Usted está aquí: lunes 31 de octubre de 2005 Cultura Acerca del Universo

Hermann Bellinghausen

Acerca del Universo

No hace falta ser astronauta para suponer, razonablemente, que la "vida" palpita más allá de las estrellas. No por otra cosa sino porque ni modo que, tan chiquitos y frágiles, seamos los únicos pobladores del así llamado Universo, un lugar de límites que aún nos resultan imprecisos. Y que como en los sueños, entre más nos aproximamos (y si nosotros no, los astrónomos) más se alejan.

Sería preferible que entendiéra- mos el hecho como irrelevante a nivel cósmico. Lo ha sido por milenios. Si acaso existe "vida" en otra parte, no ha ejercido ninguna influencia en las de la Tierra. Ni nosotros en aquella, para suerte suya. Y así como van las cosas, el planeta parece más próximo a un colapso posthumano que a un encuentro con otra "vida" similar o equivalente: pensamiento, lengua- je, historia, historias, las pasiones y las energías que se consumen en ellas.

Hasta donde alcanza a verse, la vida terrestre (no sólo la humana) constituye una anomalía en un universo detonante y mineral que nunca acaba de subir, caer o girar.

Filamentos de anís entre los dedos, mariposas púrpura metamorfoseadas del gusano, un dulce canto de ave o de persona, un sentimiento de amor abrumador e inexpresable, un guiso bien concluido, una copa de vino bien acompañada, un jardín de anémonas y medusas en algún rincón profundo del océano azul, una aurora sonrosada de la Odisea, un tigre de Bengala en alerta.

Deben existir inenarrables bellezas en las galaxias, en los planetas gélidos, en los distintos soles, en la polvareda. Pobres beldades, nadie las contempla. Ya lo advertían los "replicantes" de Philip K. Dick (onda Blade Runner), quienes vieron aquellas bellezas precisamente por no ser humanos sino esclavos del hombre. Hoy suena irónico y desolador lo que festejaba del ingenio de Dick un crítico en Rolling Stone: "la más brillante mente de ciencia ficción en cualquier planeta". El tuerto es rey.

Y nos quejamos de soledad, nosotros, los únicos hacinados y proliferantes de la Vía Láctea (hasta donde conocen las ciencias).

A reserva de definirla con precisión, la "escala cósmica" no nos fue dada a los humanos, por más que nos la inventemos. A lo que respire en las galaxias el polvo seré del poeta lo tiene perfectamente sin cuidado.

Llueve y nos mojamos. Lloramos y nos contentamos. A cada rato alguien despierta, alguien ronca, alguien sufre o cree que sueña. ¿Cuántos seres terrestres mueren por segundo? Puesto que se pudren, lo olvidamos. Nuestro disco duro no alberga espacio para tanta memoria, ni la soportaría.

Llegados a este atajo conceptual, y para no sacrificar nuestro optimismo, vienen a pelo los justificados "considerandos" de la poeta Dorothy Parker, que tradujo al punto Gabriel Zaid: "Los ríos empapan./ La altura da vértigo./ Las sogas sofocan./ Las navajas salpican./ El gas apesta./ El veneno da náuseas./ Las pistolas aturden./ Mejor vivir". (Hoy podríamos agregar que la basura también sofoca, pero de ahí en fuera esas consideraciones se conservan impecables).

Partículas, moléculas marginales entrecruzadas, circuitos de nitrógeno y algo más, somos lo único que tenemos por seguro entre las evidencias atmosféricas y estratosféricas. Pudimos recibir todavía menos. Tan siquiera sacamos en claro que pertenecemos a una especie animal que se da color.

También somos los únicos capaces de ponerle en la torre a todo. Tenemos ese inmerecido poder, aunque sólo formemos parte de los "organismos vivos" en general.

De simple e incontrolable virus a delicada neurona, pura aberración en la superficie del más pequeño, húmedo y sofisticado de los mundos. Ni para combustible nos necesita el Universo telúrico de materia, antimateria, y nada más.

 
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