Serge Fauchereau Las esculturas de Juan Soriano
El conjunto de esculturas confirma la capacidad de inventiva, constantemente renovada, de este artista. Pero quien vea una sola escultura podrá incluso tener una idea bastante certera de la orientación general de la obra, de la libertad de su visión: una gran mano de fierro a la sombra de un edificio en la Ciudad de México, una rechoncha y tranquila paloma vigilando la entrada de un museo en Monterrey… Aquí se verá una zoología inaudita, la ornitología personal de Juan Soriano. Los animales constituyen un añejo tema artístico, uno de los más antiguos que existen. Hace miles de años los hombres ya dibujaban sobre las paredes de las grutas caballos, toros, peces y toda clase de animales reales o imaginarios. El hombre o la mujer que hacía tal cosa obedecía probablemente más a un acto mágico que a un propósito decorativo, para sí mismo y para los demás. Era ya un verdadero artista, aun cuando no hubiese todavía palabra alguna para designar tal actividad. Los animales son, asimismo, un tema artístico muy moderno ya que, en el arte occidental, se les redujo prontísimo al estado de símbolos. Así, el león y el águila, por ejemplo, asociados convencionalmente a la fuerza y a la valentía, se esculpían para impresionar o para sugerir el poderío de una institución o de algún potentado. Por otra parte, los animales servían para hacer lucir o para realzar el prestigio de un héroe real o imaginario: de allí la tradición de la estatua ecuestre. Si en el siglo xix podía imaginarse la figura de un rinoceronte o de un elefante en una plaza o en un parque, era por afán de exotismo y para mostrar hasta dónde se extendía el colonialismo. Nadie hubiera pensado en una vaca, una simple vaca, en un zócalo… Hasta que llegaron grandes artistas que se adueñaron de pequeños temas: Constantin Brancusi esculpió pájaros, muchos pájaros, tortugas y focas; Franz Marc, a su vez, pintó gatos, perros y changos azules, verdes y rojos… La verdad es que estas distinciones cronológicas no son sino muecas académicas, porque en arte no hay nada antiguo ni nada moderno. Los bisontes rupestres de la gruta de Lascaux no son ni más ni menos elaborados, ni tampoco más o menos conmovedores que los caballos de Franz Marc: nada moderno ni nada antiguo, tanto en el tema como en la manera de tratarlo. Juan Soriano ha esculpido un toro y ha esculpido una motocicleta vespa, tan fuera del tiempo uno como la otra. Si un día se hallara una moto modelada o pintada en una gruta paleolítica, se probaría cuánta razón tengo yo. Debido a que trabajan con formas y con colores, los artistas se interesan en los animales. Éstos, en efecto, se presentan bajo aspectos infinitamente variados: un cangrejo y una jirafa, un oso y una anguila, una rana y una mariposa. Ahora bien, viene a cuento recordar una obviedad: los animales de Soriano son esculturas, no animales contrahechos. Basta una simple foto de aficionado, si sólo se quiere conmover y provocar un acceso de sentimentalismo. El artista tiene miras mucho más amplias, hondas y duraderas en lo que a nosotros respecta. Se trata de arte y no de "peor es nada"; de creación y no de reproducción. Entre numerosos animales, Juan Soriano ha escogido los pájaros en particular, ya que son muy diversos: hay un gran trecho del gorrión al avestruz, del pingüino al loro, del mirlo negro al flamingo rosa. El artista, por supuesto, no copia: ve más allá. A cada quien le tocará luego ver en esas esculturas, según el gusto, un pelícano con calcetines, un guajolote con sombrero o una gallina azul. El pájaro posee la facultad de cambiar de forma: se extiende, se desgreña, se acurruca a su antojo. Soriano ha querido dar cuenta de esta característica y esa es la ventaja de la escultura: según el ángulo o la posición en que uno se encuentre, el mismo pájaro está parado en una pata o emprende el vuelo, picotea el piso, se pavonea o bien empolla; a no ser que esté alisando sus plumas.
Dado que el arte no es de ayer ni de hoy, el artista suele tener siempre, y por donde quiera, parientes a los que probablemente nunca conocerá. Tuve la oportunidad de ver en el museo de Taipei un pájaro en barro de la época Chang (¿mil, dos mil años antes de nuestra era?), calzado con una suerte de pantuflas y con un sombrero cubriéndole las orejas, porque tiene orejas. Con todo, no alcanzo a creer que el artista chino pudo haberse inspirado en el Pájaro xvi de Soriano que, a su vez, lleva una cimera de guardia imperial. Los linajes espirituales, las familias de sensibilidad, no dependen más de la cronología que de los juegos de influencias, reales o imaginarios. No hace tanto tiempo que existe el humor en la escultura llamada moderna, cuanto más si es pública y monumental. ¿Quién empezó? ¿Arp? Hemos de agradecer por lo tanto a Soriano el saber liberar nuestra fantasía y nuestros hábitos visuales con ranas o pájaros por él inventados: el Pájaro xiii trae puesta una corbata de moño, me parece; el Pájaro xviii es una hembra bastante pechugona; el Pájaro xvii tiene la dignidad de un tótem, pero el Pájaro ix resulta fálico y relajiento. No hay sentimentalismos ni segundas intenciones en los animales: la urraca no es ladrona ni el pavorreal vanidoso. Somos nosotros quienes nos proyectamos en ellos, de modo que tal gorrión se ve gracioso y tal pato bonachón, tal gallina ponedora resulta ser una madre que presume a su familia, tal garza parece engreída… En cuanto a estas esculturas, diremos que Juan Soriano ha observado bien a los animales. Creo también que, como artista, ha observado con detenimiento a la gente. Tradución de Sylvia Navarrete |