Welcome, Mr. Bush
Presidente Bush: bienvenido a un país soberano llamado Brasil. Como el presidente Lula ya demostró, no queremos el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y tenemos un gobierno solidario con Venezuela, de Chávez, y con Cuba, de Fidel.
Ya fuimos colonia de Portugal por 322 años y sabemos lo que es producir riquezas en beneficio de otros pueblos.
Aún hoy el pueblo brasileño trabaja, y trabaja mucho, para pagar la deuda e(x)terna contraída por nuestras elites sin que la población haya sido consultada. Nuestra carga tributaria es una de las más altas del mundo, 36 por ciento del producto interno bruto; nuestra tasa de interés sobrepasa 19 por ciento al año; nuestro gobierno gasta con la amortización de los intereses de la deuda, cada año, más de 10 veces el presupuesto de que dispone para nuevas inversiones.
Oficialmente nuestro superávit primario es de 4.25 por ciento. De hecho, pasa de 5 por ciento, porque el equipo económico de nuestro gobierno cree, religiosamente, que el dios mercado es capaz de producir el milagro del bienestar de la nación sin que haya cambios de estructuras, como la reforma agraria. Y no digo que eso es problema nuestro, porque nuestra economía está controlada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), en el cual usted manda. No conozco un solo país que haya salido de la pobreza gracias al FMI.
Vengo a pedirle la paz. Hace 2 mil 800 años, un hebreo llamado Isaías afirmó que sólo habrá paz como fruto de la justicia. El señor cree que ella se producirá con la imposición de las armas. Mas la guerra es el terrorismo de los ricos, así como el terrorismo es la guerra de los pobres. ¿No bastó la derrota de Estados Unidos en Vietnam? Allí murieron un millón de personas, de las cuales 50 mil eran estadunidenses. Pronto o tarde su país tendrá que dejar Irak sin ningún orgullo, cargando el fardo de miles de jóvenes estadunidenses (muchos de ellos de origen latino y negros) condenados a muerte porque creyeron que es bueno para el mundo lo que es bueno para Estados Unidos.
Su país posee sólo 6 por ciento de la población mundial. Sin embargo, controla 50 por ciento de la riqueza del planeta. Jamás exigió democracia en Arabia Saudita, donde se encuentran las mayores reservas de petróleo del mundo, porque el gobierno autocrático de aquel país es dócil a la política del Tío Sam, aunque de allí hayan salido Bin Laden y los terroristas que derrumbaron las torres gemelas. El año pasado se gastó en armamento, en todo el mundo, cerca de 900 mil millones de dólares. Estados Unidos desembolsó casi la mitad, 390 mil millones. ¡Y pensar que se necesita tan sólo 50 mil millones de dólares, hasta 2015, para erradicar el hambre del mundo!
¿Por qué será que la muerte merece más dinero que la vida? ¿No habrá algo muy equivocado en esa lógica? ¿Por qué el capitalismo coloca la propiedad privada por encima de vidas humanas y del bien colectivo? ¿Por qué mueren de hambre cada año 5 millones de niños menores de cinco años, sin que las naciones ricas destinen más de 10 por ciento de los gastos bélicos en cooperación internacional?
El señor debe saber que 86 millones de personas murieron a causa de la guerra desde 1940. Las dos bombas atómicas que su país lanzó sobre las poblaciones inocentes de Hiroshima y Nagasaki segaron cerca de 100 mil vidas y dejaron un lastre de cáncer, hasta hoy, en los descendientes de las víctimas. Casi todas jóvenes. Cerca de 2 mil soldados de Estados Unidos han muerto en Irak en esa guerra insana reiniciada en 2003. Su padre invadió aquel país en 1991 y el resultado avergonzó tanto a su nación que usted se sintió con la obligación de repetir el gesto, con la esperanza de derrumbar a Saddam Hussein, lo que consiguió, y la resistencia de los iraquíes, que hasta ahora desafía el potencial bélico de su país. Entre la población civil, aproximadamente 130 mil iraquíes murieron a consecuencia de los ataques de las tropas de Estados Unidos en 1991. Saddam, gracias a las armas, inclusive químicas, suministradas por Estados Unidos, sobre todo en la época de la guerra contra Irán, mató a cerca de 200 mil iraquíes.
Estuve hace poco en su país. En Utah, muchos me preguntaron qué impresión tengo de Estados Unidos. Respondí que la diferencia entre su pueblo y el mío es que el suyo está convencido de que no hay felicidad sin dinero. Y el mío es feliz sin dinero. Nos bastan las cinco efes: frijol, harina (farinha), fe, futbol y fiesta.
Esa búsqueda desenfrenada de riqueza es la que impide al pueblo de Estados Unidos sentirse solidario con los pobres del mundo. Todos vimos lo que les sucedió a los negros y pobres de Nueva Orleáns durante la catástrofe causada por el huracán Katrina. Se quedaron en el desamparo, hasta que el señor reaccionó cuando percibió que, a los ojos del mundo, el rey estaba desnudo. Y para completar, uno de sus asesores tuvo el descaro de proponer, como medida para reducir la pobreza en Estados Unidos, el aborto a las mujeres negras...
Presidente Bush, welcome a la nación del futuro. Queremos ser amigos fraternos del pueblo de Estados Unidos, sin que la Agencia Central de Inteligencia vuelva a amenazar nuestra democracia, como en 1964, cuando ayudó a implantar una dictadura militar que duró 21 años, y que se alcance reciprocidad en las relaciones comerciales, con pleno respeto a nuestra soberanía.
Traducción: Alai
Frei Betto es escritor, autor de Típicos tipos (A Girafa), premio Jabuti 2005, entre otros libros