Cumbres borrascosas
Los límites de la globalización, tal como se manifiesta en las distintas naciones, son más visibles. En los días recientes esto se ha expresado de distintas maneras. No pueden tomarse como si fueran independientes unas de otras, pues existe el riesgo de cometer no sólo un grave error de apreciación, sino de engañarse a uno mismo.
En Mar del Plata, en Ginebra, en las afueras de París, en las costas españolas, en Irak ocurren hechos relevantes, no únicos, por supuesto, pero sí sobresalientes.
La reacción en Argentina en contra de la visita del presidente Bush indica no sólo un estado de ánimo frente a un personaje político poco atractivo, y que lo es incluso cada vez más en su propio país. La popularidad que lo llevó a un segundo periodo en la Casa Blanca se ha deteriorado rápido y de modo contundente, según indican los recientes sondeos de opinión.
Las demostraciones de repudio en el marco de la Cumbre de las Américas provienen de una sociedad desgastada por las políticas económicas que promueven activamente el gobierno de Estados Unidos y los organismos financieros internacionales. Las mismas pautas de gestión social que durante muchos años aceptaron los gobiernos de la región y aplicaron con disciplina y hasta con entusiasmo. Hoy solamente el presidente Fox parece admitir sin cuestionamientos esa línea que aun le provoca arrebatos, a contrapelo de lo que ocurre en la mayoría de los otros países.
El discurso del presidente Kirchner fue elocuente al respecto, y no es la primera vez que se pronuncia en contra del modelo prevaleciente de gestión global. La crítica al Fondo Monetario Internacional es contundente cuando señala la disposición que tuvo para hacer grandes créditos cuando la economía argentina estaba al borde del colapso, pero que se resiste a prestar para apoyar la incipiente recuperación.
La propuesta de crear una zona de libre comercio a lo largo del continente -el ALCA- no prospera. Una vez más, Kirchner dijo lo obvio, no se trata de cualquier integración, y hoy es clara la discrepancia entre los bloques económicos del norte y del sur. Esa afirmación, que debería ser una observación acerca de la experiencia mexicana con el TLCAN, no es siquiera un motivo de duda para el presidente Fox, quien defiende el esquema a capa y espada.
El Presidente debe saber que esta economía no subsiste con base en una mayor capacidad de producción, menos aun de una creciente productividad y de la creación de más empleo. Debe saber, igualmente, que la estabilidad financiera que tanto lo ocupa se sostiene en los altos precios del petróleo y las remesas de los trabajadores que salen del país; es, finalmente, el corolario del estancamiento.
En cambio, Fox opta por promover un acuerdo de comercio de tipo parcial en la región, que no tiene asidero en ninguna estrategia reconocible de política nacional. Con eso pone a su gobierno al margen de los debates internacionales, como ya lo está en el liderazgo interno. Muestra que actúa a la sombra de Bush, que ahí se siente cómodo y protegido y que ha conseguido hacer de México un país cada vez más pequeño.
El tema del ALCA está estrechamente ligado con las negociaciones comerciales que deberán concluir en diciembre en la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Hong Kong. No hay visos de que concluyan con ningún acuerdo de liberalización, especialmente en el campo de la agricultura. Así, se sumarán a los desencuentros entre los países ricos y ésos a los que eufemísticamente se considera que están en desarrollo. El fracaso de la Ronda de Doha será muy relevante para el curso de las iniciativas globales, ante la falta de arreglos se fortalecerán las medidas de protección también en el campo de los productos industriales.
Desarrollo es lo que falta en esta región y en la mayor parte del mundo. Tanto el fracaso del ALCA como de la OMC ponen en evidencia que las condiciones económicas van en contra de las declaraciones políticas. Europa, que no logra ponerse de acuerdo en su propio esquema de integración, ya sea por cuestiones políticas como las que expresa la Constitución, o por la asignación de los subsidios agrícolas, enfrenta los efectos en sus propias fronteras.
La inmigración es fuente de crecientes conflictos y los disturbios en Francia exhiben las fricciones que provoca la marginación. El novel gobierno de De Villepin y su contrincante Sarkozy, que se encarga de los asuntos internos, está contra la pared y no se advierte una alternativa viable en el horizonte. En España son también visibles en los casos diarios de refugiados que llegan, vivos o muertos a sus costas. La globalización es parcial, sirve bien para alentar la concentración del capital, pero no para constituir nuevos patrones de organización social que favorezcan el bienestar y la convivencia.
Las tendencias del orden mundial que se ha establecido indican que se acrecientan los conflictos, que la distribución del poder mundial es muy inequitativa y que los liderazgos están cada vez más cuestionados.