En el planeta Agua
El disco más reciente de la mejor orquesta del planeta, la Filarmónica de Berlín, grabado apenas en agosto y puesto a circular en México, pone sobre los tornamesas el tema del agua.
Dedicado por completo a Claude Debussy (1862-1918), lleva por título El Mar (La Mer, discos EMI Classics) porque es la obra más importante de entre el contenido de esta grabación maravillosa.
Con la batuta de sir Simon Rattle, los filarmónicos berlineses ponen en vida el Preludio a la siesta de un fauno, El Mar, La Boite a Joujoux (La caja de juguetes) en orquestación de André Caplet y los Tres Preludios originalmente escritos para piano y orquestados por Colin Matthews, sabio orquestador quien completó la serie Los Planetas, de Gustav Holst, escribiendo Plutón, que el compositor inglés no escribió porque en su época no se había descubierto ese planeta. No hay razón, en tanto, para que haya dejado también fuera el planeta Tierra, que por cierto se debería llamar planeta Agua, de acuerdo con la lógica implacable de Sebastián Miki Silva en sus cuatro años de edad, pues todos sabemos que está formado por tres cuartas partes de líquido.
Debussy llenó de agua el planeta con El Mar, la más compleja y ambiciosa de todas sus partituras prodigiosas. Entre sus muchas aportaciones revolucionarias, no recurre a las tradicionales tonalidades para encabalgar la partitura y opta en cambio por, válgase la expresión, surfear en una suerte de modulación incesante.
La manera tradicional de poner en música el sonido del agua se había limitado a remedos programáticos, efectos bucólicos y otros recursos mesurados. La manera en que Debussy hace sonar el mar es alucinante. En la primera parte de la obra, titulada ''Del alba al mediodía en el mar", por ejemplo, utiliza figuras armónicas que suben y bajan para sugerir las ondulaciones de las olas.
Pero de pronto la música se hincha, cambia de color, ritmo, forma, dinámica y pulsiones de idéntica manera a como se mueve el mar en la realidad.
Los recursos estilísticos, las herramientas sonoras, la imaginería instrumental de Debussy deja flotando la vieja noción del arpa como una manera de expresar agua y la incorpora en cambio a un maremágnum (el mar es magno: maremágnum) de sensaciones fidedignas que nos ponen a nadar en las delicias de un mar que va de lo meditativo a lo impetuoso, de lo cálido a lo terso, de lo relajante a lo erotizante.
Esa obra maestra, escrita hace exactamente cien años, suena en toda su magnificencia merced a la batuta de Rattle, quien saca el jugo marino de todos y cada uno de los instrumentos de la Filarmónica de Berlín en una, válgase ahora esta expresión, apoteosis cuántica.
Entre los muchos valores estéticos de esta partitura, Debussy imprimió una dosis escalofriante de intuición, ese don inenarrable que sólo se explica cuando ocurre alguna epifanía y a lo largo de esta interpretación multiorgásmica, suceden muchas. Contradice, entre otras cosas, el sambenito aquel de que la Filarmónica de Berlín es perfecta, entendida como algo frío y distante. No, aquí queda nuevamente demostrado que esta orquesta es perfecta porque sabe imprimir el corazón, el alma, los sentimientos, las emociones y la intuición en todas sus interpretaciones.
Impresionante manera de mostrar cómo Claude Debussy rebasó por mucho la técnica de sus colegas impresionistas. Las partituras de agua de Debussy (he ahí los Tres Nocturnos: Nubes, Fiestas y Sirenas) flotan junto a los nenúfares de su tocayo Claude Monet.
El agua, la música de agua de Debussy nos moja por entero.
Pablo Espinosa