Una vida iluminada
Sociedad de los judíos muertos. En Odessa, Ucrania, una menesterosa agencia de viajes se especializa en ayudar a acaudalados judíos estadunidenses a ubicar el lugar donde pudieron perecer sus familiares, víctimas de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Jonathan Safran (Elijah Wood), joven coleccionista de objetos ligados a su universo afectivo (la dentadura postiza de la abuela, un camafeo con un insecto fosilizado, la tierra de un lugar exótico), mismos que coloca con esmero en pequeñas bolsas de plástico, abandona Nueva York para ir en busca de la mujer que supuestamente salvó la vida de su abuelo emigrado. Su llegada a la antigua república soviética y su encuentro con dos personajes pintorescos, Alex (Eugene Hutz, narrador de la historia) y su abuelo antisemita -sus guías en la búsqueda de Trachimbrod, una aldea tal vez desaparecida del mapa- marca el inicio de una comedia intimista, cuya originalidad consiste en ir develando paulatinamente las claves de una historia de vigorosas resonancias sociales: los enigmas de un holocausto local en el que perecieron más de mil personas y la renuencia de sus sobrevivientes a evocar lo sucedido. Una anciana recluida en una granja en medio de un mar de girasoles, llega inclusive a preguntar, "¿Terminó ya la guerra?".
El arranque melancólico de la saga familiar evoca brevemente la llegada a Estados Unidos de los judíos ucranianos, pronto avecindados en un barrio neoyorkino, y también la infancia del padre del protagonista, autor del libro de memorias en que se basa Una vida iluminada (Everything is illuminated), de Liev Schreiber, para luego dar paso a un primer capítulo, la "Obertura al Inicio de una Búsqueda muy Exigente", viaje iniciático, pequeña educación sentimental del nieto Jonathan, quien con sus ojos grotescamente agrandados por los anteojos y su imperturbable calidad de judío bien educado, en poco tiempo se dejará conquistar e intrigar por la gracia y locuacidad de su guía juvenil, Alex, un ucraniano que ignora todo de su pasado histórico y vive volcado en el culto a la cultura popular estadunidense, de Michael Jackson a John Travolta, pasando por el "primer judío negro estadunidense", Sammy Davis Jr, nombre que asesta, con el añadido de otro junior, a la mascota del abuelo, una perra temperamental y loca.
En la cinta de Schreiber, este joven ha barrido con el pasado soviético ("Ahora somos independientes"), y también con todo lo que pudiera vincularse con aquellas tragedias históricas en las que participaran sus parientes más cercanos, como algún antisemitismo brutal, próximo a la barbarie nazi. El director muestra de igual modo a un Jonathan, nerd irredimible, rebasado también por la realidad que va descubriendo y que el propio Alex va entendiendo mejor que él, y con mayor embarazo. El diseño de los tres personajes centrales, el abuelo y sus dos jóvenes acompañantes, es muy fino y exige del espectador una participación muy atenta. ¿Cómo interpretar el mutismo tramposo del anciano, cómo llenar los vacíos en la precaria comunicación lingüística entre Alex y Jonathan? ¿Cómo adentrarse, sobre todo, en la torcida mentalidad del joven coleccionista dispuesto a transformar en fetiche toda vivencia, al punto de parecer emocionalmente castrado? Elijah Wood ofrece una caracterización notable, a un paso del autismo, tan enigmático como el abuelo cargado de remordimiento y culpa, empeñado sin embargo en escudriñar un pasado familiar para transformarlo, de inmediato, en nueva reliquia para su colección estéril. ¿Por qué es Alex, y no Jonathan, la voz narrativa de este relato? Tal vez por una apuesta del cineasta de inyectar vitalidad a un pasado perturbador que convendría no sepultar, embodegar o coleccionar demasiado pronto. Alex es el personaje simpático de esta historia, y quien mejor recoge las enseñanzas de la educación moral de Jonathan. Su transformación final ilumina de modo inesperado el relato, desmintiendo con fanfarronería y desenfado la melancolía oscura y complaciente del joven coleccionista de memorias muertas.