Bioética y eutanasia
Dos destacados médicos, Manuel Velasco Suárez (+) y Jesús Kumate Rodríguez, ex secretario de Salud, tuvieron el acierto de crear la Comisión Nacional de Bioética en el seno del Consejo de Salubridad General. En octubre de 1994, México se colocó en la vanguardia al organizar el primer Congreso Internacional de Bioética, en el que participaron numerosos médicos y científicos de diferentes disciplinas, juristas, teólogos, representantes de diferentes cultos, etcétera. Se estableció un diálogo de alto nivel, con los más distinguidos profesores de varios países sobre diversos temas relevantes de la bioética, que es la ética de la vida.
Cabe mencionar algunas de las conferencias magistrales que dictaron el profesor Jean Dausset, premio Nobel de Medicina, enfocada a los problemas candentes de su especialidad: el proyecto del genoma humano, el estatus del embrión, el diagnóstico prenatal, la genoterapia, sintetizando lo que sería la "medicina predictiva" del siglo XXI. Los fundamentos de la bioética fueron expuestos por los directores de dos centros pioneros de Estados Unidos: el profesor Robert Veatch, del Instituto Kennedy de Etica de la Universidad Georgetown, y el filósofo bioeticista Daniel Wikler, de la Universidad de Wisconsin. La jurista Nöelle Lenoir, directora del Comité Internacional de Bioética de la UNESCO, desglosó el programa de actividades de dicha organización. El filósofo y teólogo Michel Schooyans, de la Universidad Católica de Lovaina, abordó el tema El médico frente a la biopolítica y el futuro de la bioética.
Se discutieron los dilemas en la investigación biomédica, la reproducción asistida, la muerte cerebral y los trasplantes, el sida, la información pública de la bioética -en la que, por cierto, participó el doctor Julio Frenk Mora, actual secretario de Salud-, bioética y religión, bioética y ley, ecología, medicina crítica y la atención del paciente terminal. A estos dos últimos tópicos me voy a referir, en virtud de que el delicado tema de la eutanasia ha salido recientemente a la luz pública. Nos enteramos de que la iniciativa para despenalizar la eutanasia surgió en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
Creo pertinente transcribir algunos conceptos emitidos al respecto en dicho Congreso. Pamela Babb Stanley (+), directora de la Escuela de Enfermería del Hospital ABC, señaló: "Morir en una institución hospitalaria hoy día, equivale a morir en soledad, mecánicamente y en forma muy deshumanizante (...) El papel principal de la enfermera ante el paciente desahuciado es ayudarle a bien morir, contrario en absoluto de hacer algo para procurar una muerte más rápida, conocida como eutanasia activa, legal y moralmente no aceptable (...) Es preciso hacerle saber (al paciente) la verdad de su estado de salud y su derecho de rehusar tratamiento, pero sobre todo, la misericordia es una obligación moral ante estos casos".
El doctor Francisco Escobedo Ríos (+), ex director del Instituto Nacional de Neurología, enfocó su análisis a dos situaciones diferentes. ''La primera es la de los pacientes agudos que llegan en estado de shock por una patología grave. Ante el reto de poder salvar a muchos de estos enfermos, el médico recurre a todos los recursos a su alcance. Es la lucha de todos los días en las unidades de terapia intensiva y los servicios de urgencias. El segundo escenario es cuando atendemos a pacientes que presentan un estado de coma, con nulas esperanzas de recuperación, se trata de un cuadro descerebración o ¿estado vegetativo permanente? en que la supervivencia depende del aporte artificial de ventilación y nutrición. El médico se enfrenta al dilema de continuar o suspender la ayuda. Esto depende de que el profesionista tenga un alto grado de certeza de que el cuadro es irreversible, de confirmar con otros colegas el diagnóstico de muerte cerebral: que se trata de un cerebro muerto en un cuerpo vivo.
"En estos casos, no sería un problema de conciencia retirar la ayuda artificial, pero es responsabilidad absoluta de la familia tomar la decisión para evitar posibles problemas judiciales". Cabe suspender la lucha infructuosa por detener el mal, y limitarse al empleo de analgésicos, tranquilizantes y somníferos. "Actuar limitadamente así es una forma de respetar la dignidad del paciente y evitar la tortura de eso que se ha llamado el encarnizamiento terapéutico".
En su intervención, Alfonso Llano Escobar, sacerdote jesuita de Colombia, aclara que "cuando se establece un diagnóstico de paciente terminal, la posición más sensata por parte del médico es suspender todo tratamiento curativo y limitarse a suministrar las ayudas paliativas que se juzguen necesarias. Este criterio ayuda a excluir dos posiciones contrarias a la ética médica: la eutanasia, entendida ésta como la acción u omisión culposa que causa la muerte del paciente, y por otra parte la llamada distanasia o muerte diferida, que consiste en prolongar absurdamente el proceso de morir. El sentido cristiano de la muerte nos permite asumirla para unificar todos los actos de nuestra vida, y entenderla como oportunidad de transcendencia y plenitud".
Como vemos, los médicos se enfrentan a diario a enormes retos, y más aún quedan por escudrinar los secretos de la vida y la muerte. Deben actuar con honestidad y responsabilidad científica de acuerdo al Juramento Hipocrático, que señala tres principios fundamentales: Primero, no dañar (primum non noscere); segundo, curar cuanto caso sea posible o al menos poder aliviar el sufrimiento físico y moral, y tercero, implica actuar con un espíritu de beneficencia. La bioética actual ha agregado dos principios: el de autonomía y consentimiento informado.
En conclusión, el médico que evoca la facultad sacerdotal de ser un discípulo de Esculapio, no obstante los títulos que ostente, la sociedad no le ha otorgado la autoridad para erigirse en Dios o en un personaje omnipotente que decida quién debe nacer o morir.