente anónimos. Como quiera que sea, esta modalidad ilustra un caso de autonomía reproductiva femenina.
Por otra parte, el avance de estas tecnologías muestra también la posibilidad de una cooperación reproductiva entre mujeres, como en el caso de la donación de óvulos, o en el de las portadoras de embarazos, llamadas también madres subrogadas (o popularmente "alquiler de úteros"). Otras modalidades más recientes han hecho posible la existencia de dos madres genéticas, como ocurre en la transferencia de citoplasma, en la que, al llevar una porción del óvulo de una donadora, al óvulo de otra mujer, se transfiere ácido desoxirribonucleico (ADN) a la célula receptora, por lo que el recién nacido tiene las características genéticas de ambas.
En todos los casos anteriores se requiere de la participación de elementos biológicos masculinos, los espermatozoides. Sin embargo, se abren nuevos formas de asociación reproductiva, pues, además de la individualidad femenina evidenciada desde la inseminación, surgen modalidades nuevas dentro de la diversidad sexual. Es decir, personas del mismo sexo que aportan materiales biológicos en el proceso reproductivo.
La historia no termina aquí
Conviene detenerse en los hallazgos recientes de la investigación animal. Aun cuando no se pueden trasladar mecánicamente los resultados a nuestra especie, se han evidenciado capacidades reproductivas que no conocíamos en los mamíferos, grupo zoológico al que pertenecemos.
Un trabajo inquietante es el de Tomohiro Kono y su equipo en la universidad de Tokio, publicado el año pasado. Se sabe que en ratones es posible provocar el desarrollo embrionario mediante la partenogénesis. Esta es una forma de reproducción asexual -presente en insectos y en algunos anfibios-, en la que puede inducirse la división celular en óvulos y obtenerse, consecuentemente, el desarrollo de embriones (que siempre son hembras). Generalmente éstas mueren antes de alcanzar la etapa adulta. Con su metodología, Kono ha obtenido embriones hasta de 13. 5 días, de los cuales obtiene ovarios y una segunda generación de óvulos que emplea luego en la reproducción sexual, por medio de la fertilización in vitro, lo que ha dado lugar al nacimiento de ratones que alcanzan la etapa adulta y pueden, a su vez, reproducirse.
Lo anterior significa que en estos mamíferos pueden crearse embriones en ausencia de espermatozoides, por partenogénesis, que pueden por ahora desarrollarse hasta alcanzar un nivel en el que logran expresar su capacidad reproductiva.
Otro ejemplo más conocido en la investigación animal es el de la clonación. En el nacimiento de Dolly, la célebre oveja de Edimburgo, no participó ningún macho, fueron tres hembras: la donadora de un óvulo a la que se le extirpó el núcleo; la donadora del núcleo de una célula no sexual, que fue transferido al óvulo de la primera, y la portadora del embarazo. Aunque murió prematuramente, Dolly alcanzó la etapa adulta, se embarazó y dejó descendencia. Este trabajo, realizado por Ian Wilmut y sus colaboradores, muestra que el espermatozoide puede ser totalmente prescindible en la reproducción en esta especie.
Volviendo a los humanos, los primeros trabajos dirigidos a la clonación con fines terapéuticos (no reproductivos), revelan algo semejante. Se pueden crear embriones a partir de óvulos de mujeres, a los que se extirpa el núcleo y se les transfiere el núcleo de una célula no sexual ¡de la misma mujer! El trabajo de Hwang y sus colaboradores de la Universidad de Seúl, en Corea del Sur, publicado también en 2004, muestra que pueden crearse embriones en ausencia de espermatozoides. Y también que un embrión puede surgir desde la más pura individualidad femenina, al provenir el óvulo de la misma mujer que aporta el material genético.
Creo que no hay que tener miedo. Podemos hacernos preguntas. Es nuestro privilegio y responsabilidad como humanos. Por ejemplo, si en el futuro la reproducción en nuestra especie podría ser un territorio exclusivamente femenino.